FICUNAM | ‘Rey’: Rayones en la historia

No nos permitimos jugar con la historia. El pasado histórico se reviste de una especie de sacralidad impuesta por la solemnidad y exige la objetividad más precisa para ser revisitado. Sin embargo, el cineasta y videoartista chileno Niles Atallah presenta en Rey (2016), su más reciente película, un afán de destruir la narrativa de la historia misma usando como “arma” la distorsión del lenguaje formal cinematográfico.

Después de un delicado y preciso ejercicio de revisión histórica de su propio país durante el funeral de Pinochet en su opera prima Lucía (2010), Atallah se va a un polo radicalmente opuesto, tanto en tiempo y estilo, para Rey, cinta que obtuvo el Premio Especial del Jurado en la pasada edición del Festival de Rotterdam.

La película presenta la historia del explorador francés Orllie- Antoine de Tounens, quien armado con una constitución escrita por sí mismo y una bandera, se proclamó el monarca de una región inhóspita de América del Sur, pero toda veracidad se pierde  entre la locura del improvisado monarca y la frenética variedad de estilos cinematográficas que intentan darle forma al relato.

Del esoterismo a lo político, y de la cordura a la locura conradiana, la película de Atallah esta estructurada en capítulos en los que vemos Antoine de Tounens enfrentando una especie de interrogatorio de personajes enmascarados, que parecieran remitir los grotescos personajes de la pieza teatral Ubu Roi de Alfred Jarry, mezclados con una serie de reminiscencias cinematográficas que van de James Ivory (The Savages, 1972) hasta Glauber Rocha (Antonio das Mortes, 1970).

La propuesta de Atallah es radical en su acercamiento estético y aparentemente convencional en su estructura, lo que la hace una curiosa paradoja fílmica, pero hacia su segundo tercio pierde foco y comienza a dispersarse, pero esa dispersión parece justificarse en su burbujeante epílogo. Remitiendo a la genial secuencia final de Irma Vep (Assayas, 1996), la película se convierte en un rehilete formalista que desmorona completamente la historia de De Tounens en una bella pieza de fino caos, probablemente lo que sucede cuando la Historia sueña consigo misma.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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