‘Carrie’: La calamidad inevitable

Se rieron de mi… Siempre se han reído de mi.
Carrietta White

La apuesta parecía segura, ¿qué podría salir mal? Juntar una de las clásicas historias de terror de la literatura y el cine con una joven estrella en ascenso, agregar una directora (Kimberly Peirce) para dar el toque feminista a una trama dominada por mujeres y llamar a Julianne Moore para el papel de psicótica, lucían como decisiones lógicas para hacer un éxito de la nueva versión de Carrie (2013). No lo fue.

El conflicto es bastante conocido: en una secundaria estadunidense, una retraída joven es acosada por sus compañeros de clase porque la ven rara, así ha sido toda la vida. Y cómo no iba a serlo con esa ropa pasada de moda, la madre ultra religiosa y una cantidad de tics nerviosos que harían sonrojar a Woody Allen. Un día Carrie pasa de niña a mujer en las regaderas de la escuela, sus compañeras no pueden evitar burlarse y termina dilapidada con tampones y toallas femeninas. El incidente le acarrea a todas un sendo castigo y a la insurrecta cabecilla del grupo, no asistir al baile de graduación.

Desde su origen, el drama creado por Stephen King se siente inevitable. Quizá hubo forma de prevenirlo, pero la vida no es así y los adolescentes, menos. Al pasar las primeras páginas sabemos que Carrie está condenada, ese sentimiento también acompaña –de manera más o menos satisfactoria– a las adaptaciones cinematográficas de 1976 y 2013, así como a la versión para televisión del 2002. Olvidémonos de una vez de la sosa Carrie 2: La Ira (The Rage: Carrie 2).

La versión de Brian De Palma funciona porque, como decía Roger Ebert, era un relato sobre adolescentes insertado en una película de terror. De Palma tomó lo creado por King y, sin dejar de serle fiel al material original, lo filtró a través de su retorcida visión de la vida, llena de perturbadoras imágenes religiosas y bailes de graduación saturados por luz neón. Carrie se distanciaba de las víctimas clásicas del cine de terror, en cambio eran éstas las que la acosan hasta el cataclismo.

Sin ser la jovencita “regordeta y llena de granos” que King describe en su libro, Sissy Spacek interpreta con maestría a la retraída muchachita. Su Carrie está llena de inocencia y buenas intenciones, en ningún momento su actitud da a entender que su reacción ante la broma en el baile de graduación es algo planeado o para lo que se ha preparado. Sus poderes son un estallido impredecible.

Era una chica tan bonita…

En la interpretación dirigida por Kimberly Peirce, Chloë Grace Moretz luce fuera de papel gracias a su innato encanto. Cuesta trabajo creer que una chica tan encantadora y linda –aun bajo el lúgubre maquillaje– sea el blanco de las burlas del colegio entero, a pesar de los esfuerzos de Moretz por dar el tipo. Su inclusión en el reparto parece más un movimiento de representantes por crear/cimentar una carrera que otra cosa.

Un acierto de De Palma fue no mostrar los intentos de Carrie por controlar su don, como si los narra la novela. Al hacer un híbrido del original y la primera adaptación, el guionista Roberto Aguirre-Sacasa (Glee, Big Love) decidió incluirlos en la cinta estrenada este año. En papel podrán ser una herramienta narrativa para mostrar el desarrollo emocional de la protagonista, no así de manera visual, donde terminan mostrando a Carrie como una conflictuada alumna de la Escuela Xavier para Jóvenes Talentos –o un capítulo de X-Men: Primera menstruación–.

Si la nueva Carrie no resulta atractiva para el nuevo público es gracias a una simplona toma de decisiones, Aguirre-Sacasa y Peirce despojan a su versión de los juegos visuales que tanto enriquecen a la de De Palma. En ningún momento los límites se transgreden o son empujados, para muestra el baile de graduación y su estética digna cualquier comedia adolescente genérica. Hasta la adaptación para televisión se toma licencias respecto al material original y visuales –una de las protagonistas es afroamericana, Carrie nunca deja de ser el bicho raro y sobrevive, la investigación policial, etc.– que si bien no rescatan a la cinta del olvido si la tornan interesante profundizando su lectura.

Resulta curioso que el remake haya recibido una clasificación NC-17 –prohibida para menores de 17 años– en Estados Unidos cuando hay poca violencia –sobre todo en la escena climática–, sexo o groserías en pantalla. El creciente número de matanzas estudiantiles en territorio gringo podría explicar la decisión y la renuencia de los involucrados a mostrarse más atrevidos –y gozosos– a la hora de ajusticiar estudiantes. El cacareado bullying podría ser una opción también, pero está tan someramente abordado que no es probable.

Carrie sigue siendo esa demostración del monstruo que todos tenemos dentro. Amenazador al no comprender al otro y atormentarlo por eso, terrorífico cuando, ante la presión, explota y transforma nuestra naturaleza. Como en The Outsider de Lovecraft, el verdadero horror es llegar a la superficie y descubrir nuestro horripilante reflejo en el espejo.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado en el número 07 de la Revista Freim.

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