‘Juan y Vanesa’: El efecto Lolita

La posibilidad de un surgimiento de romance entre un adulto y una mujer que roza la pubertad ha sido explorada en la vertiente artística generando en lectores, espectadores y público aires de morbo y polémica. Con su novela Lolita, el escritor ruso Vladimir Nabokov afincó no únicamente a la obsesión del hombre mayor por una adolescente (conocida como Hebefilia), sino también afincó un denominativo para una adolescente que, si bien no ha alcanzado la mayoría de edad para un consentimiento sexual, es capaz de despertar seducción deliberada en adultos, sin importar las circunstancias que experimente.

La cinta Juan y Vanesa (2018) rescata un poco el mencionado precepto, agregando al road trip como un medio de conversión del  vínculo de los personajes. Tras enterarse de que tiene una hija, Juan (Fabián Robles) intenta recomponer su vida y dejar el alcoholismo, retomando su trabajo como camionero para realizar entregas a la Ciudad de México. En un punto del trayecto conoce a Vanesa (Karen Martí), quien huye de su hogar y le pide llevarla con él, compartiendo experiencias que los ayudará a confrontar sus crisis personales.

En su ópera prima, el realizador Ianis Guerrero construye un relato austero en el que el dominio de la noche resalta la soledad en la que sus personajes viven, tratándose también de un catalizador en su desarrollo. La relación que mantienen Juan y Vanesa los lleva a tener un poco de aire ante sus difíciles situaciones, en el caso de él debido a sus adicciones y al rechazo de su ex pareja para conocer a su hija y en el de ella para acceder a tratarse un severo caso de bipolaridad por miedo al aprisionamiento en los confines de un psiquiátrico. Ambos son rebeldes, necesitados de apoyo y comprensión, encontrando en su respectiva compañía el valor y la resolución necesarias para no únicamente vivir un apasionado romance, sino también para modificar sus existencias.

A su vez, remarca el ensueño de enamoramiento de la adolescencia que busca eludir las figuras de autoridad familiar, preservando cierta ilusión de la etapa y coquetería con el despliegue de vestidos de quinceañeras. Las ansias de libertad son móviles por el que los personajes unen fuerzas y contemplan la posibilidad de huir de la complicada realidad, con la motocicleta como el reflejo del romanticismo, alcanzando la consolidación del vínculo en la intimidad de una habitación de hotel y en un hospital donde el adulto Juan y la desenfrenada Vanesa (el rosa como el emblema de juventud y sentimentalismo) ponen a prueba la resolución de sus crisis internas.

Juan y Vanesa tiene sentido de aventura que adopta al estilo Lolita como el coqueteo para alcanzar inesperadamente el hallazgo de un sentido de vida, no muy original en su trama y que cuenta con un final abrupto que palidece en ritmo en comparación con el resto de su propuesta, pero refleja con acierto la delgada línea entre la rebeldía y la disciplina, lo ineludible que es el proceso de madurez y lo efímera y significativas que resultan en ocasiones las relaciones personales.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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