Una persona común y corriente decide tomar la justicia en sus manos asesinando a criminales, pedófilos y demás calañas. Este personaje decide viralizar sus asesinatos; pronto se convierte en celebridad. Lo mismo tiene seguidores que detractores, lo mismo causa dolor que alegrías. La justicia logra capturarlo, él decide otorgar una entrevista donde contará todo. Así comienza el debate: ¿John Doe es héroe o villano?
Kelly Dolen (director de la cinta) utiliza el lenguaje de los noticieros televisivos, desde los amarillistas hasta los “serios”, jugando con la cadencia de las cámaras durante la entrevista. Por momentos todo parece ser un mockumentary, por otros la ficción predomina. Así se ve una de los principales errores de la cinta, la falta de cohesión. John Doe lo es todo y, a la vez, nada. Jamás toma una senda fija, se tambalea y vacila entre un camino y otro. Pasa por los géneros de crimen, acción, drama, comedia, denuncia, sin lograr concentrarse en uno, sin profundizarlo, ni explotarlo. El filme se comienza a volver soso después de la primera media hora; ya no se sabe muy bien qué es lo que se está viendo, pues el lenguaje cinematográfico escasea en la mayoría de los minutos. Ese lenguaje de noticiario termina por ser cansado, aburrido y sin chiste. La cámara es pueril, poco dinámica, poco dramática, sin ideas claras. Hay muy pocos momentos de cine, efímeros minutos que logran enrolarte en la trama, hipnotizarte y fijarte a la butaca. Algunos minutos al inicio y durante el clímax son los que verdaderamente valen la pena; después de eso hay mucha paja y poca idea.
La historia es otro gran pecado. No porque sea mala, carente de solidez o hasta de argumentos que inciten el debate. El problema es su forma: esta no es una historia para cine. Tiene todo para ser un cómic, hasta el homenaje/plagio a V de Vendetta de Alan Moore, tiene diálogos, momentos, personajes y situaciones que se explotarían con mayor impacto en una novela gráfica, pero en el cine son cansados. El diálogo es fuerte, casi filosófico, con interrogativas a la moralidad y la legalidad, pero de eso no se puede sostener una película. No puede ser un discurso eterno de discusiones morales o, por lo menos, no de esta forma, pues el resultado termina siendo lo que vemos en pantalla.
A John Doe: El vigilante (2014) le falta acción, que las cosas sucedan. Es pantanosa, dura, somnífera. Hay explosiones, sangre, disparos, pero nada sucede; no tiene la contundencia de Asesinos por naturaleza (Natural Born Killers; Oliver Stone, 1994) aunque manejen ciertas similitudes. Parece que tampoco conseguirá el culto de V de Vendetta. Ni la fuerza comunicativa de alguna cinta de denuncia, de debates morales o acciones legales.
Con tantas referencias visuales (videojuegos, cine, televisión, cómic, etc.) se tiene una generación acostumbrada a la mezcla, a tomar de aquí y de allá. La generación Tarantino que hace un remix de lo pasado. Demasiado puritano es exigir que el cine sea cine, el cómic cómic y así sucesivamente; sería coartar la posibilidad de dotar a cada una de las disciplinas de un extra que les ayude a explotar mejor sus propios lenguajes, pero no deben olvidarse las reglas básicas de lo que se está produciendo. En John Doe se olvida por mucho tiempo que se está viendo una película. El mismo producto deja serlo por sí solo y eso merma la expectación. La polémica es un potenciador, tal vez el único, de la cinta, pero el ensayo que pretende realizar se pierde en su exposición: los mismos autores dan las respuestas, algunas claras, otras no, e intenta formar una opinión en quien mira. No hay un intento de moralizar, sí uno de justificar, de comprender, de alterar. Y ahí es donde la ficción se pierde con el documental y este con el panfleto y la propaganda. También ahí es donde todo se rompe y deja de funcionar.
La cinta va de palomera para abajo, de aburrida a pesada y un poco chocante. John Doe es héroe y villano, el primero en la ficción, el segundo en la realidad.
Por Ali López (@al_lee1)