David Fincher es quizás el más importante cineasta hollywoodense de su generación. A lo largo de poco más de 20 años, Fincher ha desarrollado una visión identificable desde las extraordinarias composiciones y los delicados movimientos de cámara que se aprecian incluso en sus aportaciones a la más reciente campaña de la marca de ropa GAP hasta sus recientes colaboraciones con Trent Reznor Atticus Ross para crear un sónido hipnotizante y gélido que refleja el miedo de la mortalidad y la división. A Fincher constantemente se le acusa de ser un formalista indiferente al material dramático de sus filmes, pero una inspección minuciosa revelará no sólo patrones, sino una coherente visión del mundo. Su decepción ante la naturaleza humana evidencia la sensibilidad de un hombre afligido por las catástrofes de nuestro carácter, primordialmente la pobreza moral. Sus respuestas no siempre coinciden, sobre todo en proyectos donde se ve más la mano de Hollywood, como Alien 3El curioso caso de Benjamin Button, pero en toda su filmografía persiste el fantasma de la soledad y la distancia, que separa sobre todo a los amantes y culmina su cruel labor en su última cinta, Perdida. A continuación, les presentamos una serie de reflexiones breves sobre sus largometrajes en un intento por resumir un espíritu vasto como todos, pero trascendente como pocos.

Alien 3 (1992)

Alien 3 significó la llegada a las grandes ligas de David Fincher, quien por aquellos años se encargaba de dirigir videos para Madonna. La película sigue a la incansable Ripley (Sigourney Weaver) después de que la cápsula en que escapó en Alien 2 (Aliens, 1986) queda varada y una nave del gobierno pasa por ella, pero no es la única que logró subir a salvo al barco. Aunque no es una cinta que lleve totalmente impreso el sello David Fincher, el joven director logró imponer algunas de sus ideas. La más notoria debe ser lo que sucede al final con Ripley. Las atmósferas depresivas y la desilusión en general que Fincher siente por el género humano también están presentes. Quizá Fincher no tuvo el control creativo al 100% en el proyecto, sin embargo es posible ver destellos de lo que vendría después.

Seven (1995)

En sus narrativas de misterio, David Fincher ha desarrollado una crítica que encontró en los asesinatos seriales los síntomas de una sociedad al borde del colapso. En Seven: siete pecados capitales (Se7en), Fincher sitúa su trama en una ciudad anónima para definir su filme como una imagen del hombre en pugna entre sus impulsos eros y thanatos, el amor y la muerte. Entre el perdón y la venganza cae una sombra terrible. Seven es una tragedia de proporciones bíblicas que nos concierne a todos y que expresa la desesperanza de un director interesado en seres marginales cuyo castigo será no la muerte, sino el ostracismo: sobrevivir el error y su catástrofe sin poder olvidarlos. La lucha del detective Mills (Brad Pitt) es la lucha de la consciencia por trascender los límites de la sinrazón, y su caída es la de toda la humanidad.

El juego (1997)

Después de instalarse con crudo brío en el canon contemporáneo con Seven, Fincher construyó un filme superior en intrincadas y complejas narrativas que giraba sobre un oscuro misterio: un juego que usa la perplejidad y confusión en lugar de dados y cuyas reglas bordean un desconcertante peligro. Michael Douglas, experto en papeles de sagaz idiota, interpreta al magnate banquero Nicholas Van Orton, que recibe en su cumpleaños un peculiar regalo de su inútil hermano (Sean Penn): un boleto válido por un juego, que, de aceptar jugarlo, cambiará radicalmente su vida (no, no es el ProGol) y que habría de iniciar un carrolliano descenso a un abismo dominado por el azar.

El club de la pelea (1999)

Acaso la película más famosa de David Fincher, El club de la pelea (Fight Club) es algo que el resto de su filmografía envidia: un hito. Varias imágenes de la película ya han entrado a la memoria colectiva, como las golpizas en el sótano, las apariciones metaficticias de una subversiva presencia y de una incómoda fotografía en medio del metraje, la golpiza que se propina Edward Norton a sí mismo, la repulsiva casa que refleja su interior en caos y el irónico final en que se cumple una fantasía macho-fascistoide. El triunfo de esta imaginería posmoderna, sin embargo, se le debe más al autor de la novela en que se basa la cinta, Chuck Palahniuk, que a Fincher, lo cual no aminora de ninguna forma el talento del cineasta, que supo crear una obra lo suficientemente ambigua para generar una controversia, y lo suficientemente satírica para evidenciar sus intenciones reales. Su solo estatus cultural, junto con sus muchas cualidades, la hace una cinta esencial.

La habitación del pánico (2002)

Uno de los grandes dotes de Fincher es como arquitecto de una aguda visión que integra el espacio físico como uno de los personajes más importantes en sus narrativas (la lluviosa ciudad de Seven o la penumbrosa San Francisco de El juego), pero quizá nunca habían tomado un lugar tan primordial como en la claustrofóbica fábula moderna La habitación del pánico (The Panic Room) en la que la recién divorciada Meg Altman (Jodie Foster) se encierra junto con su hija diabética Sarah (una puberta Kristen Stewart) en un cuarto de seguridad de su lujosa casa para protegerse de tres asaltantes que buscan algo en ese cuarto, precisamente. Se trata de un filme elegantemente construido que nos tensa al punto de la asfixia, como uno de esos “cuartos de pánico”.

Zodiaco (2007)

En una seria pugna con Seven por ser la mejor película de misterio de David Fincher, Zodiaco (Zodiac) es una vastísima exploración de los temas recurrentes del director: la enajenación, la separación, el delirio de la sociedad estadounidense. En este filme, sobre la búsqueda del Asesino del Zodiaco, Fincher nos guía a través de la obsesión de un hombre por resolver el misterio y su constante retraimiento conforme el caso lo absorbe. A la vez, Fincher hace un comentario sobre la clase de mundo que permite la existencia de hombres dispuestos a matar por placer, y que en algún momento recurre al cine como la única y frágil salvación cuando la realidad es abrumadora. Si la policía no puede encontrar al criminal en las calles, lo hará Clint Eastwood en el cine. El formalismo de Fincher se despliega fértil y expresivo en imágenes significativas que subrayan el miedo y el empequeñecimiento de las víctimas, que se convierten en cifras para los medios y las autoridades. Zodiaco es uno de los puntos más altos en la obra de David Fincher.

El curioso caso de Benjamin Button (2008)

Esta debe ser la película más atípica en el catálogo de Fincher. Un melodrama lleno de grandes nombres sobre un hombre que nace viejo y rejuvenece, al menos físicamente, conforme su vida avanza. No parece ser un tema idóneo para su mano. La “oscuridad” característica del cineasta estadounidense está canalizada al pesimismo con que la relación central es vista, imposible gracias al desfase cronológico y la efímera dicha de sus protagonistas. A la distancia, El curioso caso de Benjamín Button (The Curious Case of Benjamin Button) parece el intento de David por ganar un Oscar y legitimar su carrera frente a la industria. No lo logró.

La red social (2010)

Las biografías de personajes famosos suelen decantarse por felatorias prácticas carentes de perspectivas críticas (¿verdaaaaad Cantinflas?), por lo que cuando se anunció que el popular esteta David Fincher abordaría la vida del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, el cinismo del cineasta y del escritor Aaron Sorkin se convirtieron en refrescantes antídotos. La red social (The Social Network) es un trabajo de una factura técnica impecable cuyos afilados diálogos, dignos de la acidez verborreica de Billy Wilder, brillante música original a manos de la dupla Reznor/Ross y fortísimas actuaciones a cargo de Jesse Eisenberg y Andrew Garfield crean un retrato fidedigno de la cultura actual, encapsulando en una acción el obsesivo pathos de nuestro tiempo: la era del refresh.

La chica del dragón tatuado (2011)

David Fincher ha sido acusado en diversas ocasiones de ser un realizador frío, muy desapegado de los temas que aborda, un amante de la forma más que del fondo. La chica del dragón tatuado (The Girl with the Dragon Tattoo) es un buen ejemplo con el cual cimentar esas acusaciones. A pesar de lo simple de su trasfondo y la falta de un tratamiento más radical con el guión, vamos, el resultado no es tan diferente a la versión para televisión que se hizo del mismo libro en Suecia, la forma y el montaje de la película la elevan lo suficiente para superar al promedio de producciones hollywoodenses. Probablemente lo más destacado sea el hallazgo de Rooney Mara como actriz protagónica, gracias a su arriesgada actuación y la manera en que la cámara de Fincher la ama.

Perdida (2014)

Aparentemente, mientras menos se diga de la trama, mejor para el espectador que acude sin haber leído el libro, por aquello de los sobadísimos “giros de tuerca”. El filme presenta a Nick Dunne (Ben Affleck), desempleado escritor que el día de su quinto aniversario se percata de que su esposa, Amy (Rosamund Pike), ha desaparecido sin dejar rastro alguno y, conforme avanza la investigación, las sospechas recaen sobre el apático y distante marido. A partir de propiedad popular ajena (de nuevo), Fincher construye un ambiente que se mueve por una sádica curiosidad en el que se cuestionan los roles de pareja, los constructos del matrimonio y el brutal moldeamiento mediático, que erige héroes con la misma facilidad que los castra y humilla.

Comentarios por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1), JJ Negrete (@jjnegretec) & Rafael Paz (@pazespa)

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