‘Iron Man 3’: La tercera (no) es la vencida

La experiencia de haber ayudado a repeler una invasión extraterrestre en The Avengers (Joss Whedon, 2012) parece haber dejado su huella en el multimillonario Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) quien desde los increíbles sucesos ocurridos en Nueva York padece de insomnio y abruptos ataques de ansiedad.

Intentando sobrellevar la situación, pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su laboratorio, avocado obsesivamente a perfeccionar su sofisticada armadura (a la que nombra Mark 42), otorgándole la capacidad autónoma de protegerle ante cualquier riesgo latente, por lo que su estabilidad física y sentimental al lado de Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) comienza a tambalearse. Por si fuese poco, a la situación se suman las apariciones de un ex pretendiente de Potts y la de un peligroso terrorista radical conocido como El Mandarín (Ben Kingsley) quién no sólo no tardará en poner en peligro la vida de Tony Stark, sino también en desestabilizar a todos los ordenes de gobierno de los Estados Unidos.

Stark se verá obligado a prescindir de su alter ego de oro y titanio, poniendo a prueba con ello todos sus conocimientos y habilidades para derrotar al terrible adversario, mientras trata de salvar su relación con Potts y de exorcizar sus propios demonios internos.

No sorprende el que este nueva entrega de las aventuras del personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby haya obtenido ingresos de taquillas en su estreno de fin de semana por poco más de 600 millones de dólares en cines de Estados Unidos y Canadá, así como del resto del mundo. Después del descomunal éxito de Los Vengadores, era de esperar el apremiante interés de las audiencias jóvenes y devotas por ver nuevamente en acción al metálico personaje, quién gracias al carisma y la indudable bis cómica que ha sabido inyectarle el actor Robert Downey Jr., se ha consolidado como el más aplaudido del universo cinematográfico reciente de Marvel.

Si bien lo que se deducía tras el visionado de los trailers de Iron Man 3 era un (aparente) tratamiento más oscuro del héroe, lo que marca la interesante diferencia con respecto a los filmes anteriores es el cómo Shane Black aborda (por supuesto, siempre dentro de los limites de la superficialidad) la psique de
Stark y sus motivaciones. Su principal mérito reside en el adecuado balance que logra entre la artificiosa efectividad de la puesta en escena –el espectacular rescate aéreo y la aparatosa destrucción de la residencia de Tony Stark constituyen un buen ejemplo de ello– y la manera como el realizador decide jugar con los convencionalismos de todo el asunto, dándose incluso el lujo de alterar sarcásticamente algunos de los rasgos de los personajes establecidos en los comics.

Iron Patriot es un alias políticamente más correcto para mí que War Machine,” reflexiona con ingenuidad el coronel James Rhodes (Don Cheadle).

Hasta el momento, algo que ha caracterizado a las películas producidas por Marvel inscritas dentro de su renovada corriente del cine de superhéroes, ha sido la renuencia por parte de los diferentes realizadores en turno (Joss Whedon, Kenneth Branagh, Jon Favreau, Louis Leterrier, etc.) por adentrar a sus protagonistas en territorios más densos y complejos de los que suelen pisarse en este tipo de materiales. (Un fallido intento por salir de la regla vino por parte de Ang Lee con su versión de Hulk).

En el caso que nos ocupa, Black también hace un leve intento por salir del canon. La saga de Iron Man ha manejado someramente la noción fundamental –y tangible en estos tiempos– del incremento de las capacidades humanas por medio de la inteligencia artificial, el (tibio, pero siempre presente) comentario y critica políticos, (los cual aluden en esta ocasión a la psicosis colectiva posterior al 11 de septiembre… y la futilidad de la figura presidencial) aprovechando al máximo el disfrutable humor socarrón característico de los diálogos de Tony Stark.

El eje primordial del film, como se ha mencionado repetidamente, es el dilema sobre si la maquina es la que hace al hombre o si es el hombre quién hace a la maquina, y la lucha interna de Stark por definir la subordinación de uno sobre el otro (Un dilema que recuerda el experimentado por Alex Murphy, el protagonista de RoboCop).

