‘Un filósofo en la arena’ y la plaza del consumo

En todas las cosas, querido mío, para tomar una sabia resolución es preciso comenzar por averiguar sobre qué se va a tratar, porque de no ser así se incurriría en mil errores. La mayor parte de los hombres ignoran la esencia de las cosas, y en su ignorancia, de la que apenas se aperciben, desprecian desde el principio plantear la cuestión. Así es que, avanzando en la discusión, les sucede necesariamente no entenderse, ni con los demás, ni consigo mismos.
Fedro o de la belleza

Saber preguntar, construir la pregunta correcta, es el pulso de la filosofía; en el centro de todas las reflexiones, en el núcleo de todas las discusiones se encuentra siempre respirando la pregunta. Un filósofo en la arena es un documental dialógico en el que los directores Aarón Fernández y Jesús Muñóz condensan la reflexión de una de las pasiones de Francis Wolff, filósofo francés y profesor emérito en la École Normale Supérieure de Paris: “¿Qué buscan ellos? Entender la pasión de la tauromaquia. ¿Qué busco yo? Entender por qué está destinada a morir”.

Wolff declara que tiene dos pasiones. Una es loable: la música; la otra, es siempre reprochable: la tauromaquia. Sin embargo, su oficio le invita siempre a filosofar, sobre todo de aquello que es no filosófico, tal vez por esta razón no sólo se ha vuelto un referente en filosofía griega, especialmente en Aristóteles, sino en una tradición que ha perdido fuelle en las últimas décadas y más, en el auge de una “sociedad mimada”.

El documental busca establecer un espectro de voces que abunden en la discusión de las corridas de toros: desde intelectuales como Didi-Huberman y Andre Comnte-Sponville, creadores como Agustín Díaz Yanes, hasta el pensamiento anquilosado y laxo del siglo pasado como Vargas Llosa y peatones entrevistados al azar. Sin embargo el hilo conductor es la reflexión en voz en off que Wolff nos propone, recorriendo distintas zonas de un círculo para conocer su centro.

Wolff nos conduce por aparentes dicotomías que por momentos se transgreden, que beben de la otra orilla y, por otros, se vuelven sentencias que critican el subtexto de todo problema social actual: el sistema económico que subyace en la forma de consumo. El primer conflicto que desarrolla el filósofo francés es si las corridas tienen un valor cultural y, si es que lo tienen, cómo es su condición de universalidad.

Wolff expone que en una sociedad mimada, donde el urbanita romantiza a la naturaleza, la indignación no alcanza a todas las formas de consumo. La liberación del animal es la “última víctima del capitalismo”, hay una indignación por los animales (en circunstancias específicas, en este caso la tauromaquia) pero una indiferencia y antipatía por los humanos reducidos a animales (objetos), entonces, ¿darle valor al animal es desacreditar al humano? En este punto la pregunta acerca de la víctima es fundamental, pregunta que Wolff ha trabajado por mucho tiempo: “una víctima es transformar a un ser vivo, a un animal, en una máquina productora”. La relación que tenemos con los animales, según Wolff, es en tanto su funcionalidad y nuestro respeto: tenemos animales que son nuestras mascotas, animales que criamos para nuestros consumo y animales salvajes. ¿Qué joven cosmopolita, aguerrido en sus ideales, no consume la carne de los animales criados en serie para ser empaquetada o para cocerse en los trompos de Los Parados, El Cejas o El Vilsito? En una sociedad de mimados donde la vejez es vista con terror y desprecio, se busca perpetuar la juventud, ser eternos; envejecer para no morir. La muerte es un negocio oculto, aparentemente invisible y pulcro: entre más alejados de nuestros muertos, mejor. El tratamiento del cadáver y su descomposición, la enfermedad y su detrimento ya no son parte de un proceso; son defectos que alguien más debe solucionar, con asepsia y discreción. Afortunadamente la muerte de los animales-objeto no afean nuestra ciudad en horas decentes.

La muerte natural de una tradición o de una conducta responde a la falta de quórum, a la conscientización de la actividad y a la autocrítica; o también a la pereza, a la indiferencia y al egoísmo. La pregunta interesante, el núcleo de la reflexión es la manera en que consumimos. ¿Quién ofrece los productos, cómo se consumen, con qué intención? El cine de ficheras abarrotó las salas de cine por una década; de los setenta a los ochenta el imaginario de los hombres en tanto género estuvo expuesto en las pantallas como catalizador violento de su objeto de deseo. Que ya no se hagan películas con esa simbología específica no quiere decir que ese imaginario ya no esté presente; sólo fue diluido y expuesto de manera distinta: “las mujeres víctimas de un sistema que precia más sus cuerpos que sus vidas” (Alejandro de Coos). ¿Cómo fenece una costumbre, una conducta un imaginario? De manera natural o a través de la censura, de la prohibición y la paternidad.

¿Qué es entonces la tauromaquia? ¿Es un arte, un deporte, un combate, un espectáculo? ¿El toro es un animal criado para morir en libertad, en combate, en su bravura, a la vista de todos para aplaudir su valentía y no permanecer en la muerte oculta y cobarde de la industria? ¿Es un animal puesto para el deleite de los asistentes que lo ven morir de a poco, desangrarse y escupir sus riñones? ¿Es el amor de un ganadero que lo crió por cuatro años para que vea cómo se debate en un duelo con un otro que también expone la vida? ¿Es la manifestación de la crueldad y el sadismo es una tradición añeja y anacrónica? ¿Qué es el torero? ¿Es el hombre y la manifestación del dominio sobre la naturaleza? ¿Un individuo sádico y cobarde que se aprovecha de las circunstancias del toro? ¿Un primitivo que busca lo más básico de su existencia? ¿Un valiente que sabe que la muerte puede acontecer en cualquier momento y es un honor si es a través de un animal salvaje en combate? ¿Un hombre que acompaña hasta la muerte a un animal porque lo respeta y lo quiere? En las gradas, ¿quién se identifica con el torero? ¿Qué tanto se identifica uno con el toro? ¿Qué riesgo se corre desde el asiento? ¿Qué placer se encuentra en observar un combate sin poner la vida en riesgo?, porque el precio para justificar una corrida es el riesgo inminente y constante de una cornada, de la muerte. ¿Qué tanto nos hemos vuelto una máquina productora? ¿Es la tauromaquia una resistencia la homogeneización y la corrección política que parte del prejuicio? ¿Qué consumimos y cómo lo consumimos? ¿En algún momento hemos peleado por nuestra vida, lejos de la industria, de la enajenación y de la humillación? ¿Qué tanto somos un espectáculo donde se busca de todas las maneras posibles que gane el hombre? ¿Qué tanto somos un torero con temple? ¿Qué tanto somos un toro bravo y valiente? La muerte es ineludible, la manera en la que le hacemos frente es la forma en que se manifiesta nuestra humanidad.

Por Icnitl Y García (@mariodelacerna)

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