No conozco todos los sinónimos de tristeza.
Vacío. Soledad. Ira. Ira. Más ira.
Michel Marc Bouchard
El cuarto largometraje del —ni mencionemos qué tan— joven quebequense Xavier Dolan es una adaptación de la obra homónima de Michel Marc Bouchard. Esta versión cinematográfica del texto teatral es una exploración del espacio físico para plantear la cada vez más retratada hostilidad del campo y el estilo de vida rural a través de imágenes evocadoras de infinito. Esta construcción del espacio sucede en contraste tácito con la domesticación urbana representada por Tom (Xavier Dolan), quien trabaja en una agencia de publicidad en Montreal y llega con peligrosa ingenuidad a la granja de la familia de su novio para su funeral. A través de la innegable belleza casi romántica de los planos abiertos de la naturaleza, este melodrama tendiente al thriller genera una siniestra nostalgia bucólica.
Las primeras imágenes de la cinta son palabras en tinta azul que componen el discurso que Tom diría durante el funeral de Guillaume, cuya muerte es tan misteriosa como su vida: “Hoy murió una parte de mí y no puedo llorar, pues he olvidado todos los sinónimos de tristeza. Lo único que puedo hacer sin ti es reemplazarte”. Estas breves líneas resumen la totalidad de la película. Tom en el granero es una historia de reemplazo, de la imposibilidad de encontrar un sinónimo que sustituya a la perfección la pérdida de un nombre, de un ser. En la obra de teatro, mas no en el filme, Tom declara: “Mis colegas me llaman ‘Sr. Sinónimo’. Busco equivalentes. Una cosa que se parece a otra, pero en realidad no es lo mismo”. Los cuatro personajes principales de esta cinta son, de alguna manera y en distintos niveles, una equivalencia, un sinónimo de otra cosa sin serla completamente.
Agathe (Lise Roy, maravillosa en sus reacciones inesperadas) es la madre cuyo proceso de duelo se dificulta por no haber conocido plenamente al hijo que acaba de perder. Francis (Pierre-Yves Cardinal), violento, reprimido y edípico, es el opuesto casi idéntico de su hermano difunto. Sara (Evelyne Brochu) es la falsa novia y la máscara postmortem de Guillaume. Este personaje interviene para continuar la mentira débil construida para proteger a una madre con el corazón roto. Tom es el buscador de sinónimos a quien, de pronto, su vida le parece ridícula, a comparación de la fuerza violenta y tangible del mundo rural. Cada personaje encuentra un reemplazo en otro; Tom percibe la viva imagen y presencia de su amante en su hermano; Agathe ve a su hijo muerto, ausente, lejano y refinado en Tom; Francis, quien ha llevado una vida cuasi marital con su madre, encuentra en Sara a la novia que nunca tuvo.
Tom experimenta una transferencia de sentimientos, producto de la sinonimia entre el joven muerto y su hermano, la cual genera una carga de violencia erótica que se manifiesta de manera creciente, terrible y frustrante a lo largo de la película. Más que sexualidad reprimida por parte de Francis, el juego de cercanía carnal que inicia con Tom tiene que ver con la ira de la soledad y el aislamiento. Al igual que en la primera cinta de Dolan, Yo maté a mi madre (I Killed My Mother, 2009), el personaje de Francis se desenvuelve en la confusión de amar a una madre que en el fondo desea ver muerta. A diferencia del protagonista de este largometraje, Hubert (interpretado por un Xavier Dolan aun más joven), Francis ya no se encuentra en los años de la adolescencia más nefasta. La violencia desmedida de Francis se debe a que en la granja el tiempo no transcurre. Los días pasan como copias del anterior, entre labores cotidianas: ordeñar, pescar, cosechar. La decoración en tonos terrosos recuerda el ambiente de los años 70, y la lejanía con la ciudad imposibilita el uso de la tecnología.
La muerte de su hermano y la llegada de Tom son una ruptura de la rutina, que despierta la necesidad de contacto y convivencia, aunque sea a través de la agresión más brutal. Sin duda, una de las escenas más intensas de la película es la persecución después de que Tom amenaza a Francis con decirle la verdad a su madre: que la mujer de su hijo existe, pero no como tal sino como su antónimo, un hombre, él. La escena se interrumpe para mostrar a Tom corriendo perdido en un enorme maizal, la respiración entrecortada, rasguños en su piel. El campo también es un arma, las hojas del maíz son navajas que cortan al extranjero. Poco a poco, la violencia se torna magnética y Tom pierde la capacidad de resistirse a la réplica del amor de su vida. Así inicia una dinámica parecida a la del Síndrome de Estocolmo y Tom se vuelve un miembro aislado más de esta familia rota.
Resulta interesante que Tom en el granero (la traducción no tiene mucho sentido, por la carencia general de graneros en la película) se inserte en un tipo de cine reciente muy específico en dos sentidos: el ambiente rural/natural y el peligro del aislamiento mezclado con el deseo sexual; en particular, entre dos personas del mismo sexo. Este es el caso de Land of Storms (2014) de Ádám Császi, nominada para mejor ópera prima en Berlin; El extraño del lago (2013) de Alain Guiraudie, parte de la programación de FICUNAM y, en menor medida, Vic + Flo ont vu un ours (2013), de Denis Côté.
En el prólogo de la obra de teatro, Michel Marc Bouchard escribió: “La homofobia no es el tema obsoleto que muchas personas dicen que es, en especial las que están cansadas de escuchar de ella”. Este enunciado es particularmente cierto entre las personas que ven “cine gay” (si eso existe), que con frecuencia declaran estar hartas de ver siempre lo mismo. El problema es que, en muchas ocasiones, el mensaje se pone demasiado al frente, ocupa toda la pantalla, dejándole muy poco espacio al cine. En el caso de las películas mencionadas arriba, incluyendo la[s] de Dolan (y exceptuando la de Côté, que se separa por muchas razones de las demás), la calidad y cualidad cinematográfica supera el tema de la homofobia sin dejarlo de lado.
Por Hipatia Argüero Mendoza (@MeLlamoHipatia)