Hazme el amor en la roqueta: la fantasía acapulqueña

En el botadero la encuentras como: Tres lancheros muy picudos (1989)

Pregunta por ella así: Me voy a Caleta para las vacaciones y me compré estos cacheteros rojos, ¿sabe de alguna película para que me anime a ligarme unas güeras?

Valor agregado: Tun tun peleando contra un mafioso portando una katana; Tun tun chingándose un pastel, presumo, de chocolate; Tun tun usando un parapente con motor; Tun tun viendo con quién se echa un palo. Tun tun por siempre.

Acapulco. Ah, pinche Acapulco. Con tu bahía que invita al roce de la piel y tu arena de exfoliación profunda. Ese pañal que flota con la espuma de las olas. La roqueta dominando el paisaje sobre el que Luis Miguel cimentó su marca. El Baby’O con sus luces neón. El olor a aceite de coco y epidermis tostada. En este paradisiaco destino mexicano viven Roberto (Alfonso Zayas), Armando (César Bono) y Tun tun (José René Ruiz), tres amigos que gastan sus días disfrutando de la figura femenina mientras trabajan a la orilla de la playa. No se les va una viva.

Un buen día Roberto va al aeropuerto a recoger una de sus conquistas; ahí, por descuido, intercambia maletas con un malvado narcotraficante (Roberto Ballesteros con cola de caballo). En lugar de unas bien confeccionadas tangas se lleva unos fajos de billetes destinados a comprar paquetes de coca, limpia como la nieve. Roberto descubre el billullo y decide entregarlo, pero en el camino se topa con Armando, quien lo convence de jinetear la lana en una pelea de gallos con funestas consecuencias. Sobra decir que los maleantes descubren que les volaron un varo y parten buscando quién se los devuelva comandados por su jefe, Hugo (Hugo Stiglitz). La huida del trío se hace inevitable. Roberto decide marchar rumbo a la Ciudad de México donde un viejo amor, Linda (la inolvidable coahuilense Lina Santos), le podrá echar una mano para salir del atolladero.

Ante todo y sobre todo, Tres lancheros muy picudos (1989) es una fantasía escapista. No hay protagonistas —y estrellas de cine— más improbables que los tres actores principales de esta comedia. Estamos ante un cine sencillo, cuyo principal propósito es divertir usando toda la jiribilla posible. Un polo totalmente opuesto a nuestros azotados nuevos auteurs festivaleros. El director Adolfo Martínez Solares (La mujer de los dos, El día de los albañiles: Los maistros del amor) y su hermano, Gilberto, co-guionista de la cinta, tejen una trama con un zurcido apenas visible, donde las situaciones se suceden con espontaneidad. Cada una de las secuencias sube la apuesta de lo anteriormente mostrado. Si Linda le propone a Roberto ser su padrote, ella termina como su madrota y él como amante modelo/insaciable; Armando y Tun tun intentan asaltar a unos fiesteros homosexuales para terminar escapando de la Julia ataviados con sendos vestidos. ¿Ya les dije que Tun tun enfrenta a un capo con katana? La irrealidad crece hasta desbordarse, caricaturizarse.

Es fácil mirar atrás y avergonzarse del pasado, criticar la falta de ambiciones “artísticas” o de valores de producción (cualquier cosa que eso signifique). Ver a la sexy comedia como una mancha vergonzante en el historial del cine mexicano. Una mala borrachera con mezcal barato y chistes subidos de tono, la mayoría políticamente incorrectos como para ser aceptados por los intelectuales “serios”. Este es un festival camp cargado de dobles sentidos, donde tres carismáticos morenos son capaces de vencer sus limitaciones sociales/físicas/financieras y disfrutar sus fantasías sin reparo alguno. Sí soy lanchero, soy picudo y puedo con todas como grito de batalla.

No todo el bajo presupuesto es digno de ser revalorado sólo por ser de bajo presupuesto. El kitsch por el kitsch es un despropósito. El botadero está lleno de películas que no tienen rasgos redimibles, ni por casualidad. Sin embargo los Martínez Solares y sus actores han creado, sin intención aparente, una serie de viñetas que fluyen con divertido desparpajo.

¿Por qué me sentiré yo tan cachondo?

Por Rafael Paz (@pazespa)

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