‘Histeria’ y las secuelas de la violencia

La vida diaria de la ciudad nos desgasta. Nos transforma hasta lo irreconocible. A veces, incluso, provoca nuestro lado más animal. La ciudad es un ente que respira y muta, además de exigirnos existir al límite. Toma lo que te corresponde o quédate en la nada, parece decirnos en cada esquina.  Es un espacio donde las buenas intenciones se ahogan para nunca ver el sol otra vez.

Al menos, ésa es la historia del bienintencionado Federico (Héctor Kotsifakis): un joven arquitecto a mitad de una inflexión en su vida. Tiene un nuevo trabajo (donde la tranza impera), su esposa está embarazada (pero lo ningunea de forma permanente), acaba de comprar una casa (asediada por criminales y borrachos), su papá es un enfermo crónico (y siempre lo ha maltratado). Es un cóctel listo para explotar.

En su tercer largometraje, el realizador Carlos Meléndez buscar explorar la mente de un individuo sometido a la violencia cotidiana. Federico, como personaje, es un hombre retraído que, se da a entender, huye de tomar decisiones. Se intuye que ha tenido una buena educación (“el ‘arqui’ estudió en Londres”) y su padre luce como un hombre acomodado, sin embargo, su personalidad no le permite salir de su gris existencia. Es una presa fácil para el resto de los depredadores que huelen cualquier debilidad.

La cinta de Meléndez se comunica con trabajos recientes como Scherzo Diabólico (2015) –de la que Meléndez fue productor–, Diente por diente (2012) y Luna de miel (2015), con ésta última comparte actor protagónico, donde hombres normales llenos de resentimiento salen a la calle a buscar venganza, en ciertos casos material, espiritual, o carnal. Parece que nuestra experiencia citadina ha creado un vacío existencial.

Deambulamos como el protagonista de Histeria buscando el sentido de nuestros días. Federico está arrinconado, al borde, porque las opciones a su disposición no ofrecen en verdad una salida. Ser como los demás le es imposible por naturaleza y al intentarlo sólo fracasa, continuar con su calmado andar sólo provocará que se lo coman los leones. No hay escape para nadie.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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