La fatiga festivalera comienza a causar estragos entre los asistentes al Festival de Cannes, quienes comienzan a ver “clásicos instantáneos” en cada película digna o abominaciones y despropósitos en otras que, quizá, simplemente no están pensadas para una audiencia tan peculiar como la de este certamen. También es cierto que un número considerable de películas que ahora tienen una ponderación y una estima tan alta entre las audiencias, se estrenaron primero en Cannes: ahí están Shrek y Shrek 2 sin necesidad de ir más lejos.

¿Surgirán películas con esa fuerza en esta edición? Es prematuro lanzar conclusiones así. Corresponde escribir sobre lo visto con la distancia necesaria ante la efervescencia festivalera, que catapulta expectativas a grados que invariablemente terminan por dañar más a las películas que beneficiarlas.

Red Rocket
Dir. Sean Baker
Sección: Competencia Oficial

No basta con poner alusiones políticas evidentes –asomos de propaganda o imágenes de noticieros de fondo– para asignarle necesariamente una “lectura política” a una película. Para el cineasta estadunidense Sean Baker, dichos mecanismos nunca han sido necesarios para exponer certeramente los estilos de vida de los personajes tan hermanados y, al mismo tiempo, distanciados como los de Startlet (2012), Tangerine (2015) y The Florida Project (2017) a quienes se une el desesperado ex actor porno de Red Rocket, interpretado fina y nefastamente por el antiguo conductor de MTV, Simon Rex (Scary Movie 3, 2004).

La película de Baker se centra en el discurso abiertamente desagradable, mezquino y misógino del carismático protagonista, quien alardea tanto de sus premios por mejor sexo oral como seguramente lo hace Michael Haneke con sus Palmas de Oro. Más que el oportunismo de un comentario político, a Baker le interesa el apogeo de los valores más decadentes de Estados Unidos, aquellos que nutren también los mundos de Richard Kelly o Vincent Gallo, sólo que a diferencia de ellos, la visión de Baker intercambia el cinismo y la ironía por el júbilo y la energía que yace en el sector de la sociedad que vive en los cementerios industriales de otros tiempos, los mismos que le dieron a Donald Trump un contundente triunfo en las elecciones de 2016.

Por ello las alusiones directas al discurso de Trump son innecesarias cuando el protagonista es un hombre tan repulsivo como llamativo, profundamente ambicioso, mentiroso y patán. Se sobreentiende que en Estados Unidos, ese tipo de hombre conseguirá vencer las adversidades, Red Rocket es la parodia porno del sueño americano. (JJ Negrete, @jjnegretec)

A Tale of Love and Desire
Dir. Leyla Bouzid
Sección: Semana de la Crítica

Quiero sentarme en el bordillo, mirar cómo pasa, salimos del barro
No te confundas, sé de dónde vengo
Sé lo que cuesta ganarse los euros

Natos y Waor

Las narraciones iniciáticas son entrañables, entre otras cosas, porque lxs protagonistas toman decisiones impulsivas, incoherentes, llenas de rabia, de incomprensión y de amor. Su praxis no pasa por filtros; es puro deseo desbordado, caprichoso, desinteresado y con un pulso que siempre incorpora la finitud y el miedo. A Tale of Love and Desire es el tercer largometraje de la directora tunecina Leyla Bouzid, una película en la que la universidad es el espacio que potencia el encuentro entre Ahmed (Sami Outalbali), un joven francés de padres argelinos, y Farah (Zbeida Belhajamor), que decide salir de Túnez para estudiar literatura árabe. La narración, aparentemente sencilla, va incorporando capas que van nutriendo el imaginario de Ahmed y Farah. La geografía es fundamental, por ello Bouzid elige la universidad de La Sorbonne en París, que a su vez es otro espacio que incorpora otros espacios.

