Campamento Audiovisual Itinerante: el refugio del compartir

Generar una cultura audiovisual y la formación responsable de públicos que no sólo se limiten a consumir sino a pensar en imágenes (como se tituló una de las ponencias del cineasta y ensayista Bruno Varela), es el motor del Campamento Audiovisual Itinerante, o CAI, que tras seis años de intensa y afectuosa labor bajo la dirección de Luna Marán, ha contribuido desde su modesto pero invaluable lugar a cerrar las brechas que existen dentro de la comunidad cinematográfica.

La edición de este año, que se llevó a cabo en Guelatao, Oaxaca, contó con la organización de un taller de Historia del Cine y de Crítica Cinematográfica del cual tuve el enorme placer de participar junto a Hipatia Argüero y Fernando Mino. El encuentro nos permitió acercarnos a un grupo de nuevas voces, que con disposición y entusiasmo, continúan demostrando que el interés por pensar dentro de la oscuridad de una sala está lejos de ser un ejercicio meramente fetichista y nostálgico para volverse un acto de contundente vigencia.

Como resultado de este taller, presentamos el texto, que a opinión de quienes impartimos el mismo, condensa las mejores cualidades de tan diverso pero notablemente talentoso grupo de escritores y que esperamos continúe alentando la generación de más ideas y el eco de más voces.

Que así sea.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

Los años azules: la vida en el limbo*

Por Indira Cato

La vida es cabrona. Aprender a levantarse después de caer y volver a confiar en que merecemos la felicidad, y que podemos salir del azul de la melancolía que nos alberga, es uno de los aprendizajes más difíciles de asumir.

Los años azules –ficción mexicana dirigida por Sofía Gómez Córdova–, muestra el cotidiano de cuatro jóvenes: Silvia (Ilse Orozco), una bailarina al filo del fin de su carrera; Jaime (Luis Velázquez), fotógrafo en búsqueda del amor disfrazada de belleza; Angélica (Natalia Gómez), destacada y obsesiva estudiante de física; y Andrés (Juan Carlos Huguenin), estudiante de literatura y amante de la ópera. Todos viven en una gran casa en decadencia.

Su dinámica se altera con la llegada de Diana (Paola Domínguez), quien tiene una aparente libertad que es en realidad una máscara que oculta un drama familiar, el cual logra desvanecerse en medio de los que la rodean.

Los protagonistas son incapaces de sostener cualquier tipo de relación, ni con el mundo ni entre ellos. El espacio alberga a gente que cohabita, pero no dejan de ser desconocidos. Deberán vivir un proceso para aceptar que dependen los unos de los otros.

Conforme avanza el filme, los detalles ayudan a construir a estos entes. Esbozan su pasado –el responsable de su actual actitud– y dejan asomar una vulnerabilidad, la cual justifica el arraigo que al principio parece necedad.

El techo se cae y a nadie parece importarle. Delegan responsabilidades que nunca cumplen, posponiendo así la necesidad vital de movimiento. Se encuentran en este oasis de la realidad para crear una propia.

Cada uno de los cuartos refleja la personalidad de su respectivo inquilino. La cocina es el espacio donde convergen, iluminada por un foco que nunca deja de titilar, averiado como sus vidas. Por más que Andrés compra repuestos, el problema sigue, porque lo que falla no es la superficie, sino en el sistema.

La música que está presente de forma constante es un pretexto para el aislamiento, y por ende la incomunicación de los personajes. Hace incluso partícipes a los espectadores, quienes deben reconstruir diálogos indescifrables.

Por fin, Diana toma acción: decide romper el ciclo pintando las paredes de rojo. Angélica responde a la provocación tomando una brocha, dejando así atrás el ancla de su pasado.

Los años azules es una oda a la procrastinación justificada por el terror de ser lastimados. Vale la pena arriesgarse, dejar el techo caer y migrar a un espacio más sólido. Si no nos damos chance de recibir los golpes, ¿cuándo llegarán los cariños?

*La película Los años azules fue exhibida a los participantes del CAI con la presencia de la directora Sofía Gómez Córdova y la redacción de este texto fue uno de los ejercicios que formó parte del taller.

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