En el botadero la encuentras como: Intrépidos punks (1980)

Pregunta por ella así: “Todavía ando chipil por lo del Heaven & Hell Fest, ¿Tiene algo para ponerme a tono?”

Valor agregado: La honorable presencia de la legendaria Princesa Lea, la encueratriz Ana Luisa Peluffo y, nada mas y nada menos, que ¡el maestro Martín Urrieta!

Una banda de delincuentes asola al Estado de Morelos; delinquen en las calles, violan mujeres, matan ciudadanos. Secuestran a la esposa del jefe del reclusorio para pedir la liberación de uno de sus líderes, y al no concederles su petición, cortan la mano de la mujer y la envían como amenaza. La policía no sabe qué hacer, parece que teme, pues no hay nada que los pueda detener. Manejan armas y cierta cantidad de droga, pues están aliados con grandes narcos. ¿Suena familiar esta historia? Sería sorpresa si les dijera que es ficticia, no es actual, y los delincuentes no lucen ni sombrero ni botas o camisa vaquera. Intrépidos punks (1980), de Francisco Guerrero, no es, a pesar del título, un film transgresor, un film punk que rompa reglas y cuestione la autoridad y la sociedad, como lo fue The Great Rock ‘n’ Roll Swindle (1980), de los Sex Pistols, o ¿Cómo ves? (1986), otro film roquero y mexicano. Intrépidos punks sigue con el mismo discurso post-68: ser joven en México es ser rebelde, extraño, revoltoso, mariguano y ladrón. Y aunque los punks del film tienen muy poco de jóvenes, -de hecho una de sus integrantes es nada más y nada menos que Ana Luisa Peluffo, con varios años y operaciones de más-, se trata de señalar a una juventud de final de los 70 que, marginada, pobre y reprimida por la autoridad, encuentra en la estética punk y los famosos hoyos fonqui, la identidad buscada durante una década.

Mucho se critica la imitación. ¿Que por qué en México la chaviza se viste dark, si lo negro, por el clima, no queda? Que morenos y chaparros no tienen nada de metaleros, o qué mal se ven los chavos banda, vestidos de punks, que eso sólo se ve bien en Londres y no en Neza. La imitación parte de una necesidad de identidad, y aunque es cierto que la estética no se acomoda mucho a la idiosincrasia mexicana, es mejor poseer una identificación contracultural a vestir a la moda (que de modelos tampoco mucho tenemos). El punk en el film no pasa de un mero trámite, pues jamás se explica algo acerca del movimiento. La urbanidad, parte fundamental, es muy poco vista; estos punks son unos punks rurales, que entre cactus, nopales y cuevas hacen sus fiestas, llenas de alcohol, sexo y orgías. En este México parece que el punk sólo blasfema, delinque y escandaliza.

Sobresale lo kitsch en toda la cinta. La vestimenta es una especie de punk futurista, con toques de luchadores para ellos, y de cabareteras para ellas. Entre estoperoles, tonos plateados, dorados y el eterno color negro, vemos a varios morenazos de fuego, maquillados cuales integrantes de Twisted Sister. Una entereza visual completamente Serie B. La música se olvida de los tonos de la época, la cumbia y los sintetizadores. La mítica banda Three Souls in My Mind se encarga del tema principal de la película. Una especie de blues rápido con rimas y sentencias tales como: “Sexo, drogas violencia y mucho Rock and Roll”, o, “Comparten a sus chavas y el motín también”, además de otros temas sin letra que acompañan el reventón, las persecuciones y hasta la brutal escena de una violación múltiple a varias señoras bien. Sí, hay violencia. Las escenas de disparos están creadas muy al estilo de los hermanos Almada y abundan las ya citadas violaciones, más el abuso que hay hacia una tranquila pareja, donde ella es ultrajada en un basurero, mientras él prueba la flamabilidad de la gasolina de PEMEX.

El grupo de los buenos, el de la policía, también tiene sus vicisitudes. Sin la tecnología que alguna vez el Santo tuvo, dos investigadores, muy al estilo Magnum, PI, siguen la pista de esos viejos enemigos suyos. Tal vez no tenga algún luchador o hermano Almada en sus filas, pero la policía mexicana tiene entre sus mejores elementos nada más y nada menos que a Martín Urieta, aquel que escribiera Mujeres divinas. Sólo con radios, autos enormes, y pistolas que parecen de feria, la policía mexicana logra algo que ni el FBI. La buena voluntad, los deseos  y la siempre blanca conciencia de la ley son sus mejores aliados (según yo, esta es la parte de mayor ficción). Los caminos se van juntando y la irresponsabilidad de los chavos, y ese deseo intrínseco de sangre, más un golpe de suerte, lleva a los dos bandos a enfrentarse en una pelea épica.

Ya llovió desde que se acabaron los 80, y hay tanto que extrañar de ellos. Esa época donde todo podía pasar. Donde los colores y lo estrambótico llenaba la ropa y los looks. Los ídolos eran eso, y podían hacer lo que quisieran. Se extrañan los 80 y su inocencia, su pubertad candente y su imaginario infantil. Sólo en esa época se podría hacer una película como Intrépidos punks, donde la violencia era cosa kitsch y la esperanza de que el bien triunfaría seguía en nuestras vidas. Vuelvo a repetirlo, ¿suena familiar esta historia? Una banda de delincuentes asola al Estado de Morelos; delinquen en las calles, violan mujeres, matan ciudadanos. Secuestran a la esposa del jefe del reclusorio para pedir la liberación de uno de sus líderes, y al no concederles su petición, cortan la mano de la mujer y la envían como amenaza. La policía no sabe qué hacer, parece que teme, pues no hay nada que los pueda detener. Manejan armas y manejan cierta cantidad de droga, pues están aliados con grandes narcos.

Si grabáramos una película así ahora, ¿qué aspecto tendrían estos villanos? ¿Qué haría la policía? ¿Son los punks mejor vistos ahora o, a pesar de todo, tenemos los mismos prejuicios contra la contracultura? Esas son cosas para pensarse, pero, mientras, veamos una  vez más la cinta, que, a final de cuentas, sólo es una película.

Por Ali López (@al_lee1)

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