Hazme el favor : El temor de los virgenes

¿Qué es exactamente lo que hace que una sensibilidad específica cambie con el tiempo? La relación con fenómenos como el sexo, los vinculos afectivos y con la vida misma en general sufre transformaciones tan sutiles que únicamente son visibles después de años de estar inatento, para que cuando se vuelva la mirada, uno se encuentre con un semblante familiar, pero cambiado. Resulta irónico –y muy apropiado– que la protagonista de Hazme el favor (No Hard Feelings, 2023), sea Jennifer Lawrence, quien tras unos cuantos años de “descanso” regresa a las pantallas con un rostro que, evidentemente, ya no tiene la misma juventud pero que conserva todas las cualidades que la llevaron a un meteórico estrellato de considerable prestigio y fama.

El carisma de una actriz como Lawrence es peculiar; tiene una personalidad agresiva aunque al mismo tiempo no permite que dicha hostilidad la haga repelente, sino que sabe utilizarla de forma que sea no solamente agradable sino hasta seductora. Algo similar a lo que sucedía con la actriz Ruth Chatterton (Frisco Jenny, 1932; Female, 1933), estrella de los días previos a la entrada del Código Hays cuya carrera se desvaneció gradualmente tras la aparición de éste. Al igual que Chaterton, Lawrence a través del personaje de Maddie se enfrenta a un nuevo código ético, decididamente más conservador y al que su manera de ver el mundo es incompatible a lo que conocía. En ese sentido, nada es más revelador del tiempo pasado que la perplejidad que nos causa la conducta de un adolescente.

La película parte de una serie de preconcepciones bien establecidas no solamente de las comedias adolescentes clásicas, un linaje que abarca desde la escatología de Porky’s (1982) o la saga –sí, eso pasó– de American Pie (1999), hasta la creación de un código afectivo preciso en películas que van de The Breakfast Club (1985) hasta Easy A (2010) y, aunque en la actualidad no existe un protocolo explícito como el Código Hayes, si existe uno tácito que es expuesto más no necesariamente ridiculizado en Hazme el favor

La premisa se centra en una propuesta que le hacen a Maddie los acaudalados e híper ansiosos padres de Andrew (Percy Becker), un joven de 19 años que no sale de casa, no tiene amigos y está a punto de iniciar su vida universitaria en Princeton. El trato consiste en quitarle la virginidad al aprehensivo joven a cambio de un automóvil que le permitirá a Maddie continuar trabajando como chofer de Uber y así poder pagar los impuestos necesario para evitar que embarguen la casa de su madre, amenazada por la predadora gentrificación que se expande en su pueblo.

Maddie cree que será sencillo seducir a un joven como Andrew, y aunque en cada esfuerzo termina por ser humillada, es gracias a la ausencia de toda vanidad en una actriz como Lawrence que esa humillación no se percibe como deliberadamente cruel contra el personaje, sino como una forma de aproximarse a una forma de relacionarse que no tiene que ver con “sensibilidades contemporáneas”, sino puramente humana.

Aunque Hazme el favor podría ser leída superficialmente como una “sátira” a la fragilidad emocional que predomina entre las generaciones más jóvenes y posturas definidas como “progresistas”, la película tiene la habilidad de posicionar claramente los temores de sus dos protagonistas. Por un lado, aunque Andrew si siente atracción por Maddie, no puede verla únicamente como un objeto sexual, más que por respeto o la necesidad de un vínculo, por terror al contacto físico; mientras que Maddie se vampiriza a sí misma y se convierte en una burda parodia de Kathleen Turner en Body Heat (1984) con la que es imposible vincularse. Las barreras detrás de las cuales ambos personajes se ocultan gradualmente se van derribando, primero a través de un golpe de comedia escatológica (ya sea la feroz pelea entre Lawrence desnuda y un trío de bullies en la playa o Becker desnudo sobre el cofre de un automóvil a toda velocidad) que posteriormente da pie a un encuentro en el que ambos personajes pueden ser/verse vulnerables frente al otro, algo más revelador e íntimo que la desnudez misma.

Quizá por ello es que la mejor escena de la película no es una que involucre un chiste, sino una canción. Una vez que los protagonistas se compensan el uno al otro una “noche de graduación”, durante la cena, Maddie le pide a Andrew que ocupe el lugar del pianista del elegante restaurante en el que se encuentran. Él, paralizado por el miedo, se niega pero ante la insistencia de ella toma asiento y entona una versión para pianobar de Maneater de Hall & Oates, una canción significativa en la relación de ambos, tanto por que Andrew tenía pesadillas de niño con ella así como por describir la actitud de Maddie ante los hombres, detonada, evidentemente, por una figura paterna ausente y negligente. La película les da a ambos personajes la oportunidad de confrontar traumas y miedos. Para ellos es una película de horror, para nosotros una comedia “ligera”, como le sucedió al personaje de Ben Stiller en There’s Something About Mary (1998).

Aunque la película se vende como una guarrada inconsecuente, Hazme el favor tiene el candor y la delicadeza de películas como Anoche soñé contigo (1992), de Maryse Sistach; Las horas muertas (2013), de Aaron Fernández Lesur; e, incluso, Club Sandwich (2013), de Fernando Eimbcke, obras en las que lo sexual es meramente incidental, o más que incidental, un detonante para llegar a una emoción más profunda, aunque el sexo también sea una conexión, furtiva y efímera, pero tan real como cualquier otra. En una escena, Maddie irrumpe en una fiesta de universitarios en la que en todas las habitaciones hay una pareja que está, o fumando de un vape o con lentes de realidad virtual, pero ninguna teniendo sexo, a lo que Maddie exclama: Doesn’t any body fuck anymore?

Hazme el favor hace patente que hay un cambio de paradigma del que se es primero testigo antes que crítico. Aquí los padres no le temen al sexo ni lo prohiben a sus hijos, lo buscan para ellos. Ahora el temor de los virgenes ya no es quedarse en ese estado y desesperadamente buscar abandonarlo como en American Pie o La primera noche (1996), sino perderla. Si ya nadie coge no es por falta de ganas, sino por miedo a sentir algo más que placer. De terror, te digo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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