La ultraderecha ha encontrado en la digitalización una de sus mejores herramientas para poder establecer conexiones y planeación a pesar de las distancias que antes eran insalvables. No es que la ultraderecha hubiera desaparecido y este sea el momento de su resurgimiento; más bien ahora tienen manera de comunicarse desde el anonimato. El espíritu del Ku Klux Klan ha prevalecido, las barras de los equipos ingleses siempre han estado ahí, los grupos de vigilancia contra palestinos en Cisjordania se hacen más numerosos, y podríamos seguir.

La violencia contra los migrantes (Xenia, Panos H. Koutras, 2014) o contra practicantes de otra religión (Medusa, Anita Rocha da Silveira) permanece en el subtexto de A Tale of Love and Desire, pero no se recarga en él para volverse panfletaria, sino que coloca la relación de Ahmed con su familia, con sus amigos y con Farah en contexto para darle profundidad política a sus experiencias, al ejercicio de su sexualidad, al enamoramiento, a las dudas, a no saberse suficiente, a la confrontación de su tradición con el fuego intempestivo que es Farah; a la tristeza, a la depresión, a ser estudiante en la universidad, a las expectativas, a la academia, al machismo, al círculo de amigos, al barrio, al fango y a la poesía.

Y aquí está una de las interrogantes que mueve el trabajo de Leyla Bouzid: ¿Se le puede dar corporalidad al deseo, al amor puro? ¿O se requiere la supresión de esa materialidad para que la idea siga destilando conceptos? ¿El amor, el deseo se corrompe con su puesta en práctica? La apuesta de Ahmed, después de enfrentarse consigo mismo, con sus raíces y con su lectura del mundo, es reconocerse en la mirada de Farah, que mira como el desierto en el que la noche se vuelve apacible. La puesta de Bouzid es una película sin grandes pretensiones, pero clara y entrañable, en donde las memoria sigue fértil como una jardín entre leopardos. (Icnitl Ytzamat-ul Contreras García, @Mariodelacerna)

Europa
Dir. Haider Rashid
Sección: Quincena de los Realizadores

Cuando una película inicia con un epígrafe haciendo alusión a una problemática social específica, el espectador puede darse una idea muy precisa de qué vendrá a continuación, sin margen alguno para la sorpresa. El iraquí Haider Rashid, como muchos otros realizadores en el mundo, recrea en Europa problemas sociales en clave de “géneros cinematográficos” tal como son enseñados en infinidad de escuelas, diplomados y cursos de cine dentro y en los márgenes de la academia. El planteamiento “directo” de la película sigue a un joven inmigrante iraquí que escapa de la policía y de cazadores de inmigrantes en la frontera de Bulgaria.

Aquí la supervivencia –como si fuese Gravedad (Gravity, 2013) o, más claramente, Desierto (2014) de la dinastía Cuarón– se convierte en un motivo que te mantiene al borde del asiento. La realización de películas como Europa y su posterior aceptación en festivales da pie a una pregunta que resulta indispensable hacer, primero a los realizadores y luego a los comités de selección: ¿cuál es la finalidad de una película como Europa? Es evidente que su interés no es el cine.

Si lo que se pretende es el cambio y la conciencia social, estamos aún lejos de medir el impacto real que una película, estrenada en un festival ubicado en una de las zonas más exclusivas del sur de Francia, quizá los esfuerzos de concientización o de apoyo a las causas de millares de migrantes en el mundo se vean mejor atendidas de otra forma, considerando que la complacencia y los aplausos son fáciles de obtener cuando se muestra a un “marginado” en pantalla, caso similar –guardada la sana distancia– a la deleznable Capharnaum (Labaki, 2018) luchando “épicamente” por sobrevivir. Europa no es la primera y tristemente tampoco será la última película que use como plataforma el sufrimiento real de otros para obtener un beneficio que es difícil saber si llega a quienes se ven retratados en pantalla y, en ese sentido, las películas a diferencia de migrantes, no se juegan nada más que su prestigio. (JJ Negrete, @jjnegretec)

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