‘Diente por diente’: De oficio novelista… y asesino

En Diente por diente (2011), ópera prima de Miguel Bonilla Schnaas, Pablo Juan Kramsky (Alfonso Borbolla) es un editor de un diario de nota roja –el Alarido– frustrado por la poca satisfacción que encuentra en su trabajo. Un buen día, al regresar de la oficina, descubre su departamento violentado, alguien entró y se llevó el equipo de sonido, la televisión y la computadora. La maldita computadora con el bosquejo de su novela.

Enojado y, de ser posible, más frustrado, Kramsky acude a las autoridades para denunciar los acontecimientos, sólo para enfrentarse a una maraña de infructuosos trámites policiales. Su vida parece ser un callejón sin salida, así que impulsado por su amigo Robert (Darío Ripoll), nuestro editor decidirá hacer justicia por su propia mano… o al menos intentarlo.

Hay pocos ejemplos de humor negro dentro de la cinematografía nacional –quizá el más logrado siga siendo El esqueleto de la señora Morales (1960) de Rogelio A. González, con guión de Luis Alcoriza–, por lo mismo hay que reconocerle a Miguel Bonilla su intención de presentar una película que nada a contracorriente de las comedias de clase media de éxito reciente estilo Nosotros los nobles (2012)/No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (2012) o aquellas que tienen en su reparto comediantes de televisión realizando los mismos números que ejecutan en la pantalla chica, como Suave Patria (2011).

El humor en Diente por diente busca crear desde el sufrimiento, el realizador busca mover a la risa mostrando la existencia patética, gris y caricaturizada de Kramsky. Una y otra vez, el personaje se ve envuelto en situaciones de torpeza social y laboral, aún sus “triunfos” son atribuidos a alguien más.

Esa existencia tan grisácea y monótona provocará que muchos espectadores no logren identificarse con el protagonista. Alfonso Borbolla logra una caracterización convincente como Kramsky, dándole algunos matices sutiles a un personaje que parece no tenerlos y que se complementan con la extrovertida presencia de Darío Ripoll –mejor conocido por su participación en la serie Vecinos– como Robert, el fotógrafo. Entre los dos actores se genera un juego de contrastes que se potencia con el final abierto de la película. ¿Quién hizo qué realmente?

Por otro lado, es curiosa la representación del periodismo que decide hacer Bonilla dentro de la cinta. Representado generalmente como un oficio con un halo de romanticismo, el director opta por sumergir la profesión en la estética gris de la trama. Kramsky es un editor parco, poco comunicativo e introvertido, la interacción con sus colegas es nula y parece tener una relación con su jefe muy similar a la de JJ Jameson y Peter Parker de El Hombre Araña.

Diente por diente no termina de cuajar, gracias al poco desarrollo de las situaciones y personajes que presenta. Las ideas no van más allá. En especial su antihéroe con una predilección por los vagabundos. Al menos Miguel Bonilla intentó hacer algo diferente y lo logró, que sea bueno o malo es un tema completamente diferente. A veces ni la justicia, ni el crimen, ni el atrevimiento en el cine nacional pagan.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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