‘Comer, rezar y amar’: Julia Roberts de gira con crisis existencial

El tema de la “crisis de los 40” ha sido abordado en más de una ocasión en el panorama cinematográfico, la mayoría de las veces con un protagonista masculino como  víctima de la depresión cuarentona. Pocas son las películas que han puesto en la mesa la premisa de que no sólo los hombres son quienes padecen de dicha crisis existencial (y que, se rumora, se acentúa en las fiestas navideñas), sino que las mujeres también navegan en ocasiones por estos terrenos tormentosos.

Es curioso ver a la Novia de América (Julia Roberts para la mayoría de los mortales) en un papel lejos de sus habituales comedias románticas en las que chico conoce chica y todos viven felices para siempre. En esta ocasión, la Roberts se mete en el papel de una mujer que, precisamente, se enfrenta a la duda que siempre nos asalta en algún momento de nuestras vidas: “¿En verdad estamos llevando la vida que realmente queremos llevar?”. Esa es la pregunta que tratará de responder el personaje interpretado por Roberts durante las excesivas dos horas de metraje que dura el filme.

El largometraje está basado en la novela del mismo nombre y dirigido por la mente bipolar de Ryan Murphy, responsable de grotescas obras maestras como Nip/Tuck y American Horror Story, así como de fiascos como Glee. Estamos de acuerdo en que este hombre es capaz de sacarle a un proyecto lo peor o lo mejor, rara vez con resultados intermedios.

La película sirve bastante bien como un deleite visual y como un tour al estilo de National Geographic, además de alegrar la pupila de quienes somos fans de Julia Roberts; sin embargo, como una invitación a la reflexión, el filme deja bastante que desear. En parte, la cinta falla en querer darle un aire new age al entorno, pero a la vez no quiere despegarse de los clichés del cine hollywoodense que hacen a una película rentable.

De igual forma se trata de lanzar al aire dilemas existencialistas, tirándole a terrenos filosóficos, pero sin que realmente haya una base o un punto para que el público debata dichos planteamientos. Básicamente, la trama gira en torno a la lucha interna de Liz Gilbert y cómo ella, agobiada por tantos problemas –con una depresión encima, por si fuera poco– decide dejar su natal Nueva York y perderse en el bagaje cultural y gastronómico de Europa, haciendo una parada en el entorno espiritual de la India.

Hay que reconocer que la película retrata bastante bien la sensación de soledad por la que atraviesa el personaje. Es difícil no compadecer ni sentirse identificado con la protagonista en diversos momentos. El filme padece de unos primeros 40 minutos meramente introductorios en los que sólo se nos recalca el fatal escenario en el que vive el personaje de Roberts, algo que nos queda perfectamente claro en los primeros 15 minutos.

Su primera parada en Europa es quizá la mejor lograda, pues son los suculentos platillos de Italia los que se vuelven un personaje más y, parece, encienden la motivación que la protagonista ha perdido totalmente. Son precisamente el sabor y la textura de los alimentos los que logran ponerle color de nueva cuenta a la vida de Liz Gilbert y los que terminan convirtiéndose en su terapeuta personal. Es curioso cómo el sentir precisamente los tonos de la gastronomía italiana reavivan algo en el personaje principal, cuando en una escena comenta que prácticamente ya ni siquiera sentía el sabor en su ensalada empaquetada que comía a diario en su hogar. Son el espagueti, la pizza y los deliciosos postres de Roma los que sacan de la rutina a Gilbert, junto con las amistades que hace en dicho país.

En esta parte hay escenas en las que se retrata perfectamente la soledad por la que atraviesa el personaje y ese deseo de retomar el camino que nace en ella. Es todo un reto visualizar este fragmento con el estómago vacío, ya que los olores que emanan los alimentos que desfilan en escena traspasan la pantalla haciendo agua la boca del espectador menos antojadizo.

Sin embargo, la parte de la India es un tropezón después de lo amena que resultó la parada por Italia. En esta parte la película trata de desatar todo un conjunto de planteamiento filosófico de un modo bastante frío y sin que el espectador realmente se introduzca en las reflexiones que pasan por la mente de Liz. Sobre todo, porque los rezos y meditaciones no iluminan la pantalla como la comida italiana, que viene siendo el alma máter del filme.

La parte final en España, pareciera que quisiera concluir el filme de un modo bastante repentino, pues retrata ese proceso de reencontrar el amor después de la huella de sanación que la gastronomía y los rezos  consiguieron en la protagonista.

Prácticamente el filme interpreta cómo esos suculentos platillos encendieron en Liz el hambre de querer hacerse dueña de su destino, lejos de una vida empaquetada y cliché como esas ensaladas que comía en su hogar. En India, pareciera que quiere dar a entender que fue ese espacio de meditación lo que llevó a perdonar y dejar ir su pasado, para poder encontrar el amor en España, una vez que la gastronomía y la meditación hicieron el trabajo que no pudieron hacer los antidepresivos y las pastillas.

Curioso que a Julia Roberts le pagaron uno de sus conocidos cheques de múltiples cifras por comer en Italia, meditar en la India y enamorarse de Bardem en España.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)

Cómo preparar… Ragú de pato

Ingredientes:

  • 500 mililitros de aceite
  • 1.6 kilogramos de pato deshuesado
  • 25 gramos de harina
  • 10 gramos de ajo
  • 50 gramos de cebolla
  • 50 gramos de puré de tomate
  • 200 mililitros de vino blanco
  • 500 mililitros demi-glacé (salsa de harina, mantequilla y caldo vegetal o animal)
  • 1 litro de fondo de ave
  • 1 sachet d’epice (bolsita de manta de cielo con especias)
  • 30 gramos de harina de trigo
  • 200 gramos de cebolla cambray
  • 15 gramos de tocino
  • 200 gramos de champiñones
  • El jugo de un limón
  • Sal y pimienta al gusto

Procedimiento:

Cortar el pato en ragout (piezas de 40 gramos cada una, aproximadamente), picar la grande y el ajo. Cortar el tocino en cubos medianos.
Cortar el rabo de las cebollitas de cambray; lavar y cortar los champiñones por la mitad.
Preparar el sachet d’epice: en manta de cielo poner: 2 hojas de laurel, 4 clavos, 5 gramos de pimienta blanca entera, 3 ramas de tomillo, 3 ramas de romero y amarrar con hilo de cáñamo.
Aparte sazonar y pasar por harina el ragout de pato y saltear en aceite bien caliente hasta sellar. Reservar.
En el mismo sartén saltear el tocino y una vez que esté ligeramente dorado agregar la cebolla y continuar salteando hasta que se vea transparente, agregar el ajo. Regresar el ragout de pato y mezclar bien.
Agregar el puré de tomate y saltear. Desglasar con el vino blanco, agregar el fondo de ave y el demi-glacé. Agregar el sachet d’epice, tapar y dejar cocinar por 20 minutos.
Pasados los 20 minutos, agregar los champiñones previamente salteados y las cebollitas de cambray y dejar en el fuego hasta que las cebollitas estén cocidas.
Verificar sazón y servir.

Receta por Haute Cuisine Cooking School

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Twitter: @hautecuisinemx
Facebook: /hautecuisine.mx

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