¿Qué es lo que separa el documental de la ficción? Pareciera ser una cuestión de historias o enfoques más que de formato o presentación; todas estas ideas parecen darse por sentadas y en raras ocasiones se ven cuestionados los límites de la representación. Por ejemplo, el maestro iraní Abbas Kiarostami durante la primera parte de los años 90, particularmente en su magnífica pieza Close Up (1990) donde los protagonistas de un inocente timo representan los hechos acontecidos.
Algo de una factura similar parece ocurrir en el “documental” La plaga de la joven cineasta española Neus Ballús en el que vemos desdoblarse el rural y cotidiano drama de cinco personas que trabajan en las afueras de la mítica ciudad de Barcelona, vinculadas únicamente por aleatorias coincidencias. En La plaga no hay testimoniales escupidos a la cámara, no hay narrador omnipotente y no existen planos de neutralidad estética en pos de la “verdad”. Cada escena en La plaga parece un trabajo diseñado y esbozado, se siente como un trabajo de ficción, pero son piezas de realidad sofisticadamente cohesionadas.
Los protagonistas de La plaga vienen de diferentes situaciones, contextos y culturas que varían drásticamente, el orden de su aparición es irrelevante considerando que eventualmente llegaremos a conocerlos a todos por un ciclo bien construido.
El “documental” comienza con una imagen tosca con Iurie, un joven de Moldavia, que practica lucha grecorromana y que, como una gran cantidad de migrantes, espera que la burocracia lo reconozca como ciudadano; Iurie trabaja con Raül, un hombre ya maduro que heredó la granja de sus padres que vive una situación complicada debido a que una plaga de insectos ha destruido su cosecha; la vecina de Raül, Maria, una mujer de casi 90 años, con una grave enfermedad respiratoria debido a la cual se internará en un asilo, donde conoce a una enfermera filipina, Rosa María, que lleva poco tiempo viviendo en España y que se transporta a pie; es en uno de estos viajes en los que conoce a Maribel, una mujer que suele sentarse en una silla al pie de la carretera que trata de ganarse la vida para ella y su hijo a través de la prostitución.
Las historias de crisis local confluyen con un mosaico migratorio propio de una sobadísima crisis a escala global. Ballús presenta historias reales con precisión y belleza que parecen jugar con la paleta de color utilizada por pintores como Goya o Millais, un fresco natural que no pretende denunciar, señalar o gritar por una situación que es considerada como injusta, sino que usa la calma y la reflexividad como su más grande arma, así como los insectos de la plaga, en total silencio, devoran cantidades industriales de alimento.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)