Existe una indeleble marca en la historia del cine contemporáneo, una hecha con lápiz labial y desperdicio humano. Lo kitsch y lo camp fueron redefinidos por el maestro John Waters en su seminal filme Pink Flamingos (1978) en el que el actor transexual y auténtico figurón del cine underground, Divine, se embarró en un icónico vestido rojo y enfundó una pistola para asesinar a quienes osaban quitarle el título de “la persona más desagradable”. Han pasado años y muchos han querido emular el profundo desagrado de la pulcritud y la coherencia que John Waters, sin esfuerzo alguno, ha replicado durante años.
Afortunadamente, la voz del joven de un grupo musical conocido como The Mars Volta consiguió un trabajo que persigue los ideales estéticos paupérrimos y la fétida esencia de los trabajos de Waters, aderezándolos con una transgresión que por momentos evoca al artista neoyorquino Nick Zedd, otro auténtico exponente de la sublime porquería.
El joven Omar Rodríguez López, en su segundo largometraje Los chidos (2012), presentado en el popular Festival South by Southwest de Austin Texas, no hace un “retrato de la sociedad mexicana” como afirman algunos medios, más que rendir homenaje, con un humor negrísimo, al cine que sube al plano terrenal la basura, la mierda y la escoria, no para hacer juicios del tipo moral o ético, sino para lanzarla juguetonamente a la cara de una desconcertada audiencia mientras carcajadas histéricas resuenan en el fondo.
Al centro de Los chidos se encuentra una familia mexicana de Ciudad Juárez –aunque filmada en Guadalajara–, dueña de una llantera, compuesta por una sórdidamente guadalupana madre de familia, una perezosa bestia como padre (que gusta de placeres incestuosos), una hija con un alto grado de retraso mental, una hija bisexual, un hijo “bien machito” y otro “bien sensible”. Con la llegada de un perdido estadunidense a sus vidas, esta manada de lerdos devoradores de tacos, que viven en imbécil catatonia, sufrirá una serie de radicales, absurdos y delirantes cambios.
La cinta de Rodríguez López toma una estructura muy similar a los primeros trabajos de Waters, particularmente en el uso de un banda sonora locamente ecléctica, que incluye desde temas de Connie Francis o Marvin Hamlisch hasta el tema de la película Up de Pixar, usado recurrentemente para ratitos “tiernos” en el filme, así como una narración que parece hecha a través de un megáfono descompuesto, apenas inteligible que figuran como elementos desorientadores y perturbadores por gran parte del desarrollo de la historia.
Los chidos no escatima en imaginería sórdida y alegremente transgresora, ya sean reses cortadas en canal, madres felando a sus propios hijos, genitales desmembrados, travestismo y coprofagia (¡hola, Pink Flamingos!), violencia doméstica. Aquí simplemente existe un pueril deseo de escandalización, un relajo incómodo tan agresivo que es tomado como auténtico insulto por gran parte de los espectadores, lo cierto es que en el fondo hay un mensaje de comunión y fuerte unidad familiar dentro de este repulsivo clan, así como la entrañable relación “madre-hija” entre Edith Masey y Divine en Pink Flamingos: incluso entre la escoria, la holgazanería y la bajeza, existe un espacio para la solidaridad.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)