FICUNAM | ‘Bajo nubes eléctricas’: La pesadilla del zar

Entre imágenes de un imperio caído, Alexei German Jr. lucha por crearse una identidad propia pero termina como una versión de su padre imitando a Federico Fellini. Los travels donde se atraviesan los personajes hablando a la cámara son una suma de estas dos voces que lo preceden y lo opacan. Sin embargo, Bajo nubes eléctricas (Pod elektricheskimi oblakami, 2015) es algo más que la mudez estilística de su director: es una culminación de la historia rusa. En sus paisajes grises, muertos, se escuchan los coros de la desilusión. Situada en el año 2017, 100 años después de la Revolución Rusa, la cinta es un lamento épico por la decadencia, más que de una idea, de una promesa de estabilidad, orden y acaso felicidad. En esta Rusia poblada por melancólicos personajes y monumentos hundidos en una tierra desnuda y miserable, habita la sombra de un pasado tan ineludible como inmóvil. Lo que fue sigue y, según German Jr. y la realidad misma, seguirá siendo.

La comparación con Leviatán (Leviafan, 2014), de Andréi Zviágintsev, sería fácil, pero sobre todo ociosa, pues aquel filme adopta una postura tragicómica ante el panorama ruso contemporáneo, mientras que Bajo nubes eléctricas es una distorsión grotesca de la vida nacional. Quizá sería más apropiado encontrar en ella la visión sincretista de Aleksandr Sokúrov en El arca rusa (Russkiy kovcheg, 2002), sobre todo ante el episodio sobre un historiador frustrado porque sólo lo contratan como guía de turistas. La vulgarización de la historia en esta viñeta se entrelaza con las demás como un cuento en una compilación, por un lado hermética, dada la complejidad de los diálogos de German y su confuso mise en scene, pero por otro emocionalmente elocuente. Si bien es complicado penetrar en los significados de Bajo nubes eléctricas, sus colores y su tono se manifiestan claramente como un lamento por el fracaso de la Revolución.

También se puede percibir en la película una repulsión por la modernidad. Lo nuevo construye un espacio brutal e insignificante donde se trata de ignorar las tradiciones. Un arquitecto dice sobre un ambicioso edifico inacabado que “la arquitectura debe ser funcional”. El inmenso esqueleto es un constante recordatorio de la obra incompleta de los viejos que ahora heredan los jóvenes, más desorientados y más lúgubres que las generaciones anteriores. A los contemporáneos no les quedan siquiera las ilusiones de Lenin.

Esta atmósfera, junto con las imágenes de monumentos soviéticos olvidados y desdibujados en la bruma, evoca Ozymandias, de Percy Bysshe Shelley. En aquel poema un hombre relata cómo entre unas ruinas se encuentra una estatua derruida. Su pedestal informa irónicamente: “¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!”. En la Rusia de Bajo nubes eléctricas los heroinómanos, los gangsters y los monumentos al poder perdido de la Unión Soviética representan la misma ironía de una grandeza que se anuncia a sí misma en su tumba. Si pudiéramos describir el filme como un sueño, o más propiamente como una pesadilla, podríamos pensar que proviene de la consciencia de un zar, atribulada por el desgaste de su propio régimen durante una noche de 1917.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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