Maestro y el sudor de los genios

Debe ser trágico tratar de emular la genialidad cuando solamente se tiene cierto talento impulsado por la vanidad y no el trabajo. Este es el caso del actor y cineasta Bradley Cooper, quien después de lograr una afortunada ópera prima en Nace una estrella (A Star is Born, 2018) se embriaga en una necesidad de validación artística con Maestro (2023), tan reveladora del carácter del actor/cineasta que genera un interés muy peculiar. Como muchos otros biopics, la película muestra desde al ascenso hasta los últimos días en la vida del célebre compositor y director de orquesta judíoamericano Leonard Bernstein, tomando como eje central su relación con la actriz Felicia Montealegre (Carey Mulligan), con quien estuvo durante 25 años.

En Nace una estrella, Cooper estableció varios temas que encuentran resonancia en Maestro, especialmente la imposibilidad de sostener una relación entre personas que se alimentan del aplauso ajeno, de hecho, pocas tomas tienen tanta ominosidad aquí como las de una audiencia rompiendo en estruendoso aplauso, así como el embelesamiento que se experimenta por otra persona. Cooper opta casi siempre por close ups y tomas cerradas que permiten una mejor apreciación del gesto, aspecto que por ejemplo revelaba ciertas carencias de Lady Gaga, en un tono más intimista y que favorece bellamente a una actriz de extraordinaria vitalidad interna como Carey Mulligan, cuya presencia es por mucho el aspecto más estimulante del proyecto, pero el interés de Cooper parece recaer más en una consciencia de sí mismo, tanto como intérprete como cineasta que es lo suficientemente eficaz sin volverse embarazosa.

Fotografiada por Matthew Libatique, célebre por sus trabajos con Darren Aronofsky, Maestro pasa de un prístino blanco y negro a un desaturado y vivaz color en sus dos actos -un movimiento similar al que se pudo ver en Oppenheimer (Christopher Nolan, 2023) aunque sin las digresiones temporales-, sin realmente hacer explícito el motivo detrás de esa decisión más allá de un simple desplante estético, uno de tantos que Cooper lanza a lo largo de la película, algunos finamente ejecutados -como la secuencia en la que Felicia y Leonard pelean durante una cena de Día de Acción de Gracias y un Snoopy gigante desfila frente a su ventana- y otros más irregulares o hasta algo embarazosos, como el momento en el que en una secuencia musical quizás inspirada por los trabajos de Bob Fosse, Cooper comienza a bailar uno de los números de Anchors Aweigh.

En la amplia historia de actores que han incursionado en la dirección, el caso de Cooper quizás es más cercano al de Barbra Streisand que al de alguien como Clint Eastwood. Como sucede en el cine de Streisand, el ego y la vanidad del intérprete no se convierte necesariamente en un obstáculo sino en una fortaleza cuando los gestos detrás de cámara son tan grandilocuentes como los que se tienen delante de ella. Cabe pensar en Yentl (1983), por ejemplo: un empalagosamente fino musical sobre la tradición judía en la que una mujer se disfraza de hombre para estudiar la Torá y se casa con una mujer con la que tiene un vínculo afectivo aún más fuerte que con su interés romántico.

En Maestro, un hombre homosexual tiene un vínculo afectivo fortísimo con una mujer al grado de casarse con ella y tener tres hijos, más fuerte que con cualquiera de sus amantes. La idea latente en ambos largometrajes es la forma en la que el amor disuelve cualquier código de género y se vuelve una fuerza arrolladora que encuentra su expresión más pura en una explosión musical, el problema de Maestro es que el genio musical de Bernstein es un elemento secundario, cuya principal función es hacer ver a su protagonista como un hombre virtuoso, aunque es solamente una simulación de genialidad, un auténtico performance en el que Cooper conduce a sus músicos con una grandilocuencia física que pretende demostrar que la música, la verdadera música, se suda. Esto queda demostrado en la secuencia dentro de una iglesia en la que Bernstein conduce su pieza titulada Misa y termina empapado, como si el sudor de los genios fuera una suerte de fino licor o elixir que pocos tienen la capacidad de generar. Curiosamente en Nace una estrella, Cooper también tiene un momento de eyección corporal celebrando el genio musical, solo que en lugar de sudor era orina mientras recibía un premio Grammy.

A pesar de ser tan celebrado, Leonard Bernstein se topó constantemente durante su carrera con el estigma de hacer música que no era “seria” y no ser legitimado como un artista en todo su derecho. Bradley Cooper, como cineasta, también quiere esa misma validación por parte de crítica y audiencias, sin embargo, la necesidad de ser tomado en “serio” aleja el disfrute y deja solo el sufrimiento, la intensidad como un indicador inapelable de genialidad, mientras otros cineastas, realmente virtuosos, solo necesitan de la ligereza y la humildad para alcanzar esa grandeza sin un esfuerzo visible, una “gran vida interna” como dice el mismo Bernstein a quien Cooper solo interpreta más no parece entender a cabalidad.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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