Un paisaje lluvioso suele invitar reminiscencias de nostalgia o de dolor, una catarsis natural presente en un espectáculo cotidiano, uno que siempre preferimos ver detrás de una ventana o amparado por un paraguas. Nos gusta ver llover pero no nos gusta mojarnos. El paraguas nos da una visión de colores saturados, un filtro que añade belleza a algo que puede ser tan inofensivo, como puede llegar a ser trágico.
El mágico filme del gran cineasta francés Jacques Demy, Los paraguas de Cherbourgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964) endulzó con elegancia el Festival de Cannes de 1964, en el cual se alzó con la Palma de Oro. La policromática opereta toma lugar en la pequeña comunidad de Cherburgo, donde los amantes Guy (Nino Castelnuovo), un joven mecánico, y Geneviève (prístina Catherine Deneuve), dependiente del negocio familiar de paraguas, planean un futuro juntos que se ve interrumpido por la Guerra de Argelia, un tema extremadamente sensible en el panorama político francés durante los 60.
Se trata de un filme de colores saturados que retoma los elementos más austeros de una narrativa convencional, un melodrama de la más pura cepa, en el cual brilla la naturalidad y rítmica de las letras y música del inimitable jazzista Michel Legrand, cuyo trabajo es central para el desarrollo de la historia, diverso en tonalidades y registros, así como el detallado trabajo de arte dirigido por Bernard Evein, que convierte a Cherburgo en una colorida e idílica casa de muñecas que ve interrumpida su fantasía por crisis pujantes: económicas y políticas.
La pulcra voz de Danielle Licari (quien dobla a la Deneuve) ve ensombrecido su fino canto durante la primera parte del filme por la partida del amado a librar obtusamente la empresa colonialista de Francia, mientras que en casa su madre, Madame Emery (Anne Vernon) procura su matrimonio con el noble, pero distante Roland Cassard, interpretado por Marc Michel, quien repite su rol de Lola de 1961, también de Demy, quien en este filme entiende que la música no es un sinónimo de jubilo o alegría, sino de vida, aun en las circunstancias más terribles.
Ni la lluvia más tórrida podría mermar el color de un paraguas.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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