La trayectoria de un cineasta es, en ocasiones, equiparable a un largo peregrinaje que busca llegar a un punto de encuentro religioso o místico. Se trata de trazar una ruta, pero, inevitablemente, aparecen divergencias y la fatiga es, sin duda, innegable. Sin emabrgo, la constancia y, sobre todo, un afán renovador, mitigan el hastío y lo reemplazan por un inspirado entusiasmo como el que provoca la más reciente obra del cineasta portugués Joao Pedro Rodrigues, El ornitólogo.
En su intensa opera prima, O fantasma (2000), Rodrigues presentó su éxtasis, la epifanía erótica que habría de llevarlo en un camino de descubrimiento artístico y, para cuando filmó Morir como un hombre en el 2009, el camino se había transformado en un denso bosque en el que las identidades se reconfiguraban y las convicciones religiosas simplemente hacían el rumbo más difuso.
Finalmente, el peregrinar fílmico de Rodrigues lo llevó a Asia, donde, acompañado de su pareja artística y sentimental, Joao Rui Guerra do Mata, habría de volverse un refinado fetichista, cambiando los rosarios por tacones (Alvorada Vermehla, 2011; La última vez que ví Macao, 2012) pero el camino seguía firme: encontrar ese estado de comunión espiritual que finalmente parece concretarse en El ornitólogo.
En la película, galardonada en el Festival de Cine de Locarno, vemos la historia de Fernando, un ornitólogo (Paul Hammy), que después de haber tenido una tranquila tarde observando aves, es arrastrado por unos rápidos y rescatado por un par de turistas chinas que van en el camino a Santiago de Compostela. Al tratar de regresar a su camino, Fernando se topa con una serie de personajes y situaciones que lo van transformando en un hombre (¿o un ser?) iluminado.
Recogiendo elementos reconocibles de toda su filmografía, la película, ligeramente evocativa del Buñuel de La vía láctea (1969) se ostenta como un testimonio sumamente personal de autodescubrimiento personal, inspirado en la tradición mítica de la figura de San Antonio de Padua.
Abundante en simbolismos, referencias fílmicas, pictóricas y personales, la película no resulta de acceso fácil, pero resulta gratificante en sus implicaciones religiosas, en su espíritu lúdico, quizá hasta juguetón y en su sofisticado estilo. Lo que inicia como una observación paciente de raras aves se transforma, gradualmente, en una experiencia de transfiguración, corporal y espiritual, tan peculiar como el avistamiento de una majestuosa cigüeña negra.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)