‘Los insólitos peces gato’: La intimidad de los extraños
Number there in love was slain.
William Shakespeare
El forastero, portador de la soledad, es el arquetipo más poderoso por ubicuo: todos estamos solos. En Los mitos griegos, Robert Graves describe al hombre como la única criatura que levanta la mirada para ver el sol, la luna y las estrellas, una imagen de contemplación que afirma al hombre como el único en saberse diminuto, absurdo y necesitado de su especie para, en la reunión, encontrar el amor y la posibilidad de un legado, su única defensa contra la muerte.
La familia es el primer punto de comunión del ser humano; un espacio ajeno que se apropia de uno y lo vacía de la nada con el conocimiento que dan las primeras experiencias. La fractura de la soledad en este núcleo es la base de Los insólitos peces gato (2013), de Claudia Sainte-Luce, donde la extraña Claudia (Ximena Ayala) se inserta en un vaivén de interacciones completamente nuevo, en efecto insólito, cuando conoce en un hospital a Martha (Lisa Owen) y a su variopinta camada. A partir de sus primeras escenas juntas percibimos una distinción evidente, pues Claudia, tímida, taciturna, ve interrumpido su silencio por Martha, llena de vida a pesar del sida, y sus hijos, un poderoso imán nostálgico, fácil de reconocer en los primeros recuerdos de apodos, de insultos benignos que suman la gentil crueldad con que la infancia expresa el amor. Este cariño se esparce hacia la forastera, encamada debido a una apendicitis, quien lo repele hasta que sobrepasa su propia desconfianza.
Al terminar los tratamientos de ambas pacientes, Martha insiste en llevar a su casa a Claudia, quien al principio reacciona con temor a la vida familiar, un misterio que sólo descifra cuando ya es parte de este hogar nuevo. Aunque insiste en tener una familia y una vida que la esperan, Claudia termina abriéndose: más allá de Martha y sus hijos no hay nadie. La familia, para Sainte-Luce, no es génesis, sino encuentro; la identificación no es consanguínea, sino espiritual, entre un grupo de personas unidas por un amor que no fuerza la biología. Por supuesto, la compenetración no es instantánea porque Claudia es un individuo complejo, no una mascota, y ella no es hija de Martha ni hermana de los niños.
Las barreras de la inclusión son el obstáculo que le da su cualidad agridulce a Los insólitos peces gato, pues si bien la familia puede hallarse lejos del apellido, esto implica una distancia física del vientre materno y, por tanto, una distinción a vencer con los hijos genuinos. En varias escenas Martha y Claudia son interrumpidas por los niños, que orinan la cama, son picados por abejas o se cortan con vidrio, y para responderles la madre enajena a Claudia. “¿Por qué estás con nosotros, en serio te hace feliz?”, le pregunta Wendy (Wendy Guillén) a Claudia, cuya mudez impide una respuesta verbal; son sus acciones las que responden la pregunta de su nueva hermana: desde hacerle caso a las heridas en las muñecas de ésta, que nadie ha visto, hasta darle su primer beso a Armando (Alejandro Ramírez-Muñoz), no sin antes haber escuchado los pesares amorosos de Alejandra (Sonia Franco) y haber encubierto la borrachera de la precoz Mariana (Andrea Baeza). La competencia no es obstáculo para el amor, que es medio y fin de sí mismo.
Los insólitos peces gato es una obra honesta, divertida y conmovedora que propone la inclusión en ambos sentidos: colectividad que integra e individuo que se abre, y a la familia como una playa donde el náufrago siempre se puede hallar a salvo y a sí mismo. Claudia Sainte-Luce reflexiona sobre la aquiescencia como afirmación de la intimidad entre los extraños, que nunca dejan de ser ajenos ni hermanos porque son uno solo.
Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)
Ésta es una reedición de nuestra cobertura de la 55 Muestra de la Cineteca Nacional.