57 Muestra | ‘Sólo los amantes sobreviven’: El eterno desencanto

Mito genial, atrayente encarnación de los deseos más oscuros del ser humano… desde el punto de vista del romanticismo, los vampiros representan una ferozmente ambigua idealización de la autonomía y un ominoso culto a lo oniríco, en abierta oposición a la esencia racional de los postulados de la Ilustración del siglo XVII. Desde sus inicios, el vampirismo ha sido uno de los temas más abordados por el celuloide; no obstante, en las antípodas de la legendaria figura del Conde Drácula y cientos de semejantes que por décadas mostraron a estas —fundamentalmente tenebrosas— criaturas de la noche como una fuerza natural sedienta de sangre, el cine de vampiros ha transitado —o se ha visto afectado, más bien— en los últimos años por diversos fenómenos que, lejos de representar una novedosa puesta al día del género, le han restado a éste buena parte de su siniestro atractivo primario, trastornando la mítica imagen del sanguinario depredador nocturno a una edulcorada alegoría en tono de parodia progresista, privilegiando los rasgos más insustancialmente “sexy” e incluso “filantrópicos” de estos seres, en aras del comercialismo más ramplón, lo que se ha traducido en exitosas y alarmantemente convencionales franquicias pensadas para el beneplácito de aquellas audiencias fácilmente impresionables y, cosa curiosa, la gran mayoría compuesta por jóvenes exudando un profuso nivel de estrógeno.

Adam (Tom Hiddleston) es un apático músico underground, quien por voluntad propia, vive aislado del mundo en su lóbrego departamento en Detroit. Abstraído en sus emociones, ve transcurrir el agobiante paso del tiempo mientras compone, interpreta, graba y guarda celosamente para sí mismo sus canciones. Sus únicos contactos con el exterior son la presencia de Ian (Anton Yelchin), un joven melómano proveedor de instrumentos musicales y objetos varios —el cual profesa una entusiasta admiración por su ermitaño ídolo— y las videoconferencias que sostiene a larga distancia desde la enigmática ciudad marroquí de Tánger con su esposa Eve (Tilda Swinton), apasionada del arte y lectora voraz cuya equilibrada personalidad, si bien contrasta con el melancólico temperamento del músico, comparte con él un rasgo en común: ambos son una milenaria pareja de vampiros, cuya precaria estabilidad emocional será puesta a prueba con la reaparición de Ava (Mia Wasikovska) la impredecible hermana menor de Eve.

De entrada, Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), el trabajo más reciente del reconocido realizador independiente Jim Jarmusch, no se diferencia demasiado de los banales planteamientos de otras cintas recientes alrededor del tema, así como tampoco la anécdota logra destacarse por su originalidad. En muchos aspectos —además del vampirismo, claro— el asunto luce bastante similar al abordado por Tony Scott hace 30 años en El ansia (The Hunger, 1983), aunque cabe destacar ciertas diferencias importantes entre los dos films. El Adam de Hiddleston comparte con el John Blaylock encarnado por David Bowie su pasión por la música, su añoranza por los tiempos pasados, su desencanto hacia la monotonía del pensamiento del mundo moderno y la mediocridad de la sociedad en general. Si en Blaylock lo que despertaba sentimientos de burla era la superficialidad de las teorías científicas sobre la inmortalidad, lo que le causa aversión a Adam es la incapacidad del ser humano para apreciar y reconocer los logros alcanzados por aquellos hombres dedicados al arte y la ciencia —a quienes rinde homenaje bautizando con sus nombres las inusuales guitarras eléctricas que Ian le consigue. Por su parte, la Eve de Tilda Swinton y la Miriam de Catherine Deneuve comparten el mismo sentido de ética, el gusto por el arte y una madurez superior a la de sus contrapartes masculinas, proveniente de la capacidad de ambas mujeres para adaptarse mejor al entorno de la época –durante sus videoconferencias, Eve usa un Iphone, mientras Adam utiliza un ecléctico sistema analógico para poder ver a Eve a través de un antiguo televisor de bulbos—, lo que les confiere a estas milenarias vampiresas la autoridad emocional para guiar de la mano a sus inestablemente frágiles parejas por los océanos del tiempo.

En todo caso, quizás el principal mérito de la película de Jarmusch reside en el modo en que juega con las convenciones del género (como el orgásmico placer experimentado por los protagonistas al ingerir sangre, y la manera poco ortodoxa en que consiguen el vital líquido mediante su compra clandestina en laboratorios), además de su atinado uso de las especulaciones históricas (en el film, Adam resulta ser el verdadero autor de un quinteto de cuerdas de Franz Schubert), aderezando el asunto con algunas referencias musicales (Adam se confiesa admirador de la obra del compositor barroco William Lawes y del rockero Eddie Cochran) y cinematográficas, como la confusión que siempre provoca la falsa identidad de Adam —”Se te ve muy palido, doctor… ¿Strangelove? ¿Caligari?”— en el médico residente que le provee de sangre. Sobrevivientes del Periodo Isabelino y del Romanticismo del siglo XVIII, la inmortal pareja de esposos y su amigo Christopher Marlowe (John Hurt), el rival de Shakespeare, simbolizan el espíritu rebelde y contestatario de dicho movimiento, renegando de cualquier normativa o tradición cultural que atente contra su libertad creativa y existencial en un mundo cínico e indiferente ante la innovación (retratado mediante el depresivo esplendor visual de la lente de Yorick de Saux), escasamente poblado por seres ahogados en sus propios temores —a quienes Adam e Eve llaman despectivamente zombis— y la procacidad inherente de aquellos, la cual invadirá súbitamente el hábitat de los amantes mediante la incómoda irrupción de Ava, la irresponsable y eterna vampiresa adolescente, quien no tarda en poner de cabeza el tenue equilibrio cotidiano de los cónyuges.

Nuevo manifiesto de principios por parte de Jarmusch y de sus filias autorales, Sólo los amantes sobreviven vuelve a confirmar (y esto a pesar de sus limitaciones) la interesante refutación del cineasta hacia los modelos usuales de la representación temática por cortesía del cine estadounidense, y su congruente búsqueda de soluciones estéticas afines a sus inquietudes, aunque esto implique que el jardín de Adan y Eva sea, para bien o para mal, despojado de su lacerante inocencia sin remedio.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

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