‘Los invencibles’, los de siempre

Cuando Cervantes escribió en 1605 la primera parte de la novela por antonomasia, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, sabía que sería recibida por el público mayoritario, por el pueblo, por los iletrados que se sentarían en coro a escuchar los “felices fechos que le acontecieron” al último caballero. Un Cervantes lúdico, polifónico y crítico, construye a un personaje de aparente locura: un hidalgo que ha bebido toda la literatura de andanzas y ha decidido convertirse en una figura digna e inmaculada. La brillantez de Cervantes estriba en la crítica social y moral que hace a través de las narraciones (metanarraciones que se cruzan, se confunden y se detienen por la falta de algún pergamino). Lo irrisorio e inverosímil permite que la novela salga feliz de la censura, de la condena y el estigma. Los letrados ríen; el pueblo también y el trasfondo permanece.

La sátira, la locura y la risa han servido como puntos de fuga catárticos que han permitido el desahogo de las problemáticas sociales. Crítica a la tecnología, a la modernidad y al mejor de los mundos posibles, los encontramos en la obra de Chaplin (Tiempos modernos, 1936; El gran dictador, 1940) o en las vanguardias (Metrópolis, Fritz Lang, 1927; El perro andaluz, Buñuel, 1929), movimientos artísticos que despreciaron la cultura que promovió la violencia y la masacre. Los invencibles (Fréderic Berthe, 2013) es una película que transita entre la sátira, la comedia y el thriller. Tres estafadores: Jacky Camboulaze (un pletórico Gérard Depardieu), Momo (el también guionista del filme Atmen Kelif) y Zezé (despreocupado Bruno Lochet), de artimañas cronometradas a la Clooney-Pitt (Ocean’s thirteen, 2007), o de cinismo empático a la Saul Goodman (un experimentado y genial Bob Odenkirk en Better Call Saul, 2015), buscan ganarse algunos euros con la habilidad de Momo en el juego de la petanca (un híbrido entre boliche, rayuela y canicas modernizado en la Francia de principios de siglo XX). Para solucionar sus problemas familiares-maritales-económicos, han decidido inscribirse al mundial de petanca (hay un organismo regulador y todo), donde el ganador se lleva 500 mil euros; Jacky entrena a Momo en el preciso arte de las bolas de metal.

Personajes definidos y estereotipos pueblan la pantalla con referencias a la cultura pop cinematográfica: Atardeceres de Karate Kid (John G. Avildsen, 1984), entrenamientos marciales (La máscara del Zorro, Martin Campbell, 1998) y hasta la posible ceguera en un enfrentamiento (Contacto sangriento, Newt Arnold, 1988). Los villanos también (decimos “también” porque el filme aparenta un enfrentamiento entre contrarios; pero, ¿cómo pueden ser contrarios ambos grupos actorales que obedecen a la intención peyorativa del director?) son representados por los empresarios, los dueños de las federaciones que hacen del deporte su negocio personal (Feat. FIFA-Justino Compeán-Javier Aguirre). Sólo falta enumerar un elemento, tan fundamental como Momo: Caroline Fernet (la chica guapa, joven, rubia, exitosa, inteligente y salvadora Virginie Efira), que se enamora de Momo (parece spoiler, pero no; sabemos que se atraen desde el primer encuentro casual). El escenario está dispuesto, sólo falta que cada movimiento esté permeado por un chiste racista o una broma misógina. No hay pedo, es una comedia jovial; se vale. Franceses burlándose de franceses y del mestizaje con españoles, italianos e inmigrantes.

La película transita en una misma dirección entre falsos antagonismos representados por Momo, el paria del equipo, un tipo relegado de origen argelino y odiado por su entrenador (un ex-jugador francés de apellido Martinez); Darcy, el multimillonario de la federación francesa que exprime la figura exótica de Momo y menosprecia su origen, y Jacky, el mánager bonachón que tiene una gran deuda con unos matones y necesita a Momo y el dinero para comprar su libertad. El trasfondo asoma su cabeza de hidra por momentos: la banalización de lo político.

Los intereses deportivos están supeditados a los personales, a las cantidades que se ganan a través de los patrocinios y los derechos de transmisión por televisión (Feat. Federación Mexicana de Fútbol). La misoginia y la xenofobia light están permitidas porque estamos cotorreando, ¿qué no ves? No te claves (No es el atentado a la revista Charlie Hebdo en enero de este año, así que no te claves).  Mejor ignorar los conflictos de fuerte tensión: “si vas a una fiesta elegante, no hables del conflicto Israel-Palestina”, con mayor razón si eres un árabe (cualquiera que venga de África se homogeneiza) ilegal.

La solución del conflicto planteado en el filme es un chiste personal, una referencia a la propia vida de Dépardieu cuando obtiene su nacionalidad rusa en 2013. Una diferencia monetaria del experimentado actor con el gobierno de François Hollande (presidente francés de carácter socialista desde mayo de 2012), que decretó un impuesto a los individuos con mayor riqueza, devino en la renuncia de la nacionalidad francesa de Dépardieu. En el filme, Jacky y Momo se nacionalizan argelinos (hay que recordar que Argelia fue colonia francesa hasta 1962 y que Francia mandó apoyo a Malí y la Coalición Internacional en el conflicto que tuvieron con los Islamistas en 2013) con el fin de competir en el mundial: “en términos de inclusión, los argelinos son más flexibles que nosotros” le dice entre risas un empresario-burócrata a otro.

Cuando el humor, la locura o la sátira dejan de ser una herramienta de crítica y son hegemonizadas por un sistema corrupto que busca por cualquier vía conservar el capital; cuando se hace común lo que debería ser una excepción; cuando se  banaliza lo político y se fomenta la xenofobia, la comedia entonces, se vuelve todo menos un catalizador, un punto de fuga liberador. Si bien en el programa del partido nacional socialista nazi, una de las prioridades era estetizar la política, poner la técnica al servicio del totalitarismo, en el siglo XXI es nuestra tarea repensar algunas formas de las técnicas (no sólo cinematográficas), en las que si bien no se busca una manipulación y embelesamiento de las masas, sí se busca su desarticulación política, una burla a todo lo que no que cumpla con un capricho personal. Un capricho, claro, de los dueños de las instituciones, de las empresas, de la economía; los que nunca pierden: los invencibles. Cuidado si te metes con sus intereses, podrían hacer una película.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna)

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