El detonante que hará regresar a la acción al multimillonario superhéroe no es su sentido de la justicia, sino una cuestión personal: durante uno de los ataques del Mandarín, su ex-jefe de seguridad Happy Hogan (Jon Favreau, quien prefirió en esta ocasión fungir como productor ejecutivo y permanecer delante de las cámaras) es brutalmente herido, lo que motiva a Stark a expresar públicamente un irrefrenable deseo de venganza, la cual terminará por depender casi exclusivamente de su ingenio, la detectivesca sagacidad y las capacidades físicas del (ahora) neurótico personaje, quien tendrá que recurrir al uso de improvisadas herramientas a falta del sofisticado poderío de su traje, el cual permanecerá inutilizado durante buena parte de la trama.

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Otro acierto del guión es la percepción que éste maneja del propio Iron Man, a quien llega a señalar como una entidad incluso amenazante, lo cual se evidencia en ese momento en que Tony Stark apenas logra impedir a tiempo que el traje/autómata Mark 42 asesine a Pepper Potts en su intento de proteger a su creador.

Sin embargo, puede que la gran mayoría de esas libertades argumentales por cortesía de Shane Black y su co-guionista Drew Pearce estén lejos de ser vistas como una virtud a ojos de los más acérrimos y puristas conocedores del universo Marvel. Muchos de estos expertos en temas tan apasionantes, como la mitología alrededor de Marvel Comics, seguramente percibirán como una mentada de madre a su entendimiento el que un personaje del talante de El Mandarín –en los cómics, además de dominar con letal maestría las artes marciales, también hace gala de sobrenaturales poderes provenientes de la magia
negra–, quién, Oh, grave paradoja, es precisamente la némesis por antonomasia de Iron Man.

En su versión cinematográfica este némesis se muestra como un individuo de aspecto más bien caricaturesco y paulatinamente desdibujado. Y si de ponernos mamones y buscarle a huevo a la presente madre más defectos se trata, hay bastante tela de donde cortar, por poner nada más un rápido ejemplo, en lo que se refiere a la falta de coherencia con el contexto planteado en las demás películas que conforman la llamada Phase One – Avengers Assembled, la más evidente: la total ausencia del resto de los miembros del equipo. A lo largo de la trama, se suceden una tras otra las referencias sobre los eventos ocurridos en el exitoso film anterior; perfectamente claro está que el protagonista absoluto de éste nuevo show es Iron Man, pero tomando en cuenta que Tony Stark es aparentemente borrado del mapa y una poderosa organización terrorista ha secuestrado ni mas ni menos que al mismísimo Presidente de los Estados Unidos
de América (William Sadler) ¿Semejante violación a la seguridad nacional no ameritaría que al menos Nick Fury o el Capitán América tomasen cartas en el asunto? ¿Dónde chingados andan todos estos cabrones?

Si a esto le añadimos el (inútil) empeño de Shane Black de cerrar la cinta simulando una despedida definitiva de la franquicia, el cuadro luce completo. (No obstante que, al final de los créditos, se puede apreciar, al más puro estilo James Bond, la lacónica frase “Tony Stark will return”.)

A estas alturas del partido, ya suenan a lugar común las comparaciones entre las cintas producidas por Marvel con los logros alcanzados por Christopher Nolan. Ciertamente, la cinta de Shane Black está lejos de conseguir los niveles de emotiva complejidad de la trilogía que el británico le dedicó al personaje creado por Bob Kane. (Y un poco más lejos se halla de ser la nueva cinta “definitoria” del genero hasta el momento.)

Pero si se acude a verla con la disposición de aceptar o pasar por alto la infinidad de convencionalismos presentes en un entretenimiento escapista por definición como Iron Man 3, la experiencia puede llegar a ser muy satisfactoria, especialmente para aquellos asiduos espectadores gustosos (o no) de solazarse con la complacencia infantiloide habitual de la Marvel.

Un curioso detalle para la trivia: el atentado durante el cual cae herido el personaje encarnado por Jon Favreau, tiene como escenario los exteriores del Grauman’s Chinese Theatre, el famosísimo cine ubicado en Hollywood Boulevard, California, siendo prácticamente destruido en la cinta; al momento de escribir estas líneas, el inmueble, efectivamente, se encuentra en un arduo proceso de remodelación. Obviamente, esto no es consecuencia del ataque de un grupo de terroristas con capacidades sobrehumanas, sino que el tradicional recinto pronto será transformado en una enorme sala IMAX, un hecho que tal vez haya sido ingeniosamente aprovechado por el departamento de mercadotecnia de la Paramount. A saber.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos.

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