‘Habitación en Roma’: Un encuentro carnal

El cine erótico siempre ha caminado sobre esa delgada línea que separa al arte de la pornografía, sin salir bien librado en algunas ocasiones. Habitación en Roma (Room in Rome, 2010), de Julio Medem, suscita un debate similar.

Un par de mujeres, Alba (Elena Anaya) y Natasha (Natasha Yarovenko), viven una loca noche de pasión carnal en un cuarto de hotel a la mitad de Roma; el encuentro cambiará sus vidas de manera permanente, o eso nos insinúan.

Decir que el sexo es un tema de vital importancia para Medem no es arriesgado. Las películas más conocidas de su filmografía contienen pasajes eróticos sustanciales para la trama, como en Lucía y el sexo (2001) o Los amantes del círculo polar (1998). En Habitación en Roma el amasiato no sólo es central; por momentos parece serlo todo.

Cuando La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013) se convirtió en la película sensación del pasado Festival de Cannes, algunos miembros de la audiencia apuntaron a las explícitas escenas de sus protagonistas como las grandes generadoras de dicha popularidad, comentario que se repitió en todo festival o muestra donde el trabajo de Abdellatif Kechiche se presentó.

A pesar de sus detractores, los encuentros entre Adèle y Emma estaban justificados –quizá su duración no–; su relación sentimental se desarrollaba de manera paralela a su sexualidad. Se vuelve menos carnal y más íntima con el paso del tiempo. Habitación en Roma no goza de un desdoble similar.

La cámara súper estilizada de Medem captura a Natasha y Alba compenetrándose como en un anuncio de perfume con el marcado ritmo de una coreografía.  No hay espacio para lo natural, las escenas dejan una sensación de perfección. Al contrario de Kechiche, que sí lo logra; basta mirar la incomodidad de los asistentes ante las secuencias.

Quizá la impresión se deba a lo poco que conocemos a las protagonistas de Habitación en Roma. Es hasta el segundo y tercer acto que sus conflictos internos tienen cierto desarrollo. Las limitaciones autoimpuestas por el director –una sola noche, dos personajes– complican el avance de la trama, volviendo repetitiva la situación. Si en lugar de dos mujeres tuviéramos un par de machos o una relación hetero, la circunstancia terminaría por ser igual de monótona.

Gracias a esa falta de profundidad y falta de conexión con el espectador, Habitación en Roma está condenada a funcionar como película de medianoche, porno light. No sería la primera vez que una cinta de Medem sufre ese destino.

En este caso, la carne le ganó al arte y el taco de ojo nadie lo quita.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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