El trauma se mueve sigilosamente en la profundidad de la memoria para quedarse ahí, dormitar y despertar con furia cuando la vida cotidiana así lo requiera, asustando y paralizando. Resulta aún más duro el trauma colectivo, que remueve las bases mismas de una cultura, se arraiga y destruye toda confianza y seguridad. Muchas veces es necesario sentir que podemos retomar el control de ese momento para hacerle frente, incluso si ese mundo es fabricado por nosotros mismos.
El cineasta originario de Camboya, Rithy Panh, conmovió profundamente al jurado de Un certain regard, una de las secciones paralelas del prestigioso Festival de Cannes, haciéndose acreedor al primer premio con un brutal testimonio del periodo de 1975 a 1979 en Camboya bajo el régimen del Khmer Rouge, facción socialista radical que exilió, desterró y despojó a millares de familias; la búsqueda de Panh es por esa “imagen ausente” tomada en ese periodo de tiempo.
Panh hace de su memoria un artístico juego terapeútico, en el que el es capaz de manipular a los personajes creados con arcilla, miniaturas nostálgicas que posan estoicamente en maquetas creando frescos petrificados que se estudian, exploran y reviven la tortura vivida a manos de este regimen político, abandonando la realidad para entrar en un universo táctil, donde los seres queridos salen del difuso recuerdo para concretizarse, así como sus antagonistas y actores secundarios.
La denuncia que hace Panh es sutil, silente y de enorme alcance, evidenciando los peligros de la ideología como una letal asesina y la formación de la realidad en base a un deseo personal. El colectivismo radical y el socialismo salvaje adoptado por el Khmer Rouge apela al uso de la violencia como recurso para sostener la ilusión de poder, así como la ilusión del avance se encuentra en la desaparición del hambre, o, más bien, de aquellos que la tienen, convirtiendo así la muerte en el único anhelo.
La estructura del documental es ágil, la apreciación en el detalle de cada maqueta permite que la audiencia se sumerja aun más en lo que realmente figura y se fija en la memoria de Panh, usando a sus avatares de arcilla como sujetos de una fotografía fija, un documento que combina los elementos de la realidad cruenta con el más creativo ingenio, conectando nociones del juego en la infancia con la barbarie de la ideología.
Todo el desarrollo de La imagen ausente (L´image manquante) se encuentra en medio de dos tomas sugestivamente poderosas: en el prólogo una serie de enormes olas rompe frente a la cámara, misma toma que es repetida durante el epílogo del filme, ahogo y alivio en un solo instante, tan sofocante que la percepción del tiempo se distorsiona. Ahogados en la memoria solo sobrevivimos si reconstruimos esa “imagen ausente”, en busca de ese golpe de aire que nos devuelva la seguridad.
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Por JJ Negrete (@jjnegretec)
