Una imagen recurrente en la trayectoria de Sofia Coppola como directora siempre ha sido la de una persona en constante estado de contemplación narcisista, un ejercicio estéticamente atractivo pero carente de profundidad y que por más que observemos no conseguiremos más que un reflejo que se regodea en su belleza, glamour y superficial impacto. Uno parece obtener una sensación similar al ver la obra más reciente de la hija del antes alabado Francis Ford Coppola, una mujer que se niega a soltar el espejo y que ahora está rascando el fondo del baúl en busca de un vestido nuevo para presumir.
Basada en un artículo de Vanity Fair elegantemente titulado The Suspect Wore Loboutins, la nueva cinta de Sofia Coppola, que abrió la sección Un Certain Regard del pasado Festival de Cannes, se centra en el neomaterialismo trendy de la juventud angelina, específicamente en un grupo de adolescentes que comienza a invadir casas de celebridades que dictan el gusto y la tendencia de la experiencia adolescente, particularmente Paris Hilton y Lindsay Lohan. A partir de este momento, la cinta entra en un atrayente loophole a contrapunto con momentos musicales estupendos y una propuesta fotográfica heredada de la publicidad de American Eagle o Abercrombie & Fitch (o, en su versión más accesible, H&M).
Siendo una cinta materialista que se acepta como tal con presuntuosa indiferencia, rápidamente se queda sin mucho que decir sobre sus personajes y sus acciones. Las motivaciones están ahí, los personajes están ahí, lo que no existe es alma o verdadera sustancia, pero el dilema recae en preguntarse si realmente existe esa sustancia. Los personajes son fetichistas del más descarado branding, cleptómanos existencialistas de la más baja clase y de una moralidad tan ambigua y plana que por momentos parecen los jóvenes que retrató Bresson en Le diable probablement (1977) pervertidos por los hijos de MTV, criados a base de las aspiraciones fashionistas de populares programas de TV como The Hills.
De la banda de jóvenes destaca una agresivamente vacua Emma Watson, que con seguridad, nihilismo y violento egoísmo cierra la cinta con descarada autopromoción. De igual calibre resulta la interpretación de Leslie Mann (George de la selva, This is 40) como la madre simbólica de toda la generación angelina, cuya figura idealizada es Angelina Jolie y que basa su educación espiritual en el bestseller The Secret, el cúmulo de soluciones obvias y espiritualidad nimia que responde a una desesperada búsqueda de sentido una vez que las responsabilidades de la maternidad se terminan.
Durante su carrera, Sofia Coppola se ha especializado en el drama del rico y la élite, esforzándose para demostrar que, vulgarmente, los ricos también lloran. El problema es que se está llegando a una instancia dolorosamente obvia en la que la descendiente más renombrada de la dinastía Coppola comienza a quedarse corta de ideas, pero su estilo y talento visual es innegable, particularmente en la escena del asalto a la casa de Audrina Patridge, una magnífica toma a la Jacques Tati (Playtime, 1967) que se permite jugar formalmente con su espacio. Y desde luego, no podía faltar el pole dancing alias el tubo, elemento que ya tuvo una participación central en la inferior cinta Somewhere (2010), donde un Ferrari daba vueltas sin sentido, estableciendo el eje temático de la cinta en una imagen. En The Bling Ring, la toma-eje son las cosas, cosas y más cosas.
Empacados en Louis Vuitton, cronometrados por Rolex, vestidos por Chanel o Hervé Leger, calzados con stilettos rosas Louboutin y embolsados por Marc Jacobs, esta cinta presenta una amplia galería de cosas lindas que cualquier adolescente angelino promedio maneja con mejor habilidad que las tablas de multiplicar. Ciertamente la cinta representa un festín para una cantidad obscena de fashionistas o gente que se jacta de serlo. Si nos tomamos en serio el mensaje central de The Devil Wears Prada (2006) sobre el papel pivotal de la moda en nuestra vida (vivirla en la creación de alguien más) en The Bling Ring está la perversión de ese principio, en el que el núcleo de la existencia yace en el material y no en el acto creativo. Más seda para vestir el alma, por favor.
Coppola nos habla de estos amantes de lo efímero, cuyo imperio ya fue desmenuzado por el francés Lipovetsky (El Imperio de lo efímero), de una manera focalizada pero que a la larga es repetitiva y unidimensional. Estos devotos del collage y el texting creen que la fascinación del pueblo estadounidense por ellos era, ingenuamente, como símiles de los legendarios bandidos Bonnie Parker y Clyde Barrow, pero más allá de su cleptomanía hip, esta la fantasía de la posesión, el más hueco materialismo, un espejo de brillantes bordes que sólo nos devuelve una imagen que cambia de vestido, pero que permanece siendo menos profundo que su reflejo.
Y de manera apropiada y brillante, Frank Ocean nos da el epílogo de la cinta:
Cause father is gone
And he left me this empire
That runs on its own
So all I got to do is whatever the fuck I want
All we ever do is whatever the fuck we want
Por JJ Negrete (@jjnegretec)