La docuficción y la autorreferencia son dos fenómenos que han tomado fuerza en los últimos años en el cine. Tenemos obras maestras de docuficción, como César debe morir (2012) de Paolo y Vittorio Tavani, o documentales intimistas como Historias que contamos (2012), de Sarah Polley, ejemplos de la calidad y rigor con que se hace una propuesta más allá de una pretensión estética y preciosista.
Tim Dirdamal cae precisamente en estos dos últimos calificativos con su tercer largo documental, una docuficción futurista sobre los habitantes de Arizona que sobreviven a la caída de un meteorito y una letanía autobiográfica de un hombre que regresa a su apartamento en Bolivia para recordar y tratar de superar su amor perdido.
Sí, Dirdamal, quien también hace la fotografía, tiene un gran ojo para algunas secuencias y logra transmitir soledad, vacío y un encierro doloroso, pero después de 30 minutos de las mismas tomas, el bostezo es inevitable y llegar al final de la película resulta “irrelevante”.
Grabado en su mayoría desde un departamento en Bolivia, el filme se transforma en una proyección de postales en movimiento de La Paz, que resulta interesante, pero en ese caso hubiera apostado por una exposición fotográfica.
A eso añadir que al recorrido visual lo acompañan dos narradores casi omniscientes que tratan de explicar o añadir lo que el propio contenido en imágenes no apoyao logra transmitir.
Muerte en Arizona (2013) es un ejercicio tedioso y pretencioso que muestra un discurso sobreelaborado para transmitir emociones que por momentos se llegan a sentir con algunos encuadres, pero que ya entrado el metraje te dejan en la más rotunda indiferencia.
Por Guskubrick (@guskubrick)
PD. Quizá como cortometraje hubiera funcionado más.