58 Muestra | ‘Sombra blanca’: La pesadilla de los albinos en Tanzania
Quizá lo mejor que puede hacer la audiencia tras ver una película tan dolorosa como Sombra blanca (White Shadow, 2013), es disponerse a visualizar una comedia romántica o un drama optimista marca Julia Roberts o Sandra Bullock para limpiar el paladar después del mal rato. Sombra blanca no es una agradable experiencia, y no porque se trate de una mala película, sino por lo real y veraz que resultan las escenas que acontecen ante nosotros en pantalla. Creo que mis pesadillas son incluso más amenas que las dos horas en las cuales el cineasta Noaz Deshe nos hace aferrarnos a la butaca, para así comprobar que seguimos estando a salvo en una sala de cine y no en un arenoso terreno de Tanzania.
Si bien en varios documentales ya se ha logrado despertar la compasión por los albinos ante los horrores a los que son sometidos en esas tierras, esta película va más allá al contar una odisea de supervivencia y conseguir una reconocible empatía con el protagonista del filme. Resulta tan íntima la forma en que Deshe hace de la cámara un cómplice más del héroe de la historia (un adolescente albino llamado Alias), que el público termina siendo una víctima más de los horrores que se proyectan en pantalla, ya que incluso hubo varias miradas de indignación y sollozos mientras se proyectaba la película en la sala en que me encontraba.
El gran mérito de esta cinta es la naturalidad con la que el director narra la historia, haciendo que todo lo que acontece se perciba tan real. La línea que separa esta película del género documental se percibe bastante delgada. Claro que, en parte, eso puede considerase como un tanto tramposo, ya que la incomodidad que se lleva el público se debe a un puñado de potentes y dolorosas escenas muy bien llevadas, pero que compensan el resto de una película que en ocasiones resulta repetitiva.
Al inicio, la película sitúa al espectador como un habitante más de esas arriesgadas tierras, consiguiendo un inicio que provoca malestar en los espectadores más sensibles; sin embargo, conforme avanza se pierde interés y se siente cansada cuando no se presentan estas escenas, cuando hay filmes que siguen siendo sumamente desoladores sin tener que recurrir a esa violencia explícita. Aunque en todo momento la experiencia se sienta sumamente real, el director tiene que recurrir a escenas lo suficientemente gráficas para lograr ese sentimiento de tristeza en la audiencia, cuando algunas secuencias resultan un tanto difusas e incluso aburridas dentro de su excesiva duración.
La recta final de la película es sumamente loable al concluir el filme con un punto final lo sumamente dramático y potente, de modo que al público le resulte difícil olvidar una experiencia que podría funcionar como una crónica televisiva. La banda sonora y la fotografía terminan profundizando esas sensaciones al rematar ese dramatismo latente en gran parte de la historia y el director consigue impregnar su estilo en un filme que habla más por sus imágenes que por sus escasos diálogos.
Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)