57 Muestra | ‘Conducta’: El espíritu panfletario

Afuera del tiempo la vida es un minuto que no termina. Entre sus autos de los años 50 y sus casas desportilladas, el espíritu de La Habana es el de una ciudad muy vieja que permanece en un instante de 1959, un año nuevo que no comenzó. La promesa revolucionaria fue una de igualdad, no de comodidad, y cumplió. Al menos, en La Habana de Ernesto Daranas todos son pobres. En un Estado sin ley, Chala (Armando Valdés Freire), de 11 años, debe cuidar de su madre alcohólica y adicta a las píldoras. Yeni (Amaly Junco) es palestina, es decir, viene de una provincia oriental para habitar ilegalmente en La Habana; a pesar de ser una alumna brillante, las autoridades quieren deportarla. El fracaso de una generación, décadas después de su toma del poder, se convierte en la frustración de una nueva, que ya no busca la superación, sino la supervivencia.

En esta debacle llamada normalidad, el heroísmo no inicia cambios; evita desastres. Tampoco es espectacular, sino valientemente sutil. Daranas no nos muestra a su salvadora, la maestra Carmela (Alina Rodríguez), como una figura siquiera perenne o fuerte. Ya cerca del retiro, Carmela está cansada; su cuerpo lo resiente con un infarto, y su bravo lenguaje lo deja entender cuando suelta la ocasional mala palabra: “Son demasiados años luchando con tanta mierda”. Ante la ira, la elocuencia se disipa. Daranas retrata a la revolucionaria decepcionada y enfurecida, que no ve en el régimen ni la esperanza ni el futuro. No sabemos qué edad tiene Carmela, pero podemos suponer que es la suficiente para haber experimentado el júbilo de la transición de poderes. Su desilusión es evidente en cada pleito con la burocracia educativa, que insiste en mandar a Chala a una escuela de conducta para “corregirlo”.

Conducta 2

La libertad con que Daranas desafía el régimen de Fidel Castro es sorprendente. Entre los ataques de Carmela a sus funcionarios, incapaces de encontrar más soluciones que ejecutar castigos, y las imágenes de una Habana donde un niño debe cuidar perros de pelea para sobrevivir, el director se muestra a sí mismo dentro de su protagonista, Carmela. El enojo de ella no sólo es comprendido por él; es creado desde su propia experiencia. Conducta (2014) ha resultado controvertida por mostrar la modernidad cubana como un derivado vetusto de la adolescencia del mundo contemporáneo: la era de las revoluciones. El gobierno finge su juventud mientras Castro aparece en ropa deportiva para los noticiarios, pero la decadencia en el sistema, en la arquitectura, en los valores morales, contrasta con la imagen de aquella senectud sana. Chala suele jugar con las palomas que viven en su edificio, como una imagen irónica de la libertad que no tiene ni en su propio país. Su patria busca encerrarlo, ignorarlo, declararlo resuelto como el problema que ella ve en él.

Carmela, a diferencia del Estado, no ve cifras, sino personas cuyos hogares y necesidades conoce. Su figura es la de la madre Cuba en persona, que nutre y repara a sus hijos, quienes algún día la rescatarán a ella. Para Daranas, esta mujer da un regalo que ningún Estado burocrático se atreve a considerar: la fe. Carmela cree en sus alumnos y los humaniza. Son cuatro cosas las que hacen a un niño, dice: “La casa, la escuela, el rigor y el afecto”. Su experiencia le impide rehuir a la responsabilidad de la participación e incluso a la exaltación de la identidad popular por encima de las imposiciones de la cultura gubernamental. Uno de los grandes conflictos en la cinta es la indisposición de Carmela a retirar una estampa religiosa de un pizarrón. Para la trabajadora social, Raquel (Silvia Águila), esta iconografía es un reto y los casos de los niños una lástima, un par de números más a las cifras de la ilegalidad.

Es en ese conflicto entre las fuerzas del Estado y la vocación de una educadora que Daranas define sus temas pero se pierde en el duelo dialéctico. En vez de construir una anécdota clara o unos caracteres complejos, Daranas prefiere una batalla maniquea cuyos resultados serán evidentes: la esperanza recae en el futuro. La anécdota, mientras tanto, se diluye en una miríada de temas y desgracias que resaltan más el sentimentalismo que la crudeza de la vida en la Cuba moderna. La simpleza de los personajes evita la crítica a las ideas de Daranas: entre menos responsables sean de sus acciones, más será la culpa del destino, en este caso el Estado. Su crítica sale beneficiada pero no el humanismo de su cinta, que distingue claramente entre héroes y villanos. Conducta es el ejemplo de una película donde la causa prevalece por encima del drama y se olvida de ser arte para ponerse la máscara del panfleto. Tampoco es despreciable. La crítica de Conducta es necesaria en un país que aún desconoce el siglo XXI, pero sus errores dramáticos nos impiden el involucramiento, nos alejan de los personajes y, en un intento fallido por acercarnos a ellos, Daranas nos hace sentir más lejos.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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