FICG | Para su tranquilidad, haga su propio museo: El valor de todo lo raro

“Existe valor en todo lo raro, por lo tanto, yo soy de valor”
Senobia

No siempre lo que le sigue a la vejez es irremediablemente la muerte, a veces, puede ser la prosperidad. El miedo a envejecer y morir es tan rapaz que acaba siendo razón por la cual la sociedad relega a las personas que envejecen, escondiéndolas como para no verlas y pretender que al resto nos falta mucho para llegar allá. Sin capacidad de producir o de cuidar, quedan a la deriva de alguien que vea por ellos. Sus historias, si es que se consideran suficientes, aspiran a quedar enlatadas en las “grandes obras”, y si no, desaparecen. La piel arrugada sobre sí misma, los lunares que surgen llenando cada centímetro de su cuerpo, lo que hicieron, a quienes criaron, lo que poseyeron, queda perdido a menos que alguien lo rescate.

Senobia escogió la prosperidad, ser la protagonista que, sin aparecer, ocupa la pantalla entera del documental Para su tranquilidad, haga su propio museo (Ana Endara Mislov Pilar Moreno, 2021). Eligió ser quien rescate las cosas extrañas, recordando a esos espigadores y recogedores de lo que nadie quiere que retrataba Agnès Varda en Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000).

Senobia era una artista, porque no puede llamársele de otra manera, consciente hasta los huesos del valor de las cosas olvidadas y que el tiempo en la Tierra es contado. En su casa, lugar donde se graba la mayor parte del documental, no hay rincón que no tenga algo de ella. En las paredes han quedado pegados pensamientos que escribía en pedazos de papel con pulmón indeleble negro, en los estantes descansan objetos que, desde 1985, fue recogiendo o reutilizado: regalos, cosas que recogió de la basura y sus propios pertenencias.

A su colección la tituló “Museo de antigüedades de todas las especies”. Clasificados con esmero e imaginación, cada uno se fechaba y se titulaba a gusto de su autora. Afuera, el bosquecillo tampoco se salvaba de las intervenciones de Senobia: animales hechos con pedazos de objetos, búhos y patos con cabezas de escobas miran con ojos grandes aún a quien pase por el lugar. En el techo cuelgan decenas de campanas de viento hechas a partir de objetos reciclados, moviéndose con la dirección del viento.

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Ella sigue ahí, en los trazos de sus letras cursivas que nombran a las cosas dentro del museo, una casita de madera en un rincón del pueblo de Paritilla en Panamá. La película es un homenaje, la pantalla no hace más que rescatarla, subrayar: ésta fue Senobia, y éste era su museo.

A partir de entrevistas a sus amigas, es posible preguntarse sobre esa edad tan temida en la sociedad moderna, alabadora del éxito antes de los 25: ¿cómo rayos afrontamos la vejez? Se viste a todas las mujeres con el mismo vestido y se les escucha, lo primero es cuestionable dentro de la narración; lo segundo, arroja luz sobre el misterio. Mujeres trabajadoras, madres, auxiliares, cariñosas y cansadas recuerdan con nostalgia a esa vieja un poco loca y un poco rara llamada Senobia, siempre con algo nuevo en la cabeza, a la vez que miran su fallecimiento como quien mira su futuro.

“Hablábamos mucho sobre eso, que las dos sólo teníamos hijos varones y a dónde íbamos a ir a parar”, cuenta una de ellas, en un pueblo donde la tradición es que las mujeres se queden a cuidar a sus madres. Las mujeres guardan no sólo los recuerdos sino la memoria colectiva, una de ellas cuenta que el pueblo de Paritilla recibe su nombre porque, literalmente, una mujer llamada Tilla parió ahí.

Conforme las obras que guarda el museo se van presentando a la audiencia, la cámara se decide a registrar detalles que revelan su antigüedad, su característica manual o ambas. La artista se va formando. Las imágenes de las obras en el interior y los testimonios se juntan en un montaje con una mujer que interpreta a Senobia y lee los pensamientos que dejó en su diario, la ensoñación logra despistar, dando la sensación de que sigue viva, aunque se hable de su muerte. Su estilo, sus técnicas, sus ideas, sus escritos, quedan en la breve visita que hace Para su tranquilidad, haga su propio museo ¿Quiénes somos nosotros para no darle el nombre que se merece? Senobia era una artista hecha y derecha, para muestra este recinto que guarda todo su acervo: un museo.

Por Romina Hernández (@RomHer17)

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