La magia es uno de los recursos más utilizados en el cine y uno de los aspectos que nuestra cultura ha tenido dificultades para procesar como algo serio o alejado de lo ingenuo, lo falso o la burda charlatanería. En el avance y progreso del pensamiento, la ciencia, de acuerdo a lo propuesto por el antropólogo Bronislaw Manilowski, es el progreso de la magia, pero en la nueva cinta del multiverso Marvel, Doctor Strange: Hechicero supremo, ese proceso se ve revertido y se recupera una cierta profundidad esotérica frente al arrogante cinismo de la ciencia, bueno, cuando menos, eso pretende.
En esta nueva entrega de Marvel (otra más de tantas), uno de los cómics menos conocidos de Stan Lee (pero con una ferviente base de admiradores) toma las pantallas para hacer exactamente lo mismo que otros personajes ya hicieron: pararse derechos, presentarse por su nombre infinidad de veces y salvar al mundo. En esta ocasión el personaje en cuestión es el pedante neurocirujano Dr. Stephen Strange, que lo mismo puede hacer una riesgosa extracción de una bala alojada en el cerebro que citar la fecha de estreno de un albúm de Chuck Mangione (así de chingón). Su vida cambia después de que un aparatoso accidente pierde la capacidad de usar las manos, lo que lo lleva al remoto Katmandu en Nepal (que parece más un paraje familiar de Iztapalapa) en busca de sanación física, pero lo que encuentra lo conecta con un mundo de percepción alterada y trippeante psicodelia.
Scott Derrickson, conocido por su sólido trabajo en Siniestro (2012), se adhiere con notable diligencia a la ya conocida estructura Marvel que en esta ocasión añade a la ecuación una minuciosa dirección de arte que se basa en inspiradas piezas que parecen haber sido creadas bajo el efecto de benévolos ácidos. Intrincados rompecabezas visuales que remiten a los más vividos ejemplos de pop art y las ilustraciones del gran Escher, pero quizá para muchos exista un pesado tufo de deja vu de Matrix (Wachowski, 1999) o El origen (Nolan, 2010).
Cuando dejamos de considerar la delirante espectacularidad visual, Hechicero Supremo nos deja con muy poco que ofrecer. Benedict Cumberbatch no dejará decepcionadas a las millares de cumberbitches y cumberhombres con un personaje modelado en el Tony Stark de Robert Downey Jr., aunque mucho menos memorable. Por otro lado, a pesar de que el reparto es de un nivel de prestigio inusual para una película de este tipo, los personajes y sus arcos no les dan mucho con que trabajar, aunque tener a Tilda “Naruto” Swinton pelona es mejor que no tenerla.
Las películas de Marvel continúan cojeando del mismo pie: villanos grises y contrapartes femeninas débiles, a pesar de contar con Rachel McAdams y la honorable presencia del danés Madds Mikkelsen, quien con su caracterización parece estar canalizando más a Brian Amadeus de Moderattto, (quien en sí mismo, ya parece un villano del programa de Batman de Adam West). Quizás el más grande obstáculo sigue siendo la marca de Marvel en sí misma. Ni un hechicero tan poderosamente singular como éste, es capaz de romper este fuerte maleficio.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)