FICUNAM | ‘No todo es vigilia’: El consumo del silencio

El control de nuestros cuerpos es una ilusión sostenida por la arrogancia de la juventud, que termina con la inevitable y abrumadora llegada de la vejez. El reto es particularmente complicado para una pareja que llega junta a esta etapa, en la que predominan las frustraciones ocasionadas por toparse con un contexto que marginaliza y compadece su dolor pero es incapaz de comprenderlo. Esta brecha bien pudiera cerrarse un poco con el nuevo trabajo del cineasta y documentalista español Hermes Paralluelo titulado No todo es vigilia (2014).

El filme en cuestión se trata de una docuficción protagonizada por Antonio Paralluelo y Felisa Lou, de 84 y 82 años de edad, respectivamente, progenitores del cineasta, que comienza cuando Antonio es hospitalizado mientras Felisa deambula con parquedad en los pasillos del hospital. Felisa se encuentra preocupada porque sabe que su marido ha solicitado un lugar en una casa de retiro, lo cual podría significar un cambio radical en su longeva historia de amor, una de más de 60 años juntos.

Paralluelo, después de su admirable trabajo en Yatasto (2011) sobre el pase de tradición en el mundo de los cartoneros en Córdoba, confirma al cineasta lusitano Pedro Costa, creador de la trilogía de Fontainhas, como una influencia estética y moral de gran peso en No todo es vigilia. Ambos cineastas muestran un compromiso claro con sus sujetos, un involucramiento que rebasa los límites de la mera representación.

La escena que abre el filme, una larga discusión entre Antonio y Felisa sobre el pasado, parece estar imbuida de una calidad casi onírica gracias a la sombría luminosidad lograda por Julián Elizalde en la fotografía, así como una paciente meditación sobre la fortaleza de los vínculos emocionales que evoca ciertos pasajes del maravilloso documental del canadiense Allan King Dying at Grace (2003), particularmente el abandono de la autonomía física y la lucha por la independencia psíquica.

Lo que Felisa más desea es poder regresar a su casa en Muniesa junto a su esposo para recuperar la seguridad que su hogar puede brindarles. La responsabilidad que ambas partes sienten hacia la otra resulta conmovedora pero nunca es objeto de explotación sentimentalista, sino de una compasiva y respetuosa empatía. No todo es vigilia se convierte entonces en un elocuente y bello apelativo a la independencia del cuerpo, que al consumirse únicamente deja el alma cruda. Lo único que la vejez es incapaz de minar es lo esencialmente humano.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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