FICM | ‘600 millas’ de Gabriel Ripstein

Existe una tendencia en el cine mexicano actual que busca presentar temáticas de cariz eminentemente social o político bajo sellos o firmas reconocibles que se han convertido en “autores” de renombre: desde el seco y elegante rigor de Gerardo Naranjo en Miss Bala (2011), hasta el crudo formalismo de Amat Escalante en Los bastardos (2008) y recientemente en Heli (2013), con la que se alzó como el premio a mejor director en el Festival de Cannes. Ahora en la cresta de tal tendencia se ubica la opera prima del cineasta Gabriel Ripstein, 600 millas, galardonado con el premio a la mejor opera prima en la pasada edición del Festival de Cine de Berlín y que presenta con austeridad y notable control el tráfico de armas de Estados Unidos a México.

El filme presenta al joven Arnulfo Rubio (Kristyan Ferrer), que trabaja con su taciturno tío (Noé Hernández), líder de un cartel, a traficar armas desde Estados Unidos con la ayuda de Carson, un parco e incauto joven estadunidense (Harrison Thomas) hasta que en su trayecto se topan con el agente de la ATF, Hank Harris (Tim Roth), secuestrado, en un movimiento desesperado y errado, por Arnulfo. Ripstein inicia el atípico road trip con una vacilante cámara que busca a través de una discreta puesta en escena documentar más que dramatizar, permitiendo un acercamiento naturalista hacia las psiques individuales contaminadas por un fenómeno de tintes políticos, en este caso el  fallido operativo conocido como “Rápido y Furioso” en el que la ATF -Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos por sus siglas en inglés- rastreaba armas de compradores minoristas a los cuales consideraba proveedores ilegales de los cárteles mexicanos.

La temática del tráfico de armas se encuentra finamente contextualizado frente a las dinámicas que el joven Arnulfo desarrolla con sus contrapartes masculinas. Desde los primeros cuadros la escenificación que Arnulfo hace de su identidad de “machito”- con todo y arete- encubre una latente confusión sexual, que lo lleva a iniciar ambiguos jugueteos con Carson, remitiendo a los mismos que se vieron en la oblicua y contundente Elephant (2003) de Gus Van Sant, en la sumisión ante el taimado poder que emana su tío, encarnado con agudeza por Noé Hernández y desde luego, en la relación que se construye, milla a milla, con el agente Hank Harris.

Ferrer, carismática fuerza detrás de la incipiente Guten Tag Ramón (2013) y de sórdida ternura en el vibrante filme de Cary Fukunaga Sin nombre (2009), presenta a Arnulfo como un joven tremendamente inseguro, que constantemente ensaya, tanto sus ejercicios de intimidación frente a un espejo que culminan en erotizado beso, hasta sus respuestas para poder engañar, no sólo a los agentes fronterizos, sino también a Hank, el ambivalente agente de la ATF interpretado por el temperamental actor británico Tim Roth, quién es capaz de ver en Arnulfo, el abrumador miedo que destila detrás del volante de su troca y que a medida que se dirigen a México, va forjando una relación de confianza que despedaza con sutileza la fachada de Arnulfo a través de su sinceridad, pero que revela poco de Hank más allá de que su esposa (la actriz mexicana Nailea Norvind) ha fallecido.

Quizás es justamente en la relación entre Arnulfo y Hank donde el filme de Ripstein encuentra un sólido anclaje que le permite construir un elocuente discurso sobre la relación bilateral que existe entre México y Estados Unidos, una basada en una cooperación que encuentra en el camino de la infinita cadena de  violencia complicidad, pero de incesante sospecha y desconfianza que mira con suspicacia cualquier gesto de ayuda, encubriendo el cinismo e hipocresía de los Estados Unidos en este tipo de políticas, tal y como es espetado por el jefe de Hank : “Se van a seguir matando de ese lado”.

La incuestionable habilidad en la elaboración del filme bordado por Gabriel Ripstein responde más a la de un competente artesano de lo social que la de un visionario artista, como lo fue en algún momento su lacónico padre, el cineasta mexicano Arturo Ripstein, del cual marca una pronunciada distancia en cuanto a estilo cinematográfico pero que recoge la exploración de algunos temas como la subrepticia gestación de la violencia en Tiempo de morir (1966) o El castillo de la pureza (1973) o los juegos de identidad masculina difusa en El lugar sin límites (1978), pero a diferencia de Arturo, Gabriel se decanta por una clara desdramatización y un enfoque mucho más cerrado en personajes que no pertenecen a la creación de un dramaturgo más que a la de un agudo cronista, no por ello menos complejas. Dos caras distintas de lo que es a la vez un oficio y un arte: el trabajo del cineasta, sea consagrado o debutante.

La crónica que se presenta en 600 millas resulta particularmente reveladora en un pasaje que quizá pueda pasar desapercibido por la velocidad a la que va la troca de Arnulfo, o Arnie pa’ los cuates, en el que un padre y su pequeña hija son sujetos a una arbitraria revisión por un policía en medio de la carretera, mientras que los cada vez más potentes falos de fuego recorren impunes el trayecto hacia nuestro país, en el que los inocentes son detenidos y acosados en un espacio que rebasa, por mucho, las 600 millas.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

Los invitamos a revisar nuestra cobertura del 13° Festival Internacional de Cine de Morelia.

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