‘Los adioses’ y la voz del eterno femenino

La modernidad exige sociedades que logren la igualdad de género en sus diferentes ámbitos sociales. Si bien son evidentes los avances en la consolidación de derechos básicos para mujeres como la educación, el derecho al sufragio y, de manera reciente, la despenalización del aborto en países conservadores como Irlanda, los positivos cambios aún son insuficientes para que a las mujeres se les observe como auténticos seres humanos con aspiraciones, sentimientos y valía personal.

En casos en los que los pensamientos fluyen incesantes en la mente y buscan una salida, la literatura se convierte en un recurso poderoso y en una voz conformada por palabras que saltan las páginas, provocando reflexiones profundas sobre el proceder del mundo y sus ideas. La escritora mexicana Rosario Castellanos (1925-1974), además de guardar en su obra cuestionamientos políticos, sociales y el desequilibrio en los tratos entre hombres y mujeres, ejercía un balance como madre y como escritora.

Los adioses (2017), además de asomarse de manera íntima a instantes trascendentales en su vida, vislumbra las aseveraciones que la mujer experimenta ante el machismo. La cinta de la realizadora Natalia Beristáin (No quiero dormir sola) evade la linealidad tradicional que ofrece un biopic en tiempo y forma, para abarcar la profundidad intelectual y emocional de la obra de Rosario Castellanos, de sus contradicciones existenciales y, sobretodo, de la tormentosa relación con el filósofo Ricardo Guerra.

El relato de Javier Peñalosa y María Renée Prudencio utiliza diversos versos del trabajo artístico de la escritora para reflejar y ahondar en sus emociones, dependiendo de etapas claves en el retrato de su vida y en diferentes edades. La joven Rosario (Tessa Ia), como estudiante de la UNAM, se descubre a sí misma inmiscuida en el dominio masculino y su avasallante presencia en las aulas y pasillos de la universidad, abriéndose paso como poetisa ante tal competencia, y reafirmando el amor que siente por Ricardo (Pedro de Távira) tras conocerlo en una reunión de estudiantes.

El equilibrado paralelismo en la juventud y madurez de la pareja muestra el estado de su romance y los cambios que atraviesan. Primero, desde un pasado más idílico sobre el amor, los guiños a la concientización de la violencia de género y la formación de puntos de vista que tocan sus etapas adultas. Después, el presente de la trama refuerza una vertiente que muestra la fragilidad humana. Como adulta y consagrada como escritora, Rosario (Karina Gidi) se reencuentra con Ricardo Guerra (Daniel Giménez Cacho) tras las circunstancias que les impidió concretar su romance, llevando una relación entre altas y bajas, obligados a un juego de apariencias ante una sociedad que exige la perfección en un matrimonio.

Beristaín, por medio de la atención a los detalles del entorno y las reacciones, resalta los contrastes en sus comportamientos. En eventos sociales reflejan estabilidad. Caso contrario ocurre con la intimidad que guarda una habitación y las inmediaciones del hogar, al tratarse de los únicos lugares donde muestran sus verdaderos comportamientos, como la delicadeza que remarca las inseguridades naturales por la apariencia física conforme el cuerpo cede al envejecimiento y la inferioridad masculina ante el éxito femenino que es capaz de provocar debacles.

Así, las sutilidades del entorno se exponen, representando la válvula de escape de las emociones de Rosario, la insatisfacción por un esposo infiel, quien desea no únicamente preservar su carrera literaria y su labor como docente, sino también la maternidad, con una introspección que provoca dicha, tristeza y frustración, la constatación del machismo y las arcaicas ideas sobre la imposición de roles, específicamente, someter a la mujer como exclusiva ama de casa por destino existencial.

La sólida retrospectiva a Rosario Castellanos es el vehículo para que Los adioses despliegue una solitaria, sutil y poética consagración a la escritura que derivó en una observación necesaria hacia el papel de la mujer, la femineidad y la represión que aún impera en el mundo laboral.

El eterno femenino que, por su existencia, invita a romper el silencio de la condición de género.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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