‘Joven y bella’: La suerte de la bonita y la persistencia de Ozon

Hay dichos que no son del todo ciertos, si bien reflejan el clamor popular o denotan las creencias de cierto inconsciente colectivo, suelen ser perniciosos para quienes los llevan puestos como chaleco de uso diario o como una suerte de consejos prácticos para la vida. Tanto en la vida diaria como en el cine más alabado, ése de riguroso culto y análisis, el francés por decir algo, hay ‘verdades’ a las que vale la pena ajustarles dos o tres peldaños o niveles, para darles su justa dimensión.

Se cree, por ejemplo, que el cineasta galo François Ozon tiene un cine consistente o de gran aporte. Su constante exposición en festivales (su primer largometraje, Sitcom, debutó en la Semana de la Crítica de Cannes en 1998), así como los galardones obtenidos parecen retribuirle al director de 8 mujeres (8 femmes, 2002) más la constancia y el trabajo, que la calidad fílmica. Sucede un poco con Woody Allen (sirva el ejemplo, guardadas proporciones, sí, Allen es un maestro infinitamente superior, etc.): una película tan mediana como lo fue A Roma con amor (To Rome with Love2012) o Media noche en París (Midnight in Paris2011) recibe odas y aplausos en no pocas personas. Con el cine de Ozon, en general, suele pensarse que su cine, amplio y rico en cortometrajes -lo cual debería ser una pista para algunos- es digno de revisarse en su totalidad varias veces. O que el hecho de que ocupe un sitio en la programación, una vez más, dentro de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, –esta vez en su edición número 55– con la película Joven y bella (Jeune & Jolie, Francia, 2013), nos reafirma a un director consumado.

Nada más alejado de la realidad, y muestra de ello es precisamente su más reciente filme, el número 14 en su filmografía, Joven y bella. En el, Ozon brinda su dosis de elementos, una suerte de recordatorio fílmico anual, en el que nos recuerda su ‘transgresión’ sexual, su llamado ‘humor inteligente’, y parte de estos dramas pop que juegan entre lo fuerte que son algunos de sus personajes y lo tibio de sus argumentos. Invariablemente, Ozon va a dibujar una historia para no terminarla, tan holgada que se cae.

El director de Gotas de agua sobre piedras calientes (Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 2000) no arriesga, no varía y nos muestra esa otra cara de esa famosa máxima “la suerte de la fea, la bonita la desea”. François Ozon vuelve a repetir ese recurso del tiempo en actos o en capítulos muy marcados, para contarnos la historia de una, sí,  hermosísima y joven chica de 17 años que atraviesa por cuatro estaciones del año (con cuatro canciones distintas), desde su despertar sexual hasta su inclinación por prostituirse, en el que Ozon tiene ganado el terreno de los dramas con ‘fuertes’ distorsiones sexuales; no por nada varios se envalentonan para decirle ‘el Almodóvar francés’ (lo sé, no está padre).

Toda la carga de los personajes en Joven y bella nos va llevando por elementos que funcionan a favor de la historia, son estos cambios obvios y sencillos que vemos de lejos, los que intentan llevarnos al paso de estados del protagonista o a percibir esa historia lineal, concluida. Sin embargo, en esta película sucede otra vez lo que ya es habitual en Ozon: de repente se quiere poner ambiguo, como una analogía semiretorcida y absurda, su toque de humor sutilizado (a la francesa, claro, por qué no).

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Es cansado que a estas alturas, lo más loable sea las actuación de la inglesa Charlotte Rampling (Swimming Pool, Ángel) y su estilo pop y ligero, a veces tan deliberadamente contrastante, tan anunciado, que se cae en un punto que parecía acercarse al final. Le pasó en 5×2 aún cuando la narrativa indicaba un final-principio hacia atrás en cinco actos, que no había pierde. Pero Ozon gusta de tomarse el tiempo de voltear hacia otros personajes, y contarnos un buen tramo de sus historias, para diluir un poco el dramón loco que invariablemente seguimos.

Isabelle –una lolísima, guapísima, Marine Vacth– ve la vida práctica, con conciencia de que es atractiva a la vista de los hombres y que experimenta los límites de sus posibilidades. Prevemos lo peor, pero no siempre lo es, y de repente los personajes que conforman la vida de Isabelle juegan ahí: el hermano parece que nos va a decir algo, la historia y las consecuencias tensan la cuerda, para después dar un ‘sacón de onda gruesísimo’. Isabelle es bella y preferiría ser fea para no atravesar las consecuencias de sus actos. Parece no haber arrepentimiento, pero le duele, se redime, cae, parece que las feas quisieran su suerte también.

La ambigüedad no sólo en Joven y bella, sino en la mayoría de la filmografía de Ozon, da al traste con la historia, en la forma, parece que nos contó algo para no decirnos gran cosa. Mujeres, casos de la vida real a la francesa con tantito toque más subidito de tono, no más. Vinos, tribulaciones de clasemedieros contempos, los clichés de la Europa contemporánea bajo un halo que, efectivamente parece subersivo, multidiscursivo, y que en realidad es más simple de lo que parece. Eso, simple.

El cine de Ozon sigue teniendo buena distribución, pero nos está cambiando de sombrero a la misma ‘Barbie locochona’ de siempre. A veces descansa la loquera y nos entrega dramones sexuales dignos de Epigmenio Ibarra. Otras tantas, las combina y así parece que se la seguirá llevando. Joven y bella es una película más bien regular, simple, con escasos momentos. Hasta la fecha parece que sólo hay tres o cuatro filmes muy representativos en la obra del director francés que nos podrían dar un corpus lo más cercano, sólido, sobre su estilo. O no.

Por Ricardo Pineda (@Raika83)
Ésta es una reedición de nuestra cobertura de la 55 Muestra.

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