‘Manakamana’: La contemplación del colapso

¿Qué es lo que se halla en la espera? El silencio y el estoicismo de un cuerpo esperando puede resultar profundamente revelador si se mira el tiempo suficiente y utilizando las herramientas adecuadas de análisis, debiendo considerar lo que se espera y cómo se espera. Estructuras sociales, hábitos e idiosincrasias completas pueden ser apercibidas en cualquier lugar y en cualquier momento. Pierre Bourdieu, el eminente sociólogo francés, habló del habitus como el conjunto de esquemas a partir de los cuales se percibe el mundo y se actúa en el.

Los cineastas Stephanie Spray y Pacho Velez, bajo el riguroso auspicio de la dupla Castaing Taylor-Paravel, responsables de aquella voraz, entrañable y bestialmente vertiginosa experiencia fílmica llamada Leviathan (2012), nos llevan en un viaje de tonalidades y ritmos distintos, mediante una franca y honesta exposición central. La premisa implica observar una decena de travesías realizadas en un teleférico en Nepal, específicamente hacia el templo de Manakamana, el lugar sagrado de la diosa Bhagwati, quien, se cree, concede los deseos de todos aquellos que hacen la peregrinación para verla.

La cámara como observador pasivo en Manakamana (2013) parte de aquellos que visitan el templo para construir pasivas radiografías conductuales que obligan al espectador a mirar con paciencia dentro de un contexto específico. Sea en un abuelo que tiene sutiles y tiernos intercambios con su nieto, un grupo de adolescentes que aprovechan el momento para tener banales discusiones o un grupo de cabras que ignoran, igual que nosotros, lo cruel o compasivo de su destino, los pasajeros del teleférico se dirigen a una misma experiencia de orden religioso, pero por espacio de los 10 o 12 minutos que dura cada viaje, una realidad compleja se desdobla con inquietante naturalidad frente a nosotros, totalmente ajeno y al mismo tiempo profundamente identificable.

Spray y Velez, miembros del cada vez más eminente Laboratorio de Etnografía Sensorial de la Universidad de Harvard, ponen nuevamente en entredicho el papel del “autor” o del “cineasta” al plasmar la realidad documental, debate inacabable prácticamente desde los días en los que Dziga Vertov capturaba detalles de la sociedad soviética en los años 20, y que ahora, en una explosión social, muestra la evolución de ese habitus Bourdieano que finalmente colapsa de manera hipnótica en el mundo contemporáneo, colgando sobre montañas y en camino a ver a una diosa que concede deseos. Manakamana demuestra que el auténtico cotidiano converge en el poder del silencio y la contemplación.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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