El acusado y el espía: La persecución de lo justo

Hay dos historias que orbitan alrededor de El acusado y el espía (J’accuse, 2019), la nueva película de Roman Polanski: una está en pantalla, la otra fuera de ella. La primera ostenta una abrumadora sobriedad, mientras que la segunda desborda la furia de un movimiento que ha cobrado enorme auge y resonancia en varias ciudades del mundo. Ambas historias comparten un control total de sus propias narrativas y la convicción de que la justicia es un asunto temporal más que institucional. La coyuntura puesta en medio de ambas rebasa el sobadísimo e infértil debate que busca “separar a la obra del artista”, sino de la forma en la que la justicia debe operar ante la opacidad institucional.

Irónicamente, dichos mecanismos forman parte fundamental de la película de Polanski. El Capitán Alfred Dreyfus (Louis Garrel), de origen judío, es acusado falsamente de ser un espía en la Francia de finales del S. XIX y es condenado a cadena perpetua en una isla. Cuando el Coronel Picquart (Jean Dujardin) descubre la pista que lleva al verdadero culpable, el sistema de justicia militar se encarga de impedir que la verdad se descubra, falsificando pruebas y agobiando a Picquart con toda la presión de la maquinaria gubernamental, evidenciando su antisemitismo y la imposibilidad de justicia inmediata.

Picquart, con paciencia y obstinación, es un personaje virtuoso en tanto es un defensor empecinado de la verdad, guiado por la hábil interpretación de Dujardin, quien contiene toda emoción. La paciencia se convierte en el principio que rige la película de Polanski, quien ante la inevitable semejanza del caso Dreyfus con el propio, parece identificarse más con Picquart que con Dreyfus, otro bloque de impasibilidad encarnado por Louis Garrel. Los personajes carecen de toda pasión, ni siquiera de la indignación o el enojo ante la acusación y la evidente intromisión de las autoridades militares. Como si fuese agua, Picquart simplemente se desliza ante cualquier obstáculo que se presente, sin consideración del tiempo que le pueda tomar llegar a la justicia, misma trayectoria que el montaje de la película va marcando con eficientes transiciones y un montaje tan preciso que parece cronometrado.

Si bien es cierto que en El acusado y el espía, Polanski muestra un dominio total del lenguaje, se encuentra lejos de la virtuosidad de El escritor fantasma (The Ghost Writer, 2010) y no muestra el menor interés conseguirlo. Meramente expositiva y sobria, dirigida con un rigor académico que parece burocrático, la frialdad y transparencia de la película palidecen aún más ante la controversia despertada su reconocimiento en los Cesar de la Academia Francesa y la manifestación de indignación por parte de figuras como Adèle Haenel.

La vergüenza a la que apeló Haenel al salir del auditorio, así como el vigor de las manifestaciones por grupos de mujeres en los alrededores, parecen el contrapunto de indignación y furia de la que la película de Polanski carece. En este contexto, la impasibilidad y gesto adusto de cada uno de los hombres en la película parece cínico. El desapego palpable de una película dirigida por un hombre que, de acuerdo a la versión oficial, ha permanecido impune ante sus crímenes, parece ser el producto de una tambaleante serenidad, a medida que en los últimos dos años, la presión sobre Polanski ha crecido de forma exponencial.

El acusado y el espía fue eclipsada por el clamor de justicia, pero la película no ofrece una admisión de culpa, ni siquiera se asoman las implicaciones del crimen supuestamente cometido por Dreyfus, sino que su núcleo es el hecho de que existe una acusación falsa. El crimen es irrelevante, la acusación es esencial, por ello la justicia reclama el papel central de la narrativa.

Quizás, en ese sentido, lo que ha pasado fuera de la película ha sido más elocuente en su furia que la provocativa templanza que muestra Polanski en su trabajo. En la película, la llegada de la justicia no se celebra, sino que representa simplemente reponer una continuidad interrumpida. Fuera de ella, la historia permanece inconclusa y su desenlace desconocido, sin embargo, eventualmente la justicia alcanzará, con la estoicidad del fuego, a un culpable, aun si la persecución de lo justo se gana con el tiempo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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