FICUNAM | ‘Ausma’: La fábula de Stalin

La historia de las grandes transiciones políticas, particularmente en Europa, durante el Siglo XX han ofrecido al mundo cinematográfico un material inagotable de recursos y herramientas para refinar su lenguaje y abordar, desde una amplísima variedad de ángulos, esos mismos períodos. Desde la Polonia de la posguerra en voz de Wajda, Polanski o Karel Kachyna; pasando por la Ucrania de Kira Muratova; la Rumania de Pintillian o Mungiu; la Rusia contemporánea con Zvyagintzev o Sokurov; y desde luego, la Alemania de Edgar Reitz (Heimat, 1984). Es a esta última la tradición a la que se adhiere y de la que hace una sutil crítica, el más reciente trabajo de la cineasta latvia Laila Pakalnina Amanecer (Ausma, 2015), una prístinamente fotografiada docuficción.

En el filme, inspirado en un viejo proyecto del titán ruso Sergei Eisenstein, el joven pionero Janis es inspirado por las oportunidades que han llegado a su pueblo con la creación de una granja colectiva llamada “Amanecer”. Para él existen dos facciones: los “rojos”, representantes de un nuevo orden representado por el gobierno soviético y los comunistas y los “blancos”, aquellos que no aceptan este nuevo orden, entre los que esta su patán padre, a quién Janis se ve en la disyuntiva de traicionar, al denunciarlo con “los rojos”.

Amanecer, ambientada durante los años 60, presenta los cambios políticos y sociales en Latvia bajo una óptica líricamente infantil, reminiscente de aquel gran filme Long live the Republic (At’ Zije Republika, 1965) del polaco Karel Kachyna, apoyado en una espléndida fotografía y un refinado sentido de composición plástica en sus memorables cuadros e imágenes, desde los desfiles de niños en uniformes militares hasta enormes estrellas rojas a medio pintar así como los infalibles planos secuencias a la Miklos Jancsó (Los rojos y los blancos1967), sin embargo, la tonalidad del filme se encuentra distante de la solemnidad.

Pakalnina usa todos estos recursos para bordar una fina sátira del cine del bloque oriental, que a veces de tan refinada, termina por perderse entre sus intenciones y lo que se termina viendo a cuadro, buscando desacralizar las figuras creadas por las invenciones del folklore, como la historia popular en la que se inspira el filme, la del adolescente soviético Pavlik Morozov, cuya muerte a manos de sus familiares por traicionar a su padre fue mitificada por la maquinaria stalinista, en una apología de la importancia máxima del Estado sobre cualquier otro valor, incluso la familia.

En Amanecer la imagen del progreso es dibujada con crayones y burdos trazos, es decir, con ingenuidad e incapacidad y poblada por impasibles caracoles y aturdidas gallinas, el comunismo visto solamente como una bella fábula.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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