Sofía Gómez Córdova sobre Los años azules

Una deteriorada casa de algún barrio popular de Guadalajara no sólo es testigo de cómo la ciudad se transforma y toma otro curso, sino de qué manera se van acumulando hasta desbordarse las expectativas profesionales y sentimentales de sus más recientes inquilinos, todos ellos jóvenes que temen que el tiempo les caiga encima. Es la premisa de la cinta mexicana Los años azules.

A propósito del reciente estreno de esta ópera prima, conversamos con su directora y co-guionista Sofía Gómez Córdova, la productora Luna Marán, así como los actores Paloma Domínguez y Luis Velázquez, quienes interpretan a una mujer diletante cuya vocación continúa extraviada y un fotógrafo homosexual en un impasse creativo quien va postergando una visita a su padre enfermo en el hospital, respectivamente.

Los guiones que has co-escrito para Somos Mari Pepa y ahora para Los años azules se hermanan al hablar acerca de ese último año que viven los personajes antes de tomar aquella decisión trascendente, tal vez definitiva para sus vidas, lo que implica separaciones y elegías. Platícame de este interés temático.

Sofía Gómez Córdova (SGC): Tiene que ver con la valoración de los vínculos afectivos que formamos con personas en ciertos momentos de la vida y cómo estas nos afectan en la construcción de nuestra identidad. Creo que es de los temas de los que puedo hablar con más sensatez, honestidad y tal vez también profundidad porque el salir de casa y empezar a coincidir con roomates son procesos que yo viví personalmente; yo soy originaria de Aguascalientes, me fui a estudiar Artes Audiovisuales a la Universidad de Guadalajara y a vivir en la casa en la que se desarrolla la película. Además me topé que es una experiencia compartida por prácticamente todos los miembros del crew. Y también hay una inclinación hacia el atesorar ese sentimiento de nostalgia que da el mirar hacia una etapa ya terminada de la vida, el recordar esas historias y tratar de compartirlas.

Entonces a mí lo que me atraía cuando escribí Somos Mari Pepa, junto con Samuel Kishi Leopo, era justamente el hecho de que estos chavos por un lado se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbre y por el otro tienen que dejar algo que parecía ya hecho pero que irremediablemente tiene que acabar como lo es su banda de punk, y exactamente lo mismo pasa en Los años azules aunque los personajes sean más grandes. De alguna manera con Los Años Azules trato de hacer un homenaje a las enseñanzas y las huellas que dejó el convivir con personas muy diferentes a uno quienes ven el mundo desde otra perspectiva, incluso si son personas con las que ya no se tiene contacto o que ya no se volverán a ver como es el caso de una amiga muy querida que conocí en la casa y que falleció unos años después de que yo dejé ese lugar.

Da la impresión que ya con el simple hecho de cambiar de punto geográfico en un país dividido y contrastado comienza el conflicto.

Luna Marán (LM): En mi caso yo soy de Oaxaca, también me fui a estudiar a la Universidad de Guadalajara donde conocí a Sofía y efectivamente es difícil adaptarte; salir de tu casa e irte a vivir con un grupo de gente que no es tu familia te confronta mucho, hace que te redefinas, desde qué cosas compartes y cuáles no o qué compras. Eso es un reto, porque de por si no es fácil vivir con tu familia (risas). Tal vez no sea una cosa que estemos diciendo tanto en la película pero esas también son las nuevas familias y creo que es importante nombrarlas y reconocer esos momentos de apoyo mutuo que se van construyendo, aquellos que hacen que cuando te enfermas y no está tu mamá quien te cuida es tu amiga o que puedas llegar a tu casa de trabajar y tu roomie te reciba y te ofrezca una chela mientras le cuentas tu día, y eso tiene la misma complejidad que tiene la imagen clásica de la familia mexicana.

