Leviatán: La ilusión del orden

En entrevista con Joaquín Soler Serrano, Octavio Paz explicó que “el gran criminal del siglo XX es el Estado”. Nacido bajo el contrato social que desapareció la anarquía prehistórica, el Estado fue el primer signo de civilización humana. De ciudad de Dios a ciudad del Capital, la historia de esta organización ha sido la del dominio en el nombre de un concepto: la divinidad de los reyes, el carisma de los dictadores, el dinero de los capitalistas. El Estado implica un orden, pero también una injusticia primaria: la del mando. El liderazgo es inevitable en cualquier organización animal, pero el de los hombres se caracteriza por una dotación de sentidos que conlleva deseo y corrupción. La imagen de un esqueleto de ballena en Leviatán (Leviafan, 2014), de Andréi Zviáguintsev, alude al Leviatán de Hobbes como un fracaso. El Estado es una ruina que anuncia la catástrofe de los dominados y el inevitable triunfo de los poderosos.

Si, como propuso Engels, la propiedad privada comenzó la civilización, Zviáguintsev da inicio a su cinta con la pugna por un terreno. Vadim (Roman Madianov), un criminal alcalde, tiene como capricho los terrenos donde se encuentra la casa de Kolia (Alekséi Serebryakov). Ambos necios comienzan una batalla legal que sólo puede ganarse en los campos de la ilegalidad: ya sea mediante la imposición del alcalde o con el chantaje de Dmitri (Vladimir Vdovitchenkov), el abogado y amigo de Kolia. La vía institucional es explicada por Zviáguintsev como una aspiración constantemente rebatida por la realidad. La justicia es un anhelo. El mundo en el que habitan estos personajes es uno de depredación donde el más vil sobrevive.

Leviatán 2

La imagen que muestra Zviáguintsev de la Rusia de Putin es catastrófica. La tradición zarista sobrevive a todos niveles en una tierra de brutos y apasionados, incapaces de contener sus ambiciones en la tradición, en el sexo y en la dominación. Las continuas sesiones de bebida y los arriesgados juegos con rifles de asalto reflejan un carácter nacional que tiende a lo primitivo. Zviáguintsev no logra encontrar la democracia ni la modernidad en un país parecido al de Dostoievski: el de los locos y los resentidos. Una escena en la que los personajes practican sus habilidades de tiro con fotografías de Lenin, Brézhnev, Yeltsin y otros ex líderes resume el espíritu ruso y un desprecio por su historia. La imagen de Putin no está ahí; esa cuelga de un muro en la oficina de Vadim. Zviáguintsev se cuida de no ofender directamente al régimen, pero no pierde oportunidad para aludir a su fracaso.

La discreción de Zviáguintsev no es de ninguna manera cobardía, sino inteligencia para hacer su filme posible, y sobre todo es una revelación de su forma, que con cada acción sugiere un alcance mayor a lo que presenta. Zviáguintsev oculta los vastos significados de su dramaturgia en las vidas de sus personajes como Tolstói, que combina los orgánicos ritmos del realismo con la grandeza de sus temas sociales, históricos y humanos. Cuando Dmitri y la esposa de Kolia, Lilia (Elena Liadova), reinician un antiguo amorío, se percibe la tragedia que se avecina. No es que Zviáguintsev cree un filme predecible, sino que la ominosa atmósfera con que envuelve su narración crea sentencias con cada error. El mundo de Leviatán es uno de intrincadas causalidades que convierten al error en un paso fatídico hacia la destrucción. El director concibe la gracia como fuera del alcance de esta sociedad, cuyos débiles se dañan a sí mismos en beneficio de las abusivas autoridades, pero todos juntos se alejan del Paraíso.

Leviatán 3

Las ideas espirituales de Zviáguintsev reciben un acento melancólico de la relación entre el alcalde y el representante de la Iglesia ortodoxa en la comunidad. La corrupción alcanza a los funcionarios de Dios, que ejercen ante los obedientes fieles un poder tan despreciable como el de las autoridades políticas. La conjunción de estos factores opresivos podría haberse prestado fácilmente a la victimización, sobre todo de Kolia, cuyo ancestro literario bien podría ser Job, pero Zviáguintsev enfatiza las fallas de todos para crear a la vez una denuncia y una caída. El Estado es sin duda el criminal del que habló Paz, pero no se debe olvidar que el cuerpo de ese pesado leviatán incluye a su sociedad. Zviáguintsev no lo muestra, pero la muerte y la disgregación familiar que causa la autoridad torcida es la bacteria que mantendrá al sistema enfermo en el futuro. Al igual que en Elena (2011), la juventud carece de futuro; su destino es una vuelta al pasado.

La aparente injusticia que presenta Leviatán podrá parecer pesimista a los románticos, pero Zviáguintsev no nos muestra sino el orden real de la naturaleza. El Estado, como la justicia, es una ilusión que le da sentido a nuestras sociedades, pero no equidad ni estabilidad. Las aspiraciones del hombre son demasiado perfectas para ser posibles y chocan en el cine de Zviáguintsev con la verdad de Spencer: no sobreviven los más decentes ni los más justos, sino los más fuertes.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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