Una de las particularidades de los daguerrotipos, como se conoce al primer procedimiento fotográfico de la historia, por el apellido de uno de sus creadores, Louis Daguerre, es que su existencia es frágil. Fuera de sus estuches protectores era fácil que se dañaran irreversiblemente. La fijación sobre la superficie de plata aún no estaba perfeccionada y era común que las imágenes con el paso del tiempo se diluyeran o terminaran por desaparecer. La única forma de conservar los daguerrotipos fue más adelante fotografiándolos. Otra de sus desventajas era el tiempo de exposición. En un inicio se tomaban vistas exteriores, usualmente de calles con buena iluminación, porque se necesitaba cerca de 10 minutos de luz brillante para fijar la imagen. Una de las primeras cosas que fotografió Daguerre fue el Boulevard Du Temple en París. Es una instantánea de la cotidianidad de la capital francesa.
Daguerre también es el nombre de una calle en Montparnasse, en el margen izquierdo del río Sena, en el distrito 14. Agnès Varda vivió durante 20 años en esa calle. La experiencia y la observación cotidiana de esa calle la llevó a filmar Daguerréotypes (1976), un ejercicio documental de contemplación profunda del espacio que habitó junto a un reparto coral de comerciantes de los más variados oficios. Por la particularidad de sus trabajos: la inmovilidad detrás de los anaqueles, estantes, escritorios, vitrinas y mostradores, la película es especie de fijación efímera, frágil y entrañable de las vidas, amores y anhelos de cada uno de estos comerciantes. Varda llamó a cada retrato “fotografías filmadas”. En un artículo para Cahiers du Cinéma dice: “Ellos mismos se convierten, al posar hacia el final del film, en retratos fijados en el tiempo, pero algunos cabellos se mueven, se esboza un gesto, ¡respiran! Son daguerrotipos vibrantes.”
Inscrito en la muy particular visión de la cineasta francesa, Daguerréotypes es un documental que ahonda en el detalle, en esos momentos diarios que habitan la calle y que pocas veces nos detenemos a mirar: el chismorreo de las señoras, los hombres barriendo el pavimiento, las miradas curiosas detrás de los ventanales. También es un documental interior. Varda se interesa por sus vidas, por sus pasados y también por el proceso oculto de sus oficios. El montaje del filme se realizó de forma mínima y discreta con el afán de retratar de la forma más natural la extravagante personalidad de cada uno de los habitantes de la calle Daguerre. Sobre eso Varda revela: “Me gusta verlos ponerse en escena ellos mismos, escuchar cómo hablan, observar sus gestos, sus decorados y los objetos de que se rodean. Se podría decir que lo real hace aquí su propio cine. Se desplazan como si se les hubiese indicado qué hacer. Para percibirlo, basta con quedarse quieto, permanecer simplemente allí un buen rato (hablo así a sabiendas: se pasa un “buen” rato si a uno le gusta la gente y su realidad).
En los primeros minutos del documental, Varda confiesa que el disparador del documental fue una pareja que se dedicaba al comercio de las fragancias. Pienso que los perfumes y las lociones funcionan un poco como los daguerrotipos. Se trata de intentar fijar algo por un instante, una aroma, un momento, un rostro, un gesto apenas. En este caso la vida secreta de los comerciantes, de seres humanos que detrás de un mostrador resguardan un pasado o que esconden secretos quizá perversos o mórbidos, pero que a través del lente de Varda se convierten en historias entrañables que nos invitan a mirar nuestro minicosmos con un ojo más atento y amable.
Por Davo Valdés de la Campa (@Davovaldes)
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