‘Ocean’s 8: las estafadoras’: Robos Lícitos

Cuando un plan se desarrolla durante tanto tiempo y se piensan todas las variantes posibles, hasta obtener un dispositivo de precisión milimétrica inmune a fallas, se crea un paradigma que es replicable y que nunca se agota. Tal como los elaborados planes de Danny Ocean, éste parece ser el principio de las franquicias narrativas que al apuntarse un exitoso atraco, buscan repetir el plan las veces que sea necesario y con ligeras variantes que permitan incrementar el botín.

En el caso de las películas de La gran estafa, la más reciente variante adopta en Ocean’s 8: las estafadoras un aire “progresista”, al juntar un diverso ensamble de ocho mujeres que bajo el liderazgo de Debbie Ocean (Sandra Bullock, embriagada en botox) robarán una preciada y muy rara pieza de bisutería en el marco de la pomposa Met Gala en Nueva York y aunque el elenco es muy atractivo, las damas se limitan a seguir la línea dictada en las entregas previas, sin ninguna novedad o cambio.

El responsable es el director Gary Ross, quien dirigió la primera entrega de Los juegos del hambre y encaja perfectamente en el modelo de cineastas “sacachambas”,  uno de tantos que actualmente pululan en el sistema de estudios. Son los ejecutivos quienes toman las decisiones importantes, basándose, ellos a su vez, en incontables estudios de mercado y una percepción cada vez más errada que atinada de lo que la gente “quiere ver”.

El concepto de juntar a actrices de la talla de Bullock, Blanchett, Bonham Carter, Hathaway y Paulson con celebridades como Mindy Kaling, Rihanna y Akwafinna resulta de entrada tentador y el peso de la marquesina es suficiente para poder disfrutar la película, pero hay una abrumadora sensación de familiaridad y confort que impide no sentir que de alguna forma, los estafados hemos sido nosotros como audiencia. A este brillante reparto la película no les da absolutamente nada con que trabajar más que un cheque.

Habrá quienes disfruten la película por su carencia total de ambiciones, así como quienes le recriminen servir otra dosis de lo mismo pero en empaque distinto. Parece evidente que Ocean’s 8 es un ejemplo más –y ni siquiera uno particularmente representativo– de la imperiosa necesidad de la industria cinematográfica por replicar modelos y formulas probados. ¿Pecado mortal? En lo absoluto, no obstante aquí ya no parece haber mucho de lo qué hablar o reflexionar, sino simplemente consumir y disfrutar.

El plan es perfecto, la ejecución correcta y los resultados los esperados, pero en estos casos, eso nunca es garantía de éxito ni de satisfacción. Pasa poco tiempo antes de urdir el siguiente plan, ya no tanto por el dinero sino porque no hay otra cosa mejor que hacer.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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