‘Yo, Olga. Historia de una asesina’: Psicosis lúcida

Existe una patología en todo lo que es diferente y todo un sistema social que a través de distintas instituciones y mecanismos busca neutralizar lo anómalo. Olga Hepnarova, la joven mujer que desde el inicio de la película declara tajantemente su rechazo a toda convención social es un ejemplo ilustrativo de tal anomalía, pero lo que esta ausente es el malestar o el “dolor”.

Con una neutralidad parca que fácilmente puede confundirse con distanciamiento, los cineastas Petr Kazda y Tomás Weinreb exponen a base de gestos bressonianos (Mouchette, 1963; Le diable probablement, 1977) y hasta modestos guiños nipones (Koshikei; Oshima, 1968), la historia de Olga (Michalina Olszanska), una joven mujer de 22 años que en la Praga de 1973 es condenada a muerte por bestialidad, cargos imputados por el asesinato de varias personas con un camión de carga.

La película no brinda antecedentes visuales de cómo Olga llego al estado en el que la encontramos, no busca justificar su acto ni condenarlo. No hay una reacción violenta a un acto violento, cuando menos no uno mostrado a cuadro, lo que suma a la sensación de aislamiento de Olga y la sincera defensa de lo anormal de su conducta.

En prístino blanco y negro, los cineastas recurren a una sobria puesta en escena, quizá un tanto esquemática, resulta efectiva por su austeridad para desdramatizar y evitar el tremendismo que implica retratar una crónica como esta, sin embargo, la película resulta más estimulante por los temas que toca que por su forma misma.

La película evoca en forma y espíritu la cinta Moi, Pierre Riviere (1973), del cineasta Rene Allio, a su vez basada en la memoria recuperada por Michel Foucault en las que el protagonista pretende exponer las razones que lo llevan al asesinato de su familia, un caso que generó considerables repercusiones en su momento a nivel social y jurídico.

Lo que une a Pierre con Olga es que ambos son profundas abyecciones de un sistema político que deshumaniza al punto de anular emociones o sentimientos, al menos los que generan empatía, pero ninguno de los dos esta preocupado por conseguir apoyo o aceptación, la eluden y se reconocen como individuos y cuando esta individualidad busca ser homogeneizada a través de mecanismos como la institucionalización, el resultado es un choque cuyas víctimas son justamente, los civiles bien adaptados.

¿Dios o víctima? ¿Antiheroína o vil asesina? El misterio de lo que es Olga Hepnarova, su desafío a toda convención y lo que esto representa para una sociedad profundamente alienada impide que se repare en que el acto homicida no es solo responsabilidad de una persona, sino de todo un aparato que funciona con una potencia infinitamente más devastadora que la de un modesto camión de carga.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)