‘Dunkerque’: El rescate estridente

Hablar de guerra sin hablar de ideología es tan complicado como deambular por un campo minado en extremo en el que ningún paso es seguro, incluso para el más experimentado y avezado soldado. El cineasta británico Christopher Nolan no es ajeno a caer en las trampas de ser tomado como ideólogo, como en el profundamente velado protofascismo de Batman: El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) y El caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, 2012), pero que en su nueva película bélica Dunkerque (Dunkirk, 2017) no hace apología de la guerra, sino del escapar de la misma.

Estructurada en tres líneas temporales distintas (una semana, un día, una hora) la película de Nolan presenta el rescate de tropas británicas en la playa francesa de Dunkerque, rodeados por las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial y que contaron con el apoyo de civiles en sus embarcaciones personales para escapar del lugar. Sin un protagonista central, la película diluye las figuras arquetípicas del cine bélico para crear un abrumadoramente tenso mosaico en el que el acto más heroico no es escapar, sino rescatar.

Sin criticar las motivaciones de la guerra, pero exaltando discretamente los valores alrededor de los cuales la misma crea sus mitologías y narrativas de gloria, Dunkerque es ante todo una película de una aguda refinación técnica, en la que Nolan estira el concepto de montaje paralelo tan viejo como el cine mismo y cuya génesis radica en el clásico Intolerancia (Intolerance: Love’s Struggle Throughout the Ages, 1916), de D.W. Griffith, y que el cineasta británico ya había explorado, con la misma agudeza, en El origen (Inception, 2010) e Interestelar (Interstellar, 2014).

Los elementos que resultan clave para el brillante efectismo de Dunkerque son una fastuosamente estridente partitura de Hans Zimmer, colaborador habitual de Nolan, un nítido diseño de sonido y un notable trabajo de montaje por parte de Lee Smith, además de un flemático ensamble actoral en el que todos son piezas fundamentales, desde el soldado anónimo de Harry Styles hasta el templado Comandante interpretado por Kenneth Branagh.

Aunque Nolan logra mantener exitosamente la tensión durante la hora y cuarenta y cinco minutos de duración, la película no resulta innovadora en ningún aspecto y visualmente se queda corta si la comparamos, por mencionar un ejemplo reciente, con el brillante plano secuencia de Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007), del también británico Joe Wright, sin embargo Nolan nunca se ha caracterizado, ni parece tener intención, de ser un esteta más que un fetichista de la técnica, uno muy hábil y talentoso.

Dunkerque es un espectacularmente cronometrado  ejercicio de escapismo fílmico, un reloj bélico cuya marcha es ominosa y perfectamente audible, incluso en el ruido de un ensordecedor campo de batalla. Para Nolan el honor y la gloria no están en el sigilo de la huida, sino en la bombástica estridencia de un rescate.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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