La película describe con mucha fidelidad el ethos de una generación que vive angustiada perpetuamente por el mundo adulto; por ejemplo vemos ahora con demasiada frecuencia en las redes sociales cómo las chicas usan, no sin un dejo irónico, el término de “señora” viéndose próximas a llegar a cumplir treinta años, lo que parecería que representa una tragedia o chicos que se lamentan ser golpeados una y otra vez por la vida independiente. ¿Por qué te atrajo hablar al respecto?

SGC: Creo que el interés viene de que la incertidumbre nunca se termina, ahora tengo 35 años y no puedo decir que me sienta tan diferente a ese tiempo en que había tantas cosas que no sabía si iba a poder hacerlas o no. También pienso que hay una fijación con la posibilidad de cumplir o no expectativas, porque somos hijos de una generación clasemediera, la cual siento no tuvo mucha elección en varios sentidos e hizo lo que pudo muy a pesar de las circunstancias de la época para poder conseguir una cierta estabilidad económica en la familia y nosotros terminamos heredando sus aspiraciones.

También considero que en personas que nos dedicamos a actividades muy puras por decirlo de alguna manera, este sentimiento de obligación por cumplir es muy fuerte porque el hecho de que uno haya tenido la libertad de tomar ciertas decisiones profesionales no significa que tenga miles de oportunidades, ni el talento, ni la suerte y muchos de esos factores están totalmente fuera del control de uno y por lo tanto está el miedo al fracaso. Ahora creo que uno trabaja mejor con el mantenimiento de esas expectativas, teniéndolas bien encajonadas y tal vez mejor racionalizadas, pero en ese momento es una angustia muy profunda y de los cinco personajes de Los años azules el que la encarna más claramente es el de Diana (Paloma Domínguez).

Paloma, existe un antecedente a Los años azules que es el cortometraje La última batalla contra las malditas palomas en el cual precisamente se nos introducía a Diana ya como esta mujer arrebatada que abandona una de las tantas carreras en la que ha decidido probar sus aptitudes y en el que también actúas. ¿Cómo te integras a este proyecto y de qué modo este primer acercamiento te ayudó para ir construyendo y enriqueciendo a este personaje?

Paloma Domínguez (PD): Al igual que Sofía también soy de Aguascalientes y me fui a estudiar la carrera de Artes Escénicas a Guadalajara. Yo me integro de una forma muy amable porque no me di cuenta que ella estaba haciendo una expedición de casting yendo como espectadora a algunos de las obras en las que yo actuaba y entonces a partir de eso ella identificó en mi trabajo qué podía aportarle a Diana y me invitó a participar en el proyecto. A mí me tocan profundamente los temas de los que acaban de hablar porque en ese momento, ya casi cinco años de que empezamos ese proceso, yo estaba justamente en la misma dinámica de haber salido de mi lugar de origen para dedicarme a la actuación tratando de explicarme ‘¿Quién soy?’, ‘¿Para dónde quiero ir?’ y ‘¿Cuáles son los recursos con los que cuento para ello?’.

Entonces todo eso me hizo conectar directamente con Diana, un personaje que me conmueve mucho porque desde el cortometraje vemos que es una chica que está haciendo un ejercicio de arraigo/desarraigo como un loop muy presente, muy largo y también muy tortuoso, intenta pertenecer, intenta caerle bien a la gente, intenta dirigirse tan afanosamente esperando que ese nuevo episodio de su vida sea el bueno, el definitivo, que parece que todo se le sale de las manos y entonces decide una y otra vez estar huyendo.

Respecto al proceso de construcción del personaje en este tuvo mucho que ver el platicar con Sofía y Luis Briones acerca de lo que ellos ya planteaban en el guión, también partió de algunas dinámicas de improvisación muy cercanas a los procesos teatrales con las cuales me sentí muy cómoda porque ese es mi punto de origen, en donde mediante el análisis activo íbamos confirmando hipótesis que venían en el texto o eventualmente debatiéndolas y complementándolo con mi propia visión, lo cual me parecía interesante. También sirvió que yo ya conocía la casa, no tan íntimamente como Sofía, pero ya había estado en fiestas que se organizaban ahí, conocía a la chica de la que habla Sofía quien era una compañera actriz, también a otros de los inquilinos y el estar en esa casa fue una especie de remembranza y de motivación.

Luis, en tu caso, ya habías trabajado con Sofía. ¿Qué tanto de esa experiencia facilitó tu propia exploración para interpretar a tu personaje?

Luis Velázquez (LV): Yo soy de Guadalajara y conocí a Sofía en la universidad, somos de la misma generación aunque yo estudié Artes Escénicas, por lo que efectivamente para sus primeros cortometrajes –Historia de un matrimonio y Día de campo– se acercó a mí, y eso hizo que eventualmente fuera el primer actor de la película al que le mandó el guion, de eso hace unos seis años. De entrada me pareció diferente a lo que de repente te puede llegar, más sobre violencia urbana, se me hacía interesante que esta historia hablara de los problemas que tiene estas cinco personas en la comunidad en la que están viviendo, en este pequeño roomiato. Pero también representó un reto porque yo soy muy distinto a Jaime, mi personaje, que es muy extrovertido. Cabe mencionar que Sofía y Luis escribieron guiones de cortometrajes para cada uno de los personajes poniéndolos en otro momento de sus vidas, una herramienta que emplearon para acabar de descubrirlos, aunque al final solo se filmó justamente La última batalla contra las malditas palomas. En el caso de mi personaje, ese guión explicaba un poco más la relación que tiene con su papá y cómo en algún punto sí iba a visitarlo al hospital.

Curiosamente, como yo vivo aquí en Ciudad de México, el inicio del trabajo con Sofía para terminar de definir al personaje fue por Skype y así encontramos muchos elementos que hacían a Jaime alguien complejo; yo no quería que este estuviera lleno de caricaturas y clichés. Después como decía Paloma, el guión se fue trabajando y reestructurando en conjunto con los actores, fue muy divertido conocernos, estar juntos todo el tiempo en la casa haciendo la ficción y a partir de esa convivencia encontrar la comunicación y las relaciones entre los personajes.

¿Cómo fue tu regreso a esa casa esta vez ya no como inquilina sino como cineasta? ¿Qué tanto cambió tu mirada? ¿De qué manera hallar atributos en aquellos rincones percudidos, en esas paredes que han ido cediendo ante la humedad, en los resquicios…?

SGC: La casa está ubicada en el barrio El Santuario sobre la calle Hospital que es un corredor de medicinas robadas, de hecho en la película hay un guiño local al respecto. Es uno de los barrios más tradicionales de Guadalajara el cual está lleno de este tipo de casas viejas con las que uno se pone a imaginar cómo habrá sido la ciudad hace ochenta o noventa años en relación a ahora, es un barrio muy interesante en muchos sentidos. Entonces cuando llegué con ojos de fuereña teniendo veinte años, a mí la casa me atrajo muchísimo desde el principio por sus cualidades fotográficas, sus texturas, sus entradas de luz, me parecía un lugar bellísimo, me fascinaba el pensar que la casa representa a la propia ciudad y a muchas ciudades más en México y también la idea de que estos jóvenes en ese momento de crecimiento y mucha vitalidad y todo lo que ya hablamos antes estuvieran viviendo eso precisamente en ese escenario, me parecía algo muy rico.

Entonces desde que yo vivía ahí de alguna manera tenía una mirada que luego fuimos trabajando y que terminó siendo en muchos sentidos la mirada que está en la película y con la mirada me refiero tanto a la construcción estética como narrativa. Posteriormente cuando regresamos, como precisamente muchos integrantes del crew ya conocían la casa como Ernesto Trujillo, el fotógrafo quien fue uno de los primeros que se integró al proyecto cuando apenas estábamos con las primeras ideas de guión, se compartía esa misma fijación con el lugar, había una gran compaginación de inquietudes estéticas respecto a la casa.

Sin embargo, algo que sí discutíamos mucho tenía que ver con cómo lograr no caer en la monotonía visual a pesar de que fuera una sola locación y que el espacio en la película se ve mucho más amplio de lo que en realidad es y eso se traducía en descubrir cómo explotar las distintas personalidades de cada espacio dentro de la casa y cómo eso íbamos a lograr asociarlo con las personalidades de los personajes, porque al final siendo una película coral una gran construcción del personaje no iba a estar en el sentido dramático, iba a estar en lo que se veía en el cuadro.

En ese sentido el trabajo con Ernesto Trujillo en la fotografía y con Paloma Camarena en el diseño de producción fue muy bonito porque era hacerle honor a ese recuerdo y a esa visión que partía de una experiencia muy real pero adaptado a todas las decisiones de ficción que habíamos tomado y que implicaban que todas las habitaciones se intervinieran pero eso de ninguna manera podía ser evidente dentro de la película y fotográficamente tratamos de aprovechar mucho las condiciones naturales de luz de cada habitación sin violentar los espacios.

En los créditos destaca el hecho que una de tus actrices también participa con algunas canciones en el soundtrack. ¿Cómo se da esta colaboración? En general, ¿cómo fue pensada la curaduría musical?

SGC: Así como cada habitación tenía que hablar del personaje gracias al diseño de producción, así también la música; para mí lo que escucha una persona dice mucho de esta. Entonces siempre me imaginé una película tan diversa en el soundtrack como diversos queríamos que fueran los personajes y en el mismo sentido en que construimos la película desde una visión comunitaria también era importante que la música que se escuchara fueran de personas que de alguna manera fueran parte de la comunidad por lo que al hacer la curaduría del soundtrack busqué músicos que fueran originarios de Guadalajara como Felina, Octopus o Los Mexican Cumbias, gente que fuera cercana a la película y que de paso nos pudiera ayudar a difundir sus respectivos materiales, esto ya fusionado ya con la propuesta original del score que hizo Kenji Kishi Leopo y del track que compuso Víctor Pulpo que hemos usado desde el primer teaser que lanzamos. En el caso específico de Natalia Gómez, ella es mi prima hermana, entonces yo ya conocía una de sus muchas facetas artísticas que tiene que es este proyecto que se llama An.An y yo quería que se escucharan sus canciones en la película, así que le propuse incluirlas; paradójicamente, Angélica, el personaje de Natalia no es el que escucha esa música sino Silvia, el personaje que interpreta Ilse Orozco.

Dentro de este modelo de trabajo comunitario del que se viene haciendo referencia, ¿cómo se resuelve el tema de producción?

LM: Ya van a ser ocho años de que Sofía me contó acerca de la historia que traía en la cabeza, me gustó y yo le dije ‘Hazla y yo la produzco”. No sabía lo que estaba diciendo. Entonces mi labor al inicio del proyecto fue justo presionar a que la idea se escribiera y cuando ya tuvimos el guión sí fue el preguntarme ‘¿Y ahora qué voy a hacer?’, era el primer largometraje que hacía como productora por lo que fue todo un reto para aprender básicamente cómo se hacen las películas pero también ha sido una experiencia muy chingona porque la película tiene detrás a una comunidad muy amplia, hay muchas casas productoras de amigos que se involucraron y muchas personas que nos apoyaron en nuestra campaña de crowdfunding, además de que varios integrantes del crew se sumaron a la producción como nuestro fotógrafo Ernesto Trujillo o nuestro diseñador de sonido Odin Acosta y eso fue lindo, el poder unir a mucha gente que quería contar la misma historia y decir algo que nos toca generacionalmente, además hay una cosa muy interesante acerca de reflejar la mirada con esta película, es decir, de alguna manera estamos mostrando otros acentos, otros rostros, otros colores y otra puesta en escena.

Por Alberto Acuña Navarijo (@loungeymartinis)

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