‘La portera ardiente’: Una historia de amor

Parte importantísima de la época más graciosa del cine mexicano es el uso de los títulos. Siempre sugestivos y encerrando el concepto de toda una película en una sencilla oración, los títulos son el punto de partida para imaginarse todo lo que se encontrará dentro; podría dar muchos ejemplos, pero ya los habrán de ver en el resto de los textos de este especial. La portera ardiente de Mario Hernández no es la excepción, pero tampoco cumple del todo con su cometido. Al leer el título se pueden imaginar infinidad de cosas, quizá la más inmediata es que esa portera del título es una devoradora de hombres, insaciable y sin temor a la falta de moral. No lo es tanto.

Esa portera del título es, más bien, una mujer deseada por los habitantes de esa vecindad que se encarga de administrar. Esa portera del título es el objeto de la discordia entre matrimonios y el principal blanco para los miembros activos de todos los vecinos. La portera ardiente lo es por dentro nada más, porque ha vivido y vive esperando el regreso de su esposo, quien partió a los Estados Unidos en busca de un trabajo que le permitiera huir de la vecindad y establecer una familia en Michoacán. Esa portera comenta en ocasiones su deseo incontrolable por coger, necesidad que no ha satisfecho desde años atrás. Un emblema de la fidelidad y una representación de la urgencia sexual. Entre machos en calor que van desde músicos o vagabundos, hasta generales y camoteros, Macaria la portera sobrevive haciendo cualquier tipo de trabajo –menos prostitución, como lo dice en su letrero– esperando el regreso de su amado. Es una competente historia de amor.

El reparto, brillante desde su lectura, incluye a personajes como ‘La Pelangocha’ o Lyn May en papeles femeninos que brillan por su inequívoco sentido de la fidelidad y dignidad. En un cine como éste pocas veces se ve y aquí lo hacen notar. Manuel ‘Flaco’ Ibáñez y César Bono incluidos como un miembro del ejército y un alcohólico vagabundo respectivamente; así como Charly Valentino en el papel del camotero que vende afuera de la vecindad. Cada uno de los personajes se construye a partir de las bondades que brindan el lenguaje e idiosincrasia de la nación. El guión parece estar construido como una  poesía, porque cada palabra rima con la anterior y viceversa. Es una cátedra de albures de casi hora y media y una fina demostración de su profundidad.

Lo primero que vemos en la película es a Charly Valentino hacer una reinterpretación del famoso león de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer y acto seguido la pasarela de nombres involucrados. El preámbulo de una risa interminable. La primera línea que se dice es “pásale Tobías, de esto no hay todos los días, aunque te den hace días”, la convencionalidad hecha verso. Y de ahí parte el resto de las rimas que construirán un viaje que hace paradas en culos, chichis, piernas, penes, sexo y referencias a cultura pop propia de su lugar de nacimiento [por ahí mencionan a Hermelinda Linda y demás]. La portera ardiente es una extraña mezcla de géneros propia de su tiempo y espacio.

Aquí hay muchas cosas. La historia principal corre sobre la portera del título y su eterna espera: una historia de amor; pero también hay policías corruptos: una historia de abuso; infidelidades: una historia de libertinaje; pistolas: una historia de acción; pobreza: una historia de clases; robos y asaltos: una historia de delincuencia y  muchos versos de albur: una historia contada con brío. La película es graciosísima en todo momento y está amenizada con cumbia propia de su contexto. De pronto, somos habitantes de aquella vecindad, testigos de sus claroscuros,  posibles amantes próximos de sus mujeres y calentados con el andar de sus delantales.

No creo que películas como La portera ardiente o el resto de las que desfilan por el especial tengan justicia al conocerse como lo peor del cine nacional. Soy más de la idea de que esa época es la más divertida y delirante del cine mexicano. Hoy vemos películas que tratan de usar el método de cineastas abstractos que distan mucho del corazón particular de su región. Yo no quiero leer títulos complejos, escuchar silencios y ver imágenes que hagan alusión a la cadencia de lugares muy lejanos. Yo quiero leer títulos mugrosamente concisos, escuchar chistes, versos aceitosos y ver cuerpos desproporcionados en movimiento. Piernas, chichis, culos y su deseo, la esencia natural de la mente del espectador.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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