‘Cenicienta’: La tradición de la princesa

En la selección del catálogo de películas de animación, las historias de princesas son quizá las más identificables y populares entre la audiencia infantil, particularmente en las niñas que las imitan cuando compran muñecas o se disfrazan en alusión a ellas. El retrato de jóvenes bellas con aura virginal que en el fondo de sus corazones esperan por la utopía del “príncipe azul” consolidó por décadas a la casa Disney y su aproximación un tanto abnegada del género femenino parece caducar ante generaciones exigentes que piden más realismo con respecto al rol que desempeña la mujer en la actualidad.

Ante ello, la fábrica del castillo ha proseguido en su tarea de resucitar a sus éxitos de antaño en un live action que cada vez más se pone de moda dentro de sus filas, tras darse a conocer las intenciones de recrear La Bella y la Bestia con Emma Watson y las andanzas del elefante Dumbo bajo la visión de Tim Burton. Después de la tibia Alicia en el país de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) y de la pretensión de Maléfica (Maleficent, 2014), la siguiente en presentarse es La Cenicienta (Cinderella, 2015).

A diferencia de Burton y Angelina Jolie, quienes intentaron presentar una innovación en el folclor que resultó más en errores que en aciertos, Kenneth Branagh demuestra contar con familiaridad en recrear la esencia de los clásicos literarios (Henry V, Frankenstein, Hamlet) y se apega de nueva cuenta a la tradición, en esta ocasión con la que Disney popularizó al cuento de Charles Perrault.

Branagh readapta el guión de Chris Weitz de una forma un tanto reminiscente a la consolidada versión animada de 1950: están presentes la desmedida bondad de Ella/Cenicienta (Lily James) y su resignación en soportar los maltratos a favor del hogar que guarda los recuerdos de sus difuntos padres; los ratoncitos (no parlantes) como sus únicos amigos en el ático al que es relegada por la malvada madrastra (Cate Blanchett); el amor a primera vista, la magia y la misteriosa zapatilla de cristal que se encargará de labrar su destino. Sumado a ello, el despliegue visual en el que la odisea se torna es acogedora y elegante en sus diversos escenarios, séase en la vida campirana o en el sofisticado baile en el salón del castillo, con todo y la parafernalia de vestidos incluidos.

Demorando un poco en el meollo de la historia y eliminando todo rastro de número musical, que le resta melcocha al cuento de hadas y le ayuda a acercarse a una audiencia más realista, a la excesiva sencillez y familiaridad de los acontecimientos, sólo se le agregan ligeros cambios. Así, la forma de abordar su trama se revitaliza un poco nada más, intercalando con la desdicha de Cenicienta (quien tiene un poco más de agudeza en su personalidad que en otras versiones) las presiones sociales ejercidas sobre el príncipe (Richard Madden) en encontrar una esposa de su acaudalado estatus, así como en su dinámica familiar con el moribundo rey (Derek Jacobi).

Cada personaje (con estereotipos incluidos), aunque sin gran profundidad en su psicología, hace su justa aparición, sin dejo de vacío ni sobra en tiempo. Como la némesis de una cándida Cenicienta de Lily James que cumple sin riesgos ni complicaciones, Cate Blanchett es quien más llama la atención como Lady Tremaine, con una sutil y disfrutable ponzoña que arruina la existencia de la afamada estelar y pretende hacer brillar en sociedad a las dos torpes y envidiosas hijas, Drisella (Sophie McShera) y Anastasia (Holliday Grainger). Helena Bonham Carter se desfasa de su faceta de villana afianzada por la saga de Harry Potter y logra apropiarse de una mordaz y carismática Hada Madrina.

Sin eclipsar a su consagrada antecesora animada ni hacer mella en la esencia rosa, pero presentando encanto y pinceladas de ingenio, La Cenicienta de Kenneth Branagh celebra la vigencia, quiérase o no, de la fórmula clásica de los cuentos de antaño, esos que siguen gustando en niñas que juegan a las princesas y que pretenden invitar a creer en la inocencia del amor, aun cuando la hazaña es complicada ante tiempos difíciles.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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