Si se es un entusiasta del cine contemporáneo, además de un afectuoso de la música que lo acompaña, un nombre como el de Wes Anderson nunca puede pasar desapercibido. Todas sus películas, todas incluyendo la infravaloradísima Bottle Rocket, son una pintura dedicada a más de un sentido humano. Lo cual no es casualidad, Anderson es uno de los más finos arquitectos de cine en todos sus componentes; un virtuoso de la pantalla y un degustador de canciones a nivel visceral.
Sus aciertos son muchos. Los musicales sus más poderosos tal vez. Todavía cuesta trabajo olvidar aquella remembranza de la vida de Margot Tenenbaum con los Ramones de fondo en The Royal Tenenbaums; resulta complicado no tener en mente al tiburón jaguar en todo su esplendor de The Life Aquatic With Steve Zissou cuando Staralfur de Sigur Rós se escucha en cualquier lugar y es imposible no guardar en la memoria esas pinturas de los Kinks en The Darjeeling Limited o cualquier momento musicalizado de Rushmore. Wes Anderson es elegante por naturaleza y exquisito a la hora de trabajar. Sus películas, comerciales y demás no sólo gozan de una estética envidiable que parece descendiente directa de películas como Harold & Maude o The Graduate, si no que cuentan, además, con mucha parafernalia que logra enmarcarlas de una manera particular y bella en cualquier instancia.
Para Moonrise Kingdom, su nueva y esperadísima entrega en el cine no sólo se hizo de allegados nombres conocidos para el staff como Bruce Willis o Edward Norton, ni tampoco sólo de actores que comparten carne y corazón con él como lo han sido Jason Schwartzman o Bill Murray. No. También regresó a los tiempos de gloria de soundtracks como Rushmore y Bottle Rocket con el retorno de Mark Mothersbaugh de Devo en el equipo de musicalización, además de reencontrarse con Alexandre Desplat, uno de los culpables de los momentos más finos en Fantastic Mr. Fox. Y por si fuera poco, en el soundtrack se encuentran nombres como Francois Hardy y Hank Williams. Todos juntos ofrecen una entrega sonora que se encuentra a la altura de sus mejores momentos. Siempre atinado, pero nunca pretencioso.
Y es que escuchar el soundtrack deja un sabor de boca similar al del increíble trailer pero con más satisfacción en el fondo. Las canciones en conjunto con las composiciones suenan a amor. A un amor adolescente que se ayuda de tambores y violines; uno que se encuentra en el punto de la maduración buscando niveles de mayor exquisitez que se ven reflejados en la alusión a Francia en varios momentos, como una carta de amor escrita por Woody Allen pero sonorizada por alguien como Desplat y Hardy. La película promete ser una de las mejores en el catálogo de Anderson y eso ya es una apuesta difícil. Tengan por seguro que en cuanto haya oportunidad de verla, algún texto saldrá por aquí. Por ahora tenemos un conjunto de sonidos que ayudan a imaginar lo monumental que podría ser el ejercicio y que, una vez más, reafirma una virtud que muchos agradecemos al momento de ver una película. Los momentos más memorables tienen un sonido de fondo y enmarcarlos en el momento preciso es algo que Wes Anderson y compañía han vuelto a lograr sin errar más de lo permitido.
Por Joan Escutia (@JoanTDO)