‘Infierno en la tormenta’ y la sencillez de la lucha

Si Jean-Luc Godard decía que para hacer una película sólo necesitas una chica y una pistola era porque, para él, esos dos elementos eran suficientes para generar un abanico de posibilidades infinitas. Depende del realizador (y su talento) concretarlas y desarrollarlas. El cine de Hollywood, junto con su ejército de trabajadores, por ejemplo, ha desatendido este concepto, buscando crear una explosión más grande que la anterior, maquillando errores con pirotecnia, repeticiones con capas de píxeles.

Piensen en cómo Megalodón (The Meg, 2018) tiene todo el empaque de ser una derivación más cercana al cine de explotación de los mismos temas de Tiburón (Jaws, 1975), pero sus compromisos financieros (acompañados por los censores chinos) no le permitieron abrazar su lado más salvaje y divertido, optando mejor por chata aventura marítima con una criatura prehistórica que destroza cientos de cuerpos en el agua sin derramar una gota de sangre.

En cambio, algo como Miedo profundo (The Shallows, 2016) funciona y entretiene porque el director Jaume Collet-Serra entiende que no necesita inventar nada, además zambullirse sin pena en lo ridículo de su concepto: una chica queda varada en una boya a mitad de una hermosa bahía donde vive un tiburón. La protagonista interpretada por Blake Lively patea, lucha, sangra y compite por su vida, su sufrimiento no se esconde fuera de la pantalla. Su dolor la dota de empatía, deseamos que sobreviva. Que el tiburón no quiebre la lógica (más allá de lo razonable) con su comportamiento, es un plus.

Infierno en la tormenta (Crawl, 2019) sigue el camino de Miedo profundo y la máxima de Godard, intercambiando la pistola por una agresiva familia de cocodrilos. Después de fracasar en su reciente prueba de nado, la nadadora Haley (Kaya Scodelario) mira por un televisor de su universidad como un gigantesco huracán está a punto de tocar tierra en la costa de Florida. Ante el nerviosismo de su hermana por la salud de su solitario y recién divorciado padre (Barry Pepper), Haley decide ir a buscarlo… muy cerca del ojo de la tormenta y el pantano, donde habitan los reptiles antes mencionados.

El francés Alexandre Aja (Alta tensión, Horns) confecciona con esa básica premisa una película de aventuras, un clásico cuento del hombre contra la naturaleza. En este caso, de una nadadora perdedora contra unos depredadores deseosos de clavarle los colmillos.

Aja le da fuerza a su premisa con elementos muy sencillos: un sótano oscuro que comienza a inundarse por la tormenta, una cinta métrica que indica a qué velocidad sube el agua, una lámpara de cuerda, un juguetón perrito, etc. Anclando la atención de los espectadores en las pequeñas victorias de Haley, aun cuando éstas sean predecibles, son elementos efectivos porque forman parte del cotidiano de los personajes.

Asimismo, el desarrollo se da en un encierro similar al de los punks de Green Room (2015) o al de las víctimas del temblor en 7:19 (2016); con una amenaza natural e incansable, como los lobos de Un día para sobrevivir (The Grey, 2011) o los tiburones de Pesadilla en mar abierto (The Reef, 2011).

Esto da como resultado una de las cintas más eficientes y entretenidas en la filmografía del cineasta francés –que se hermana con la desparpajada, absurda y sangrienta diversión de Piraña 3D (Piranha 3D, 2010)–. Un verdadero logro, tomando en cuenta lo poco inventivo que suele ser el cine de aventuras hecho en Hollywood actualmente.

Adrenalina para el verano, morfina para el cerebro